COLUMNISTAS
Arte poetica

Ser felices

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Veo el horror, la angustia, la vanidad, el frenesí, la desesperada necedad que anima a nuestra especie y que se eleva como un trino por encima de la atmósfera del orbe. Fue Galileo Galilei, si no me equivoco, quien tomó las medidas del Infierno de Dante y concluyó que Satanás medía un kilómetro de altura.

Voy por la vereda del sol de una de estas mañanitas cálidas preguntándome si la suma de problemas que configuran mi existencia no me deparará además una amistosa embolia. De golpe, me tropiezo con una amiga. Integra el universo de los artistas plásticos, en el sector de aquellos que son exquisitos pero no venden y tienen que trabajar de otra cosa. El primer minuto de conversación se gasta en efusiones sociales; en el segundo, ya se está quejando: en el trabajo el aire acondicionado está puesto en un enfermante frío perpetuo, sus compañeros son larvas que no hacen otra cosa que repetir como loros los trend topics oficialistas; quiere cambiar de puesto y de vida pero no puede. De pronto, como al pasar, como antes de irse, me comenta: desde hace tiempo, además de pintar, escribe. Durante el día le van apareciendo palabras, palabras sueltas, de a una por vez, pueden ser o parecer cualquiera. Ella las va anotando, cada una en un papelito distinto, y va juntando los papelitos en un bolsillo. A la noche, pega las palabras en la pared y se sienta a escribir, y cada tanto alza la vista y lee una u otra palabra y la toma y la incluye en su texto. Mientras me cuenta esto, su voz cambia, la preocupación pequeña la ha abandonado. De un salto, pasó a la dicha.

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Una poeta americana, Marianne Moore, recibía o solicitaba catálogos turísticos de todos los países, en la época en que un catálogo no era una simple mención de precios, estrellas de hotelería y facilidades de pago sino una reseña de las bellezas y extrañezas del mundo. Moore recortaba las palabras o las frases que le gustaban, y las iba pegando sobre una hoja de papel hasta tener un poema entero. Hermoso, personalísimo y a la vez ajeno.

Desde hace años me vuelve una frase que leí en Las ciudades invisibles. Marco Polo dice a Kublai Khan que la vida es un infierno y que dentro del infierno hay que encontrar lo que no es infierno y hacerlo durar, y darle espacio. Siempre lo consideré uno de los mayores hallazgos de Italo Calvino. El otro día encontré la cita en otro contexto: era de San Agustín.