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Salud pública

La “opinología” establece o presupone una jerarquía de temas. Hay temas grandes y pequeños, lo que no necesariamente desmerece la opinión en relación con los segundos, porque muchas veces son los pequeños temas los que pueden examinarse con una mayor libertad de conciencia y desde una multiplicidad de puntos de vista.

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La “opinología” establece o presupone una jerarquía de temas. Hay temas grandes y pequeños, lo que no necesariamente desmerece la opinión en relación con los segundos, porque muchas veces son los pequeños temas los que pueden examinarse con una mayor libertad de conciencia y desde una multiplicidad de puntos de vista.
Un tema grande es un tema, digamos, de primera plana: la muerte de Harold Pinter (triste acontecimiento al que la semana pasada se refirió Rafael Spregelburd en estas páginas) es un gran tema, el sostenido plan de exterminio en la Franja de Gaza con el que comenzó 2009 (más de 550 palestinos muertos mientras escribo estas líneas), es otro.
La obsesión maníaca y terrorista de la televisión en relación con la paidofilia debería ser otro (pero su tratamiento es tan delicado que, la mayoría de las veces, se abandona toda intervención en favor de las siniestras corporaciones de teledifusión). El pretendido regreso a la arena pública de Menem, ese anciano político peronista vil y vilipendiado, en cambio, es un tema pequeño.
Sobre todos los temas se puede sostener un discurso (de hecho, no habría propiamente “temas” si el discurso no los sostuviera), aunque no siempre sea igualmente fácil sostener un punto de vista.
Si hay que creerle a los medios gráficos (la “credibilidad” es un gran tema), el Poder Ejecutivo de la Ciudad de Buenos Aires acaba de anunciar un proyecto de ley que garantizaría la misma cárcel sanitaria que el Poder Ejecutivo Nacional promueve desde hace meses (la coincidencia no es fortuita y demuestra hasta qué punto los intereses y horizontes ideológicos de la Ciudad y la Nación son concurrentes). Por un lado, se pretende establecer “la libre opción de obra social” para los trabajadores municipales. Por el otro, todos los trabajadores deberán seguir aportando el mismo porcentaje de sus salarios a la obra social municipal (ObSBA), con independencia de la obra social que efectivamente decidan utilizar. Esto significa que si un trabajador de la Ciudad de Buenos Aires opta por una obra social diferente (o una compañía de medicina prepaga), de todos modos deberá solventar el funcionamiento de la ObSBA.
No es raro que el Frente para la Victoria haya anunciado que acompañará el proyecto oficialista en la legislatura: el Poder Ejecutivo Nacional sostiene, a través de la Superintendencia de Servicios de Salud, el mismo criterio: se podrá abandonar la obra social del gremio, pero no se podrá dejar de pagar el porcentaje salarial correspondiente a esa obra social (se la use o no, obtenga uno un beneficio de ella o no).
Así planteado, el tema no sorprende: se trata, una vez más, de un caso de corrupción sindical y sólo eso (aunque las cifras involucradas sean ciertamente escandalosas: no menos de dos mil millones de pesos anuales, según los cálculos más conservadores).
El problema, claro, es la ausencia en la Argentina de un sistema de salud unificado y universal o, lo que es lo mismo, la convivencia aberrante de dos sistemas privados irreconciliables (la medicina sindical y la medicina prepaga) junto a un sistema público de salud cada vez más agobiado por la incapacidad o el desinterés del Estado para diseñar una política sanitaria eficiente. Después de todo, es más cómodo apostar en el casino político el 5% de la masa salarial total de los argentinos (3% a cargo del empleado, 2% a cargo del empleador) porque, como se sabe, favor con favor se paga.
¿Consituyen los sistemas de salud de los que estamos presos un tema de opinión grande o pequeño?