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econOMISTA DE LA SEMANA

Síntomas de fatiga en el ajuste

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Impacto sin fin. El precio internacional del petróleo crece. Para Secco, si no se corrigen tarifas de transporte, implicaría un mayor atraso y mantener subsidios. | CEDOC PERFIL

Los datos de inflación no dan respiro. El Indice de Precios al Consumidor (IPC Nacional) de marzo subió 2,3% en su variación mensual y 25,4% comparado con el mismo mes del año anterior, confirmando la percepción de todos los analistas del mercado: lejos de desacelerarse, la marcha de los precios se aleja cada vez más de la meta oficial (fijada en 15,0% para diciembre-18).
El dato más preocupante que se conoció es el de la inflación núcleo, que exhibió una suba mensual de 2,6% en marzo. Este dato, el más alto de la serie en los últimos 21 meses (desde junio-16), es el principal indicador de que el proceso de desinflación luce más que comprometido. La inflación núcleo encuentra una resistencia muy fuerte en el piso de 1,5% (desde que el Indec restableció la normal publicación de los datos de inflación, en mayo-16, solo en cuatro  oportunidades se lograron marcas por debajo de este piso) y, analizando el promedio móvil de seis meses, se observa que ha tenido un leve aumento recientemente.
Aun cuando se espera un descenso del ritmo de incremento de los precios en la segunda mitad del año, dicha baja será insuficiente para acercarse a la meta. Sobre todo si se tiene en cuenta que solo en tres meses ya se llegó al 44% de la pauta inflacionaria del año (6,7% acumulado entre enero-18 y marzo-18).
¿Qué se puede esperar para los próximos meses? Hagamos un ejercicio rápido para simular subas mensuales de precios para lo que queda del año. Abril será otro mes que traerá un número alto de inflación, con registros probablemente por encima de 2,0% mensual. Para los últimos meses de 2018, hay incrementos de tarifas programados
(gas y energía eléctrica en octubre y noviembre) que, de llevarse a la práctica (lo que debería hacerse a pesar de los reclamos de esta semana contra su normalización), harán que el cuarto trimestre vuelva a exhibir un registro “caliente” en materia inflacionaria. Aunque se proyectaran subas en torno a 1,5% promedio mensual para el segundo y tercer cuarto, no se lograría quebrar la barrera de 23,0% anual, ubicando la inflación de 2018 más de 8 puntos porcentuales por encima de la meta del 15%.
Con los datos de IPC hasta febrero-18, según el Relevamiento de Expectativas del BCRA (REM), la proyección de inflación para todo el año se situaba en 20,3%. Ahora bien, entre la inflación acumulada en lo que va del año, la proyectada para abril y el resto de 2018, la pauta oficial se alcanzaría en agosto-18, y a partir de ahí quedarán por delante cuatro meses en los que los precios podrían acelerar su marcha. Es muy probable que en la próxima edición del REM de principios de mayo la proyección vuelva a corregirse al alza y se aleje todavía un poco más de la meta.
Es interesante apuntar que, tomando en cuenta el sendero que hemos simulado para los precios minoristas de aquí a fin de año, la lectura anual de inflación se ubica consistentemente entre el 23,5% y el 25% anual, lo cual condicionará tanto las renegociaciones salariales que tendrán lugar hacia fines de año como las expectativas de inflación para 2019. Asimismo, tal nivel de inflación durante todo el año condiciona el atractivo de los activos en pesos. Es cierto que lo que importa son (y serán) las tasas de inflación futuras, y la prédica del gobierno y del BCRA irán en ese sentido. Pero el pasado reciente ha dejado en claro que hay cierta resistencia de parte de la mayoría de los agentes económicos en aceptar esos argumentos, sobre todo por la inercia que muestra la inflación y por la propia falta de apego del BCRA a las metas inflacionarias vigentes (la cantidad de dinero se expande a un ritmo del 30% anual, incompatible con lo requerido para cumplir con esas metas). Porque del mismo modo que se relajó la política de desinflación el 28/12/2017, por qué no sucederá lo mismo hacia fines de este año, cuando quede claro que no se podrán cumplir las metas de 2019, con la inflación moviéndose a una tasa anual similar a la que había hacia fines de 2017.
Las consecuencias de una inflación que se resiste a bajar del 20% anual son múltiples tanto sobre la economía como sobre la política. El reclamo de amplios sectores de la población por los aumentos de las tarifas de los servicios públicos y sus repercusiones políticas puede ser visto  también como una consecuencia de ella. Es cierto que la normalización tarifaria es una de las causas de por qué es tan difícil desinflar. Pero al mismo tiempo, cuanto más lenta es la desinflación más se sufre la
normalización tarifaria. Y mayores son los riesgos y desafíos que deben enfrentarse. Por ejemplo, el precio del petróleo a nivel internacional ha venido subiendo en las últimas semanas (aunque aflojó un poco en los últimos dos días) y ya se ubica en los niveles más altos desde fines de 2014. Y las expectativas indican que la tendencia podría continuar a lo largo de este trimestre