COLUMNISTAS
Defensor de los Lectores

Sí a la puteada, no al insulto

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Suelo insistir con elogios para este diario por la multiplicidad de miradas que ofrece el conjunto de columnas y artículos de opinión sobre los más variados temas. Es, seguramente, una de las características de PERFIL (no vista en otros medios) que más valoran los lectores, porque esa paleta de muchos colores permite alimentar sus propias opiniones y formularse una más completa visión sobre los temas que el diario propone. Sin embargo, hay dos cuestiones que quisiera abordar para proponerles a quienes firman esas columnas un contrato de lectura con sus destinatarios que mejore el actual, en lo posible.
La primera tiene que ver con contenidos, o más bien con el estilo de comunicación que algunos eligen. Antes de continuar, debo confesar que soy un bocasucia, que para mí no cabe el concepto de “mala palabra” y que he dado hace ya muchos años la bienvenida a puteadas y otras variantes en los textos periodísticos cuando resultan necesarias para afirmar conceptos. Pero una cosa es esto y otra emplear palabras de grueso calibre para descalificar, insultar, denostar desde las páginas de este diario (y de cualquier otro). El ejemplo reciente que citaré es la columna “Medios pelotudos”, que firmó Carlos Ares en la página 6 del sábado 2 de noviembre. Enmarcado en la cobertura por la disputa entre el Gobierno y el Grupo Clarín, que abarcó seis páginas de esa edición, el texto califica a periodistas (ninguno con nombre y apellido) como “muñequitos a cuerda, a cámara, a micrófono, a buen salario, a obediencia debida”; a medios y espacios de televisión (ejemplifica con Página/12 y 6,7,8) como “basura”; dice que él habla “de los que producen mierda” y “en suma, de los hijos de puta que resoplan mal aliento”; y señala a un empresario de medios (Szpolski), a publicaciones y programas paraoficiales y a “una extensa red de canallas” que quieren seguir cobrando dineros del Estado. Estos adjetivos y definiciones sólo pueden ser calificados como exabruptos, más cercanos al libelo (según la RAE, “escrito en que se denigra o infama a alguien o algo”). El lector de PERFIL merece algo mejor que esta catarata insultante, porque nada le aporta a aquello de lo que escribo más arriba: a una mejor definición de sus propias opiniones. Decía Jacobo Timerman: “Hay diez mil formas diferentes de decir ‘hijo de puta’ en español. ¿Por qué usar siempre ésta?”.
El segundo punto que quiero enfatizar también involucra a Ares, pero no sólo a él. Sus columnas son firmadas con la aclaración de que se trata de un periodista, y que dirige los medios públicos de la Ciudad. Pero él es algo más: es miembro muy influyente del equipo de comunicación del gobierno porteño y del macrismo, y sus columnas apuntan siempre, como cañones alertas, sobre el kirchnerismo, sus aliados, las políticas que promueve y los estilos y acciones de funcionarios del gobierno nacional. Es juez, fiscal, verdugo en nombre de una de las partes, y tiene derecho a serlo siempre que quede claro, en este diario y para sus lectores, su condición de vocero de un sector de la oposición.
No es el caso de Ares el único. Cuando el encuestador Artemio López hace de tal y sus columnas tienen que ver con los resultados de su trabajo, está bien que se aclare que lo hace como director de la Consultora Equis (una de las varias a las que recurre el gobierno nacional), aunque deslice en sus textos su inocultable posición oficialista; pero cuando hace juicios de valor peyorativos respecto de la oposición (los mismos que expone en sus apariciones televisivas) o elogia sin ambages las políticas gubernamentales, como lo haría el mejor Aníbal Fernández, sería conveniente que la aclaración de firma lo identificara como vocero oficioso del Gobierno.
El mismo metro debería servir para medir cuándo Jaime Duran Barba escribe como profesor de la George Washington University, tocando temas de elevado contenido intelectual, y cuándo lo hace fijando posición en torno al gobierno de Mauricio Macri, de quien es el principal asesor comunicacional. En la edición de ayer, en una correcta aplicación de este principio, al pie de su columna “Hitler, la teocracia y Chávez”, se consignaba tal carácter, pero por lo general no ocurre y debería ocurrir.

Aclaración. En la página 46, el lector Rubén Dalceggio formula un reclamo: no se le dio curso a una carta que enviara en mayo, según consigna. Tiene razón, porque por alguna razón involuntaria su correo se habrá traspapelado y no se publicó. En cambio, no tiene razón al adjudicar a Emilia Delfino una afirmación que ella nunca hizo (su columna del 18 de mayo que cita el lector es clara al respecto); sí estuvo imputado como funcionario actuante en una causa por irregularidades en papeles de migración de ciudadanos chinos (cuyo principal acusado era el ex contador del empresario K Daniel Pérez Gadin), en la que fue sobreseído por prescripción