COLUMNISTAS
Gobierno vs. empresarios

¿Scioli, árbitro?

En IDEA se repitió un clásico del marketing peronista. Las contradicciones hijas del temor.

¿HAY DERECHO? Cristina Fernández
| Pablo Temes
En la semana que pasó, asistimos a una escena típica de la política peronista: gobierno nacional y empresarios se trabaron en una escalada dialéctica que pareció, sólo pareció, enfrentar al país de los ricos con el de la gente común o directamente pobre; mientras tanto, ambos bandos se esmeraron en celebrar y atraer a quien hoy aparece como el más interesado en conciliar esos dos mundos, Daniel Scioli. Con él se podría lograr al menos una vía de conciliación, lo que no es poco dados los riesgos que implica un cambio más audaz, riesgos que se agigantan precisamente por la polarización planteada: en un momento de tal incertidumbre como el actual, es naturalmente bienvenido quien pueda prometer que nada grave va a suceder y las cosas seguirán funcionando más o menos como hasta aquí. La continuidad de lo mediocre o incluso lo malo puede presentarse como una buena salida ante el riesgo de lo peor.
Con poco más que este mensaje en sus bolsillos, Scioli llevó su nada a Mar del Plata. Habló tres minutos, para decir simplemente que no sería bueno que se vaya todo al diablo y él es el indicado para evitarlo. Fue una versión más modesta, pero mucho más adecuada al ambiente, que el Scioli del Precoloquio de IDEA de 2003, cuando el kirchnerismo daba sus primeros pasos en el gobierno nacional. El entonces vicepresidente se jugó bastante más que ahora, bregó porque pronto volvieran los mercados a regir las tarifas de los servicios públicos, y pasó los siguientes cuatro años encerrado en el freezer por un presidente enfurecido.
Lo que no cambió tanto desde entonces, pese a las apariencias, es el clima de IDEA: por años ha sido uno de los pocos foros donde los empresarios objetan abiertamente decisiones oficiales, más allá de los beneficios con que en lo inmediato el Gobierno esté seduciéndolos. En eso no hay nada nuevo. Lo nuevo es que los beneficios son cada vez menos, así que la asistencia creció y el tono se endureció; y por su parte el Gobierno dejó de ignorar esas opiniones y mandó a sus funcionarios a retrucarlas.
Lo primero que hay que decir es que al oficialismo, sin duda, sigue rindiéndole mostrarse como enemigo de los ricos. Más todavía hoy: eso lo habilita a echarles la culpa a los dueños del capital y a los extranjeros de los problemas de la economía, y lo pone bien en línea con una opinión muy difundida según la cual el empresariado local es antinacional y mezquino, sube los precios, se fuga al dólar y especula en todas las formas imaginables porque no le importa beneficiarse perjudicando al resto. Como si los comportamientos habituales del resto de la sociedad argentina fueran muy distintos.
La contraposición así planteada entre “ellos, los ricos” y “nosotros, los pobres, la gente común y el Gobierno que los protege de una crisis que va a agravarse si cedemos el poder a ellos” es el corazón de la estrategia oficial para pilotear la transición.
Sirve no sólo para velar la responsabilidad de la política gubernamental en una recesión con alta inflación, mezcla muy difícil de lograr y que además de haberla alcanzado se agrava día tras día, sino el hecho de que el Gobierno dista de ser un David que enfrenta valientemente a Goliat: sigue siendo muy poderoso y usa su poder abusivamente para asignar premios y castigos y controlar a esos capitalistas que denuesta y, en muchos casos, están obligados a hocicar si no quieren perder sus empresas. Vela también el hecho de que este gobierno, probablemente más que cualquier otro de los últimos cien años de historia argentina, está formado por gente muy adinerada y muy prósperos empresarios, empezando por la Presidenta.
Pero tal vez lo más importante es que esta contraposición sirve para disipar la confusión que de otro modo se generaría en la propia tropa y los todavía entusiastas seguidores del oficialismo ante el hecho de que el único heredero viable del actual modelo de supuesto reformismo innovador y distribucionismo igualador es el candidato más conservador de los que están en danza, y encima es también el preferido de muchos grandes empresarios.
La contradicción andante que por regla general es la política peronista quedó, así, bien a la luz y en acción en el Coloquio de IDEA. Allí fue Scioli a oficiar de “único oficialista amistoso”, se negó a debatir con sus adversarios, pero igual inauguró el encuentro. Robó cámara sonriéndole a todo el mundo; para correr presuroso a seguir abrazándose sonriente con Wado de Pedro, Kicillof, Julián Alvarez y la propia Cristina. Sus chances de ser coronado como candidato oficial a la presidencia no se debilitan sino que se incrementan con estas contorsiones fotográficas en medio del fuego cruzado de acusaciones destempladas. Sucede que, como lo que hay que conciliar es cada vez más inconciliable, y la crisis que de otro modo va a estallar es cada vez más inminente y más aguda, aparece cada vez como más necesario confiar en un experto en contradicciones y ambigüedades y entregarnos a su sano juicio.
Podría creerse que alguna de las partes involucradas en este juego de contradicciones y sonrisas cruzadas se equivoca, o es víctima de un engaño, que alguno de ellos, Scioli, Cristina o el empresariado, ha quedado enredado contra su voluntad en el intríngulis que tejen en su perjuicio los otros dos: que Cristina va a ser víctima de Scioli en cuanto éste logre ser coronado candidato, o que Scioli va a serlo de Cristina en cuanto firme la composición del resto de las listas, o que los empresarios serán esquilmados por ambos cuando llegue la hora de hacerse cargo del pasivo acumulado por la fiesta de años pasados. Pero tal vez no sea así: cada uno hace el juego que más le conviene, y puede que todos se salgan en alguna medida con la suya. A menos que haya otro juego que ofrezca algo mejor, y que por ahora no se sabe con qué actores podrá jugarse. Porque las alternativas de cambio por las que bregan Massa, Macri y UNEN pueden terminar anulándose entre sí, o al menos resultan por ahora muy difíciles de conciliar y hacer converger.
Otra curiosidad del último Coloquio de IDEA fue que intentó dejar afuera lo más posible la discusión política, pero ella se filtró en todos y cada uno de sus paneles, y terminó estallando en una querella difícil de disimular entre sus propios organizadores, respecto de si no se había hecho lo suficiente para impedir que él se convirtiera en un amplificador de las voces más duras de oposición, lo que a la luz de exposiciones muy aplaudidas, como la de Daniel Sabsay, es sin duda cierto, o si la tarea de contener la indignación imperante en muchos asistentes y hallar un tono lo más moderado posible para no alimentar el juego de la polarización hubiera requerido hacer algo más que sonreír y abrazar a Scioli; tal vez obligarlo a discutir. Las instituciones viven un momento delicado. Pueden dar lo mejor de sí para tratar de que las cosas se encarrilen. Pero dado el grado de dependencia que el proceso político padece respecto del ánimo de unos pocos actores bien individualizados y muy poco afectos al compromiso, es claro que no podrán hacer milagros.