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Siempre distinto al anterior

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El entorno es un jardín y los hombres sin corbata, hasta el viaje a Brasil. El nuevo gabinete nacional se presentó a la prensa casi como la promoción 2015 de un MBA (Maestría en negocios y administración), en este caso de Pilar; los de Vidal serían otro MBA pero de la Universidad de Morón.
En esta presentación, en las dos en realidad, no sólo hay una búsqueda estética, sino un cuidado y preciso intento de diferenciación respecto del proceso político que se viene a reemplazar, tal como han hecho casi todos los gobiernos desde el 6 de septiembre de 1930 hasta hoy. El nuevo gabinete no se presenta en el Jardín Botánico porque así lo establece un reglamento de ceremonial y protocolo, lo hace porque nunca el kirchnerismo presentó un equipo de trabajo de ese modo. La decisión estética es del PRO, la necesidad de diferenciación es de la cultura política argentina, y la presentación no es un acto de normalidad institucional, es una manera activa de ser diferentes.
Los primeros días de Néstor Kirchner en el poder fueron frenéticos y persiguieron el objetivo constante de diferenciarse del pasado. Todo lo que hacía era distinto. Se agolpaba con la gente, resolvía el problema docente en Entre Ríos, denunciaba a la Corte Suprema, firmaba con una birome común y corriente, y usaba los ya abandonados trajes cruzados. Todo su accionar político estaba lleno de una estética novedosa.
Cuando Menem asumió organizaba partidos de fútbol y de básquet en los que jugaba junto a los seleccionados nacionales, mostrando un presidente activo y carismático que contrastaba con el cansado y sobrepasado anterior. Para De la Rúa la sobriedad era una necesaria acción de contraste con la sobreabundancia de gestos de un presidente saliente que ostentaba una riqueza sin explicaciones, y Duhalde asumió casi sin sonrisas porque Adolfo Rodríguez Saá se había pasado de rosca con los festejos por ser presidente electo entre pares junto con una semana de intensidad política imposible de repetir.
A Daniel Scioli le prestaron una estética para la campaña y fue terrible. Una de las consecuencias que sobrevoló siempre para el electorado fue que no quedaba claro cuánto había de independencia, y cuánto de control sobre el candidato. Pero el postulante experimentó en forma directa que cada cambio de gestión en Argentina es un cambio estético pleno y que, sin ese componente, la suerte de victoria se limita.
Las negociaciones por el traspaso de mando esconden también criterios estéticos. En el PRO imaginan la escena de entrega de la banda en el territorio ya colonizado a Cristina Fernández de Kirchner, para que a la vista de todos quede expuesta su salida junto al ingreso de ellos como un ritual de cierre y apertura. El Congreso de la Nación es más espacioso y ruidoso y seguro que la toma de la cámara no puede tener la penetración de su factible tristeza, otro momento estético tal vez esperado.
Se asume en el Congreso desde el período de Duhalde y allí también lo hicieron Néstor Kirchner y Cristina Fernández. Ese espacio es al mismo tiempo el territorio fundacional del kirchnerismo y de los episodios que hicieron posible su llegada al poder. El vacío posterior a De la Rúa otorgó al Congreso de la Nación la función de resolver la crisis. Quien de allí saliera como presidente sería el vehículo para Néstor Kirchner a la presidencia.
La Cámara de Diputados puede jugar a ser un estadio para gritar por quien se adora. En la liturgia kirchnerista, vinculada a una simulación de masas, los balcones, cantos y gritos son muy necesarios y parte complementaria de quien asume el cargo. Se coloca la banda, toma el bastón y mira hacia arriba para observar los gritos. Para Macri todo eso es muy extraño.
En la llegada del PRO al poder hay sin embargo, una salvedad que puede transformarse en un quiebre sin precedentes para el país. Designa como propio a un ministro del gobierno saliente,  para garantizar la continuidad de una política que considera exitosa. A pesar de cumplir con el ritual argentino de cambio fuerte de estética, este gobierno hay cosas que parece contenerse de modificar y eso nunca había sucedido. Sin embargo, la paradoja es que es tan extraño el gesto, que parece también una manera más de ejercer el cambio estético

*Sociólogo. Director de Ipsos-Mora y Araujo.

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