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nuevas alianzas

Rusia, Brasil y más allá

La fecunda relación entre los socios Brics que puede redefinir la política internacional. La activa visita del canciller brasileño a Moscú. El mensaje del Kremlin. Y la mirada atenta de China. Una nueva era comienza.

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Luiz Alberto Figueiredo, canciller del Brasil, eligió la Federación Rusa como el primer país a ser visitado fuera de Sudamérica. Según lo explicó en la Academia Diplomática de Rusia, el motivo fue la familiaridad entre “la extensión de nuestros territorios, el tamaño de nuestras poblaciones y la magnitud de nuestras fuentes de energía”. Algunos eligieron creer que con su colega ruso Serguéi Lavrov hablaron –principalmente– de la liberación de nueve activistas de Greenpeace. Sin embargo, las semejanzas puestas en relieve por Figueiredo probablemente los hayan inspirado para coordinar sus posturas en el marco de organizaciones internacionales tales como la ONU, los Brics, el G20 y la OMC. Ello sin dejar de decir que la diplomacia es capaz de suscitar coincidencias (oportunas) o de prohijar confidencias (con fortuna): de los más de treinta detenidos “greenpeacianos”, Ana Paula Maciel –brasileña– fue la primera a la que se le acordó la libertad.
Fueron las visiones y los valores compartidos –sostuvo Figueiredo– los que indujeron a la creación de la comisión gubernamental ruso-brasileña en 2001, instancia de las que Brasil tiene pocas análogas, y aprovechó para recordar lo que el presidente ruso Dmitri Mevdedev había declarado en febrero de 2013: “Brasil, una Rusia tropical”.
Más allá de las exuberancias climáticas, la visita pespuntea el esfuerzo de ambos bancos centrales para lograr un mecanismo que permita el comercio en las monedas nacionales. Por un lado, Figueiredo alentó a las compañías rusas a que participasen en el tratamiento de gas natural en Brasil; por el otro Serguéi Shoigú –el ministro de defensa ruso–, cuando visitó a nuestro vecino, no dejó de subrayar que ambos países le otorgaban especial relevancia al intercambio tecnológico en sus programas de defensa, cuestión que retomó la pareja Figueiredo–Lavrov. También hablaron de la firma de un contrato con Moscú a mediados de 2014 para la compra de baterías de misiles tierra–aire de rango medio Pantir S1 y misiles portátiles Igla–S.
Figueiredo, embriagado por la imagen yuxtapuesta de la grandeza de los dos Pedros emperadores, y de las otras magnitudes respectivas, dijo en la Academia: “En mi país, Rusia puede encontrar (…) un (actor) dedicado activamente a ayudar a definir un orden mundial multipolar y actuar como un protector de la estabilidad y la prosperidad en la región de América del Sur y más allá”. Sobre todo, “a definir” y “más allá”.
Las muchas anchuras de Brasil dictan su condición de potencia, aunque su tamaño y las múltiples capillas políticas (y económicas regionales y sectoriales) estorban para una unidad programática federal duradera. El gobierno de Rousseff enlaza cadenciosamente con las grandes líneas enunciadas por Lula–Kirchner en Londres en 2003 y desarrolladas desde entonces. La visita a Buenos Aires de Marco Aurelio García, desde hace más de once años asesor presidencial de Brasilia, y sus sesiones de trabajo con el jefe de Gabinete Jorge Capitanich, en las que se discutieron las negociaciones Mercosur–Unión Europea, dan aliento a la continuidad de una comunidad de fines y medios diplomáticos entre Argentina y Brasil. Sincrónica con el diálogo entre Brics.
Yendo más allá (siempre más allá), un repaso de los sucesos de esta semana en Ucrania y en China nos lleva a preguntarnos si el pecado original de Occidente no será su incapacidad para extraer enseñanzas de su pasado, como si padeciera de una suerte de añoranza amnésica. Súmese a esta reflexión el hecho de que los líderes actuales se sienten más que felices de “saber que vivimos en un mundo sin memoria, en el que, como sobre la superficie del agua, una imagen desplaza indefinidamente a otra imagen”, como lo expresara un ahora olvidado presidente de Francia. De todo ello son compinches voluntarias –o no– vastas organizaciones mediáticas, encargadas de describir durante 24 horas el mundo que ellas eligen.
