En las últimas dos semanas, Estados Unidos experimentó la nacionalización, la quiebra y el rescate
de la mayor empresa aseguradora del mundo (AIG, con activos por un trillón de dólares); de dos de
los cinco principales bancos de inversión (Lehman Brothers y Merrill Lynch, con valores por 1,5
trillones de dólares); y de las dos mayores agencias hipotecarias (Fannie Mae y Freddie Mac,
capitalizadas en 1,8 trillones de dólares). La pérdida de valor ocasionada por la virtual quiebra o
intervención de cinco de las principales empresas financieras norteamericanas superó los 4,3
trillones de dólares (32% del PBI).
La liquidez insertada por el Tesoro y la Reserva Federal para contrarrestar la brutal
contracción financiera –la mayor desde la década del 30– ascendió a 180 mil millones de
dólares. El viernes a la noche, Hank Paulson, secretario del Tesoro, y Ben Bernanke, presidente de
la Reserva Federal, resolvieron pasar de la inyección de liquidez en el sistema financiero al
ingreso permanente de capital público, como única forma de restaurar la confianza y frenar la
espiral de pánico (compra masiva de títulos del Tesoro, que cayeron a su menor nivel de rendimiento
de los últimos 20 años: 2% anual).
Bernanke y Paulson advirtieron que la ola de miedo y aversión al riesgo comenzaba a
transformar la iliquidez de las instituciones financieras en virtual insolvencia (quiebra o
bancarrota).
Los fondos públicos –inicialmente no menos de 500 mil millones de dólares– se
utilizarían para comprar al sistema bancario la totalidad de las hipotecas securitizadas subprime.
El mercado hipotecario de los EE.UU. asciende a 10,6 trillones de dólares; y el gobierno
norteamericano utilizará una cifra que equivale a 4,7% de ese total para comprar todas las cédulas
subprime.
La intervención de la Reserva Federal y el departamento del Tesoro supera, hasta ahora, en
cifras absolutas y en proporción al PBI, la suma total de lo invertido por EE.UU. entre 1929 y 1932
para rescatar al sistema financiero de entonces, con más de 4.200 bancos quebrados. Las pérdidas
del sistema financiero internacional asciendan ya a 500 mil millones de dólares, con una
reducción de liquidez que se estima en no menos de 2 trillones de dólares.
Lo que está en juego con la contracción financiera norteamericana, y por extensión del mundo,
es si este extraordinario proceso de iliquidez se traduce en una recesión /depresión de la economía
mundial por los próximos 3 o 4 años. Ante esta posibilidad aparece insistentemente la metáfora
ominosa de una repetición de la Gran Depresión de la década del 30.
La realidad de las economías norteamericana y mundial no condice con esta lúgubre imagen. En
el segundo trimestre del año (abril-junio), la economía de EE.UU. creció el 3.3%; y el auge récord
de sus exportaciones –el mayor nivel desde 1980– fue responsable de prácticamente la
totalidad de esa expansión (3,1% sobre 3,3%).
La crisis financiera desatada por la caída de los valores inmobiliarios adquirió un carácter
agudo a partir de agosto de 2007; y a contar desde julio de 2007, las exportaciones estadounidenses
han aumentado el último año 21%; en tanto las que se dirigen al Asia-Pacífico (China) crecieron
entre 35% y 40%.
Lo decisivo es que la productividad norteamericana aumenta a pesar de la desaceleración
económica y la contracción financiera. En el primer semestre de 2008 –comparado con igual
período del año anterior– la productividad aumentó 3,1%.
La productividad en el mundo es un fenómeno pro-cíclico: cae el producto, disminuyen las
inversiones y se debilita la productividad. No así en EE.UU. Allí tiene un carácter estructural, en
lo esencial irreversible. Es un nuevo escalón histórico de la capacidad productiva, actual y
potencial.
Por eso esta semana, en el paroxismo de la crisis financiera, la Organización de Cooperación
y Desarrollo Económico (OCDE) elevó sus proyecciones de crecimiento de la economía norteamericana
en 2008 de 1,8% a 1,9%, aunque las redujo para 2009: de 1,8% a 1,7%.
El dato central de la crisis norteamericana –medida en el marco de la extraordinaria
contracción financiera– es el vigor de su economía, que se revela en el auge estructural de
su productividad. En medio de la crisis, y a través de ella, EE.UU. muestra que está allí el eje y
la frontera del capitalismo más avanzado en su fase de globalización; y la contracción financiera,
la mayor en seis décadas –cuando se desploman cinco de las principales entidades bancarias y
de seguros en tan sólo 10 días, con una pérdida de valor que supera los 4 trillones de
dólares–, profundiza esta situación y le otorga todavía mayor relieve.
Lo que sucede en Estados Unidos. tiene alcance mundial. El dato decisivo de la época es que
el centro del capitalismo es cada vez más la economía norteamericana; y se comprueba que las etapas
del ascenso histórico en el proceso de la acumulación capitalista avanzan y se revelan a través de
las crisis.
En los primeros seis meses de este año, más del 80% del crecimiento de la economía mundial
fue obra de los países emergentes (China 27%; India, Rusia y Brasil, sumadas, 25%). Es la primera
vez en la historia del capitalismo que la recesión (Japón, Unión Europea)/desaceleración (EE.UU.)
de la tríada de los países avanzados no se traduce en contracción mundial.
Es una diferencia que no surge de la mera disparidad de ciclos entre los países emergentes y
la tríada. Responde a causas de fondo, de tipo estructural. Muestra que la globalización, iniciada
hace 30 años –y que adquirió “carácter mundial” a partir de1991con el vuelco de
la inversión extranjera directa a China– es la convergencia entre el nivel de productividad
del mundo emergente y Estados Unidos