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Defensor de los Lectores

Riesgoso encanto de lo aparente

caja fuerte dragon
DRAGON. Hasta ahora, lo que parece no está probado. | cedoc perfil
Escribió el catedrático catalán Norbert Bilbeny i García –uno de los más prestigiosos teóricos de la ontología– en su libro Etica del periodismo (Edic. Universidad de Barcelona): “La caverna de Platón, el mundo de las apariencias, puede estar en nuestra propia casa o provenir de la pantalla de nuestro ordenador. (…) Si la verdad no existiera, no nos inquietarían las apariencias”.

La cita vale para estos tiempos en los que un cúmulo de seductoras apariencias moviliza fuerzas periodísticas seguramente excesivas, motorizadas más por la búsqueda del impacto inmediato que por la obligada búsqueda de la verdad o, al menos, de informaciones verosímiles que no lleven a la opinión pública a caer en el error o la confusión.

Uno de estos casos es el del dragón con caja fuerte instalado en la casa de un ex funcionario del gobierno provincial y pieza importante en el armado económico de la campaña presidencial de Daniel Scioli. La apariencia (ese artefacto, obra de arte según su dueño) hizo decir a profesionales de este oficio y a mucha gente no avisada en las redes sociales que se estaba en presencia de un nuevo capítulo de esta comedieta bizarra que reconoce otros antecedentes no menos famosos: los bolsos con millones de dólares de José López en el convento de General Rodríguez (apariencias luego aclaradas: monjas que no son monjas, bolsos arrojados sobre tapiales que, en verdad, fueron entregados casi como un delivery, brotes psicóticos del flagrante ex secretario de Obras Públicas); el conteo de millones en “la Rosadita” (apariencia aún no aclarada: ¿cuál era el origen de ese dinero, cuánto de ilegal hay en esa escena impúdica, acaso obscena?). El dragón aparenta lo que todavía no fue probado: que cobijó dinero non sancto.

Para los periodistas, la seducción de una nota de impacto conlleva el riesgo de meter la pata o de verse obligados, en el futuro, a confesar errores motivados por las apariencias. Hace unos tres años, la televisión azteca cayó en la confusión al tomar por cierta una noticia publicada por El Mundo Today, un medio satírico español. La apariencia fue lo ofrecido en tono de humor pero presentado con seriedad. El equipo de investigación de un programa de noticias del canal NTN22 dio por cierto que “la infanta Elena pide que la imputen como a su hermana”. La televisora tuvo que pedir disculpas. Tardías. En estas tierras, una tapa de cierto semanario publicó una foto en la que Lionel Messi aparecía en una situación incómoda con una stripper de Las Vegas. Apariencia pura: la imagen había sido trucada y el medio nunca lo desmintió.

Por cierto, estos ejemplos sobre la influyente cualidad de la apariencia son interesantes, tal vez de importancia, pero no se comparan con otras situaciones en las que este oficio influye de manera decisiva sobre las conductas sociales. En efecto, poner blanco sobre negro maniobras ilegales que pueden involucrar a funcionarios o ex administradores de la res publica es una misión central en la actividad periodística, pero hay casos más extremos en los que los tiempos que vienen pueden generar nuevas obligaciones en el periodismo. En Colombia y México, por poner dos ejemplos en los que la creciente influencia del narcotráfico llegó a extremos que la Argentina está comenzando a percibir (al menos, es lo que aparenta ser), la profesión conllevó o conlleva un riesgo de vida, además de responsabilidad social. El gran escritor mexicano Juan Villoro, en un discurso que data de 2013 (el año de mayor violencia contra los periodistas en su país), fue claro al advertir: “La violencia es un lenguaje. Hay grupos que encajuelan, otros que encobijan, otros decapitan. Hay una dramática del espanto que busca ser propagada. Si nosotros nos convertimos en un simple eco de esa violencia, estamos evidentemente logrando que el crimen golpee dos veces: primero, en el mundo de los hechos, y segundo, en el mundo de la representación, que no es menos importante. Esto puede llevar a dos reacciones sociales extremas, ambas preocupantes: una, el miedo absoluto, la parálisis, ante una sociedad amenazada por la violencia. Y dos, lo que quizá es aún más grave: la banalización del tema. El acostumbrarnos a las noticias de la violencia como algo ya prácticamente atmosférico”.

Por ahora, son más las apariencias que las verdades lo que llega aquí de la mano de jueces, fiscales, ministros, policías, dirigentes políticos y sociales. Los periodistas no debemos bajar la guardia ni dejar pasar gatos por aparentes liebres.

Errata. El editor de la sección Ideas, Santiago Farrell, escribió a este ombudsman: “Por un error de edición, la columna de Carlos Gabetta del domingo 4, titulada ‘Narcotráfico, esa guerra perdida’, fue publicada sin su párrafo inicial, error subsanado luego en la edición online. Pedimos al autor y a los lectores las disculpas del caso”.