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Se vienen los apolíneos

La política es siempre cambiante pero hoy el peronismo se encamina a ser oposición y el panradicalismo, gobierno en 2011. La disputa agresiva de Duhalde con Kirchner y la conciliatoria de Duhalde con Reutemann por su indefinición apuntan más a quién será el jefe de la oposición que al del próximo oficialismo.

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COBOS-SAN MARTIN. El vicepresidente y un cuadro del padre de la patria al que aspira parecerse.

La política es siempre cambiante pero hoy el peronismo se encamina a ser oposición y el panradicalismo, gobierno en 2011. La disputa agresiva de Duhalde con Kirchner y la conciliatoria de Duhalde con Reutemann por su indefinición apuntan más a quién será el jefe de la oposición que al del próximo oficialismo. El sueño diurno de Duhalde –tan ostensible que lo hace público cada vez que puede– es “llevarse al loco” que trajo; que Kirchner pierda tanto la presidencia del país como del PJ y, como lo viene repitiendo, que el peronismo pueda superar su asignatura pendiente de ganar una elección, inclusive después de que un presidente de otro partido termine con éxito su mandato, algo que nunca le sucedió aún.

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Aceptando que la política es siempre cambiante, si las elecciones fueran hoy Julio Cobos sería el nuevo presidente y Kirchner o cualquier otro candidato peronista no pasaría siquiera a la segunda vuelta. El filósofo del Senado Samuel Cabanchik, repara que Cobos se parece cada vez más al San Martín de su época mendocina, algo que Cobos debe haber percibido porque no pierde oportunidad de asociar su figura con la del padre de la Patria. A Cabanchik, quien además de senador es el profesor titular de Filosofía Contemporánea y Fundamentos de Filosofía de la UBA, le atribuyen haber apelado a Sarte para explicar las diferencias entre los peronistas y los radicales. Sartre, en su libro El ser y la nada, escribió sobre las alternativas entre tener y ser: una simplificación sería decir que los peronistas estarían marcados por el tener y los radicales por el ser.

Otro filósofo, Nietszche, dividió a la humanidad entre dionisíacos y apolíneos. Dioniso era el dios griego de la naturaleza, la savia húmeda de la tierra y la vida poderosa. Su fecundidad y exuberancia hacían que el hombre que se identificara con él se sintiera ebrio de vida y aboliera los límites de la existencia. Apolo era el dios de la mesura, la verdad, la ética y el orden. Quienes se identificaban con él eran disciplinados, apegados a la formas, sentían agrado por las convenciones y el deber ser.
La vida se construiría en ciclos donde predomina uno u otro aspecto, siempre en tensión y alternancia. La razón exige un orden estable; la innovación, del impulso dionisíaco. Para Nietzsche, el mundo no es racional, progresa como resultado de la voluntad y no de la razón.
Dioniso también está asociado a Baco y el vino, a la noche y lo caótico, a la seducción de la música y al frenesí del sexo. Goethe inmortalizó al aprendiz de brujo como el discípulo de un mago que logró transformar una escoba en un criado al que luego no supo cómo desembrujar ni detener, a pesar de que sus acciones iban en su propia contra.

Cuando se llega al paroxismo dionisíaco, es necesario restablecer el equilibrio con el apego a la medida, lo justo y la prudencia que le ponen límite al estado narcótico. Son antinómicos: mientras Apolo enseña el conocimiento de sí, Dioniso, el olvido de sí. Uno es cultura; el otro, naturaleza; lo refinado versus lo silvestre, la apariencia y lo real, cuerpo y mente. La cultura tiene culpa y vergüenza; la naturaleza, fuerte e inderrotable, no sabe qué son esos sentimientos.
Hay un misterioso magnetismo cautivante en lo amoral de lo dionisíaco frente al erotismo frío de la calidad inalcanzable de lo apolíneo. El capitalismo, por ejemplo, es un producto de lo apolíneo. Las revoluciones, naturalmente desenfrenadas y pasionalmente impulsivas, son una construcción de lo dionisíaco.
Desde una perspectiva política, y no exentos de una cuota de significativa arbitrariedad, se podría decir que el peronismo tiene más rasgos dionisíacos que apolíneos y, viceversa, que el radicalismo, más apolíneos que dionisíacos.

Lo tiránico y lo bárbaro provienen del espíritu dionisíaco. El legislador y la democracia de lo apolíneo. El racionalismo en su necesidad de uniformar desprecia lo cambiante, peca de abstracto, mediocriza y termina siendo víctima de las formas. El libre brotar del impulso desnudo que rompe todas las cadenas e ignora cualquier limitación corre el riesgo de terminar sofocando todo, incluso al genio creador que es su principal emergente.
Ideas de Nietzsche que los argentinos comprenderemos perfectamente al analizar el fin de la convertibilidad: “Si Apolo trata de imponerse sobre Dioniso mediante la regulación legal, el segundo, que es el dios de la intoxicación y del caos, se venga de Apolo destruyendo la ley que Apolo quería imponer”. Dioniso desestabiliza, luego viene Apolo con su control de sí mismo a restablecer la ecuanimidad posible. Dioniso crea, Apolo cura.
La vida es una sucesión de estos estados. La política, también.