COLUMNISTAS
GOBIERNO Y GREMIOS

Se hace modelo al andar

En el poder, el pragmatismo también puede ser hijo de la indefinición. De Laclau al Fondo Monetario.

El ‘Meta’ ajuste, Hugo Moyano.
| Dibujo: Diego Temes

Los ‘meta’ tendrán que comprender que su época ya fue, que estamos en otra etapa del desarrollo del país, que ahora mandan los gremios de servicios. ¡Qué le vamos a hacer! Todo cambia. Sorry…”.

Cristina Fernández de Kirchner era por entonces senadora nacional y estaba ayudando a su marido en el armado de las políticas que desarrollarían a partir del 25 de mayo de 2003, cuando el benjamín designado por Eduardo Duhalde asumiera la presidencia de la Nación.

El gremialista que la escuchaba quedó sorprendido. Que denominara “los meta” a los afiliados de la histórica Unión Obrera Metalúrgica o el “sorry” le parecieron excentricidades poco peronistas, pero que siguiera imaginando un país de servicios como el que había imperado en la década anterior le sonó un tanto extraño. No resultaba siquiera acorde con lo que pensaba el propio Duhalde o su ministro de Economía, Roberto Lavagna, cantado candidato a continuar en el cargo durante la gestión de su marido. Pero, como aquellos “almuerzos de trabajo” no tenían otro objeto más que “ir semblanteando” a los futuros interlocutores del frágil gobierno que estaba por asumir, el astuto sindicalista prefirió no hacer comentario.

Se despidió de la futura primera dama con un beso en la mejilla y se dirigió inmediatamente a informarle los resultados del encuentro a su jefe histórico, Hugo Moyano. La reunión sólo había servido para confirmar lo que ambos dirigentes ya conocían por otras fuentes cercanas al matrimonio santacruceño: no había ningún plan o modelo de país a la vista. Por lo tanto, la supervivencia del poder sindical dependería, una vez más, de la capacidad de presión que éste fuera capaz de ejercer. En esa tarea concentrarían todos sus esfuerzos. En el peronismo nadie come vidrio: los matrimonios políticos duran mientras existan bienes gananciales.

“Al llamado ‘modelo’ lo fueron inventando sobre la marcha –recuerda ahora el gremialista que almorzó con Cristina en su despacho aquel día de 2003–. Ni Kirchner ni Cristina tenían idea de cómo iban a gobernar. Lo mismo ocurrió con los derechos humanos y con tantos otros temas. Lo que tuvo Néstor fue una enorme audacia para aprovechar un momento del país en el que nadie tenía poder suficiente como para imponerse. El entendió eso inmediatamente y fue seduciendo, o comprando, a distintos sectores que venían del desierto de 2001. Así se fue armando el relato”, agrega el dirigente que luego supo frecuentar con regularidad a la pareja presidencial y que ocupó cargos importantes en el Gobierno. “Uno escucha a los de Carta Abierta o a los pibes de La Cámpora y pareciera que detrás de esta gente hubiera un proyecto de Nación. Pero es todo un gran verso. Improvisan. ¿No ve que ahora tiran la toalla ante el Fondo Monetario? ¿Estos no eran de izquierda?”.

En el momento en que se registran estos recuerdos y reflexiones –jueves 10 de abril, a las 18–, el país vive un extraño anochecer. El paro nacional convocado por el ex aliado K, Hugo Moyano, el ex menemista Luis Barrionuevo y la central más combativa del universo laboral, la CTA de Pablo Micheli, con la adhesión de los segmentos radicalizados de la izquierda gremial, ha logrado no sólo paralizar la actividad en los principales centros urbanos del país sino que ha sumado confusión ideológica a un mapa que el kirchnerismo intentó simplificar a su antojo durante una década de profusa propaganda nacional y popular. No fue menor, por ejemplo, el aporte que hicieron a la huelga los gremios del transporte, hasta hace poco alineados en la CGT oficialista de Antonio Caló. A su vez, del lado del “meta” Caló siguen reportando algunos gremios, como Sanidad, que juegan abiertamente con Sergio Massa, el “responsable político” del paro nacional, según la versión conspirativa del Gobierno. Alguien debería retirar de la mesa de luz de Olivos los libros de Ernesto Laclau, el teórico predilecto del cristinismo, antes de que el país termine de enloquecer.

Durante los primeros años, sobre todo en tiempos de Néstor, el Gobierno prefería no dar demasiadas explicaciones directas acerca de su difusa matriz ideológica. Lo hacía en cambio a través de gestos (por ejemplo, bajar el cuadro de Videla) o dando rienda suelta a los medios afines que –a fuerza de generosos recursos– iba sumando a su ecléctica causa. Kirchner nunca se preocupó demasiado por esos vaivenes. En ese sentido, era un peronista hecho y derecho: la contradicción no figuraba en su diccionario. Daniel Hadad y Horacio Verbitsky entraban por igual en sus planes, siempre y cuando sirvieran para la acumulación de poder, que era su única obsesión.

Con Cristina las cosas se fueron complicando cada vez más. En principio, porque la Presidenta es adicta a la alta exposición, ama las clasificaciones ontológicas y cultiva ciertas pretensiones intelectuales. En los últimos tiempos, la fisura entre relato y realidad se volvió dramática. Tanto es así que, en una extensa nota titulada “El psicodrama de CFK”, la prestigiosa revista inglesa The Economist dijo esta semana: “Queda la impresión de que (la jefa de Estado) es alguien que preferiría evitar las malas noticias antes que enfrentarlas. Respecto de los graves problemas, la Presidenta, ni palabra. En su último discurso ante el Congreso, que duró casi tres horas, evitó mencionar la inflación y la inseguridad, los dos problemas que más preocupan a los argentinos hoy”.

Empujado cada mañana hacia el atril de la Casa Rosada, el jefe de Gabinete Jorge Capitanich ha logrado en pocos meses sumergir su carrera política en un mar de incoherencias. El último lunes la emprendió contra el Fondo Monetario Internacional por “el sesgo ideológico” de su último informe crítico hacia la Argentina. Mientras tanto, el ministro de Economía Axel Kicillof preparaba su viaje a la asamblea anual del organismo para rogar ayuda financiera para las desvencijadas cuentas públicas del país.

La titular del FMI, Christine Lagarde, pareció disfrutar de la situación. “Estamos encantados de recibirlos”, saludó la atildada funcionaria a la delegación nacional. Seguramente, madame Lagarde habrá recordado en ese instante la última vez que intercambió mensajes públicos con la presidenta argentina. Fue en septiembre de 2012. Por entonces, la titular del Fondo había amenazado con ponerle “tarjeta roja” al país por la malversación de las cifras del Indec. Cristina replicó por Twitter, su red favorita: “Ya que estamos en el rol de comparar el fútbol con la economía, digo que el rol del presidente de la FIFA ha sido más satisfactorio que el de la titular del FMI”.

Se hace modelo al andar.