Por dar un ejemplo concreto, en el relato sobre el no concluido acuerdo entre Ucrania y la Unión Europea no parece haberse computado lo suficiente la terrible historia de Kiev, incluyendo la hambruna de 1931–1932 que mató a cuatro millones de seres y generó el término que la designa: “holodomor”, o las purgas de 1936. Tampoco se evoca el dato de los más de 250 mil ucranianos que sirvieron en la Wehrmacht (ejército alemán), en una división de las SS llamada “Galitzia”, en la policía, etcétera. Adentrarse en la historia de un pueblo con dos minorías, una de ellas rusa, es un requisito aconsejable para observar el billar a dos bandas jugado por el presidente Víktor Fédorovich Yanukóvich, quien reconoce a la Unión Europea como un borde, y la espesa influencia de Rusia como el otro. El presidente ucraniano quizá no quiera dejarse prender por esa tenaza, y es por eso que viajó a Pekín en momentos en que su gobierno debía entrar a trabajar por la puerta trasera de las oficinas públicas debido a los manifestantes que reclamaban su dimisión por las persecuciones políticas, así como la liberación de Yulia Timoshenko, la encarcelada ex primera ministra y líder opositora.
Rápidamente se cargaron las tintas: o golpe de Estado o dictadura fueron las flechas gráficas publicadas en negrita estos días, con todas las desventajas de la “comida chatarra” aunque, como ella, parezcan alimentar.
Lo cierto es que Kiev necesita pagar 17 mil millones de dólares a Moscú en 2014. Tanto, como es cierto que no pudo obtener del enviado de la UE más que promesas de consideración futura, a cambio de duras exigencias presentes. La población, más bien pro UE en el oeste montañoso y pro Rusia en el Este, debe decidir si prefiere la actual estabilidad y lazos estrechos con Rusia o un futuro “más próspero” en Europa. Pistas: antes de anunciar su repliegue de la firma de lo negociado con la UE, Víktor Yanukóvitch se reunió dos veces con Vladimir Putin. Seguramente por eso decidió salir de Kiev e irse a abrir, en China, la posibilidad de jugar un billar a tres bandas.
En Beijing todo ocurre y a Beijing todos van: Yanukóvitch, ya lo hemos dicho; David Cameron –primer ministro de Gran Bretaña–, el vicepresidente Biden de los Estados Unidos… y algunos otros de más allá.
Ni Cameron ni Yanukóvitch se han referido a las diferencias entre Japón y China sobre las islas Diaoyu–Senkaku, pero el gobierno chino dijo que “Japón debiera hacer una introspección” (sic) “de su historia de invasiones”, y recordar la declaración del Cairo”. El vocero, señor Hong, se refería a la Declaración emitida por Roosevelt, Churchill y Chiang Kai–shek (1943), por la que declaran que Japón deberá devolver todos los territorios e islas invadidos, incluyendo Formosa (Taiwán).
Este mes se celebra el 70º aniversario de la Declaración del Cairo. Será por eso que el vicepresidente Biden prefirió decir que se aconsejaría a los aviones comerciales norteamericanos obedecer a la necesidad de identificarse al control de tráfico chino cuando atraviesen el espacio aéreo de las islas. Esto no satisface al señor Abe, primer ministro de Japón, cuya fisonomía y gestos evocan la figura de George Raft o la de Alberto de Mendoza, con un tinte de conservadurismo nada desusado en un dirigente de prosapia que encarna los antiguos valores nipones, entre los que no figura la mansedumbre.
Mientras, Beijing coloca en órbita al módulo lunar Chang–é (Selene), que aterrizará blandamente en nuestro satélite y colocará en su superficie un telescopio para mirar a la Tierra, junto con un armatoste eficientísimo repleto de sensores bautizado: “Conejo de Jade”.
Al mismo tiempo, el primer ministro Li le regala al premier Cameron un trencito, réplica del tren bala que Inglaterra no tiene y China sí, y le sugiere que China y el Reino Unido “se traten como iguales”, evocando –en clave acrisolada–, el error de Cameron en 2012 de hacer ruido mediático con el Tíbet y recibir al Dalai Lama.
Mientras, Embraer y Harbin, empresas brasileña y china de aviación, anuncian su interés en mantener la producción de los 630 jets regionales que necesitará China en los próximos 15 años y se cierra una operación de compra del 72% de las acciones del Banco BIC de Brasil por 720 millones de dólares.
Y mientras, también, Taiwán acuerda una zona común de pesca con Japón que incluye partes de las áreas controvertidas entre Tokio y Beijing. Aún más allá