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Si ella puede balbucear palabras en un inglés tarzanesco y lamentarse de no haberlo aprendido de chica, porque “militaba”, ¿por qué no se puede hablar de París sin ganarse la monserga admonitoria y acusatoria de cipayo? Además, si ella hace el ridículo con sus tristes palotes seudoanglófonos (“What years?”, le preguntó el año pasado a una niña negra en Nueva York, en lugar de “how old are you?”), ¿por qué no compartir impresiones tras una semana en París?
A sus 850 años, la catedral de Notre Dame recibió la Pascua con un fervor más conmovedor que nunca. La muchedumbre hacía una meticulosa y ordenada cola para ingresar a ese estremecedor monumento medieval levantado en París por Francia, “hija predilecta” de la Iglesia. Asombran el orden, el respeto, la limpieza. No es un destino consumístico: la mayor parte de la multitud contempla la enceguecedora belleza de los vitrales, esos “rosetones” de sofisticación deslumbrante que transmiten una luz espectral y evocatoria a la catedral.

El siempre cautivante Museo del Arte y la Historia del Judaísmo de la rue du Temple, corazón del seductor Marais, a metros de la Place des Vosges, propone un desafío formidable con La valija mexicana, una muestra poderosa que recoge los hallazgos de la legendaria maleta de Robert Capa, en la que quedaron guardados sus negativos de las fotos tomadas en la Guerra Civil Española (1936-1939). Se los estimaba perdidos desde entonces, pero aparecieron milagrosamente intactos hace pocos años en México y fueron restituidos al International Center of Photography de Nueva York en 2008. Ya exhibidos en Manhattan, Arles, Barcelona, Bilbao y Madrid, se ofrecen ahora en el Museo Judío parisiense.

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Después de más de setenta años de “peregrinaciones rocambolescas”, casi 4.500 negativos de imágenes de esa guerra siniestra, tomadas por Robert Capa, su compañera Gerda Taro, muerta del lado republicano en 1937 durante la Batalla de Brunete, y David Seymour (“Chim”), conmueven al espectador. También se exhiben fotos de Fred Stein, amigo de Gerda Taro, y muy ligadas a la guerra. Todo es en blanco y negro, sin digitalizaciones ni Photoshop, imágenes poderosas y rotundas de las que mana una poderosa y oscura melancolía.

Películas y ediciones de revistas y diarios comunistas para los que trabajaban estos cuatro comunistas judíos complementan la propuesta. Golpea una brutalidad que documenta la progresiva soledad de la República ante la embestida fascista, que le permitió a Franco hacerse del poder con la participación determinante de Hitler y Mussolini.
Las filas interminables de personas se reproducen en todos los sitios clave, como el Louvre o el Centro Pompidou, que exigen largas horas de paciencia si el desprevenido se presenta sin haber comprado entradas por internet. Pero en lo esencial siempre hay orden, prolijidad y respeto. En París se comprueba la vigencia de la obsesión republicana francesa por la salvaguarda y el respeto de los bienes públicos. Calles, monumentos, espacios simbólicos, transporte público, mobiliario urbano, todo luce intacto e impecable. El legendario “metro”, cuyas 16 líneas cubren 212 km de vías, es una maravilla en progreso constante. La línea 1 (que recorre en sentido este-oeste casi 17 km, entre La Défense y Château de Vincennes) ha sido totalmente automatizada, con trenes robot relucientes de elegancia, limpieza y eficacia.

Es obvio que Francia atraviesa una crisis muy fuerte, como toda Europa. La naturaleza de sus consecuencias sociales escapa a los parámetros argentinos, al menos en el París metropolitano. El presidente socialista François Hollande registra una baja popularidad a sólo diez meses de haber asumido, y los desafíos de la derecha son fuertes. Coincidí en París con la imponente manifestación popular contra la ley de matrimonio homosexual, aprobada por la Asamblea Nacional, pero que debe atravesar el voto del Senado. El despliegue social fue colosal, así como el dispositivo de prevención puesto en práctica por un asombrosamente vasto esquema policial. Pero fue un domingo, y la policía del gobierno socialista (cuerpo profesional no ideologizado) puso un cepo rotundo para proteger lugares “sagrados”, como el Arco de Triunfo o la Place de la Concorde. Pese a unos escarceos entre vigilantes y ultras de derecha, los 600 mil manifestantes terminaron su manif pour tous a las 20.30, y media hora más tarde uno caminaba por unos Champs Elysées totalmente limpios y despejados.

En el Salón del Libro, la participación del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires organizada por Hernán Lombardi, con el eje puesto en los treinta años de democracia, tuvo como acto central un panel al que fui invitado junto a Graciela Fernández Meijide y Francisco Delich. El stand porteño fue magnífico, con mucha literatura sobre derechos humanos y un inusitado esfuerzo para mostrar y valorizar la poesía argentina. Además, hubo milonga en un escenario central, cubierto de decenas de parejas francesas sacándole viruta al parquet. La Argentina como país no participó (Brasil sí tenía un stand impresionante), y aunque el presidente Hollande fue a saludar a Lombardi, el ex ministro del régimen militar de la “Revolución Argentina” y todavía embajador kirchnerista en París, Aldo Ferrer, no apareció por el salón, que como siempre se instaló en el Palais de Versailles (los pobres franceses carecen de una Tecnópolis).

ERRATA: en mi columna del domingo 24/3, donde se publicó “chiítas contra chiítas”, debería haberse leído obviamente “chiítas contra sunnitas”. Disculpas.