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Ser o no ser ‘Charlie’

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Me preocupan las marchas y contramarchas de la opinión acerca de ser o no ser Charlie. Las tropelías del fascismo que el atentado revela hacen que la dicotomía de ser o no ser Charlie se torne insoluble.

Se entiende lo que significa “ser Charlie” (al menos en sus aspectos positivos) y hasta Maggie Simpson lo entiende: ha cerrado el último capítulo enarbolando esa bandera. Listo. Ya está estabilizada la versión que ingresará a Wikipedia.

Nadie quiere identificarse con los asesinos, y la vida robada a los doce ilustradores indigna tanto como los miles de vidas que esta guerra por el petróleo, los recursos y la hegemonía de Occidente se está cobrando, disfrazada convenientemente de enfrentamiento irracional y religioso. Pero a favor de “no ser Charlie” están los argumentos elocuentes que exponen la relación entre David Drugeon y los tres terroristas reclutados por el aparato de inteligencia francés hace algún tiempo. Se suma el misterioso suicidio de Helric Fredou, comisario de la Policía Judicial de Limoges, que estaba investigando el caso. Y la aparición del pasaporte en la escena del crimen está calcada de aquel que se rescató de entre toneladas de polvo y hierro derretido en las funestas Torres Gemelas. El horrible atentado está lejos de parecer un acto de terrorismo azaroso si sopesamos el enorme provecho que le hace a la ultraderecha europea.

Sin embargo, los argumentos por “no ser Charlie” van más allá (demasiado más allá, para mi gusto) y osan esgrimir la idea de que no todo humor es correcto, algo así como “algo habrán hecho estos muchachos”. No sé si los chistes de Hebdo me dan risa o no. Pero me parece que el humor es una forma de relación entre términos que debe franquear una brecha que la razón no se atreva a cruzar. Sólo así abre el pensamiento que pueda llevar a la revelación de algo que el tejido cultural y moral impedía ver, incluso para condenarlo si nuestra voluntad así lo quisiera. Charlie se burla de la estupidez de las religiones. Que el fascismo logre hacer uso de esta habilidad no catalogada dentro de lo que está bien no es culpa de los humoristas, que hacen su trabajo: poner en jaque a la razón para expandir las posibilidades de la verdad. Las religiones son pavotas y peligrosas. Y sí: a lo mejor ellos podrían haber elegido burlarse de aspectos más profundos del poder mundial. Pero nadie merece la muerte por hacer chistes; a lo sumo –en el peor de los taliones– sólo merecen que se hagan chistes sobre ellos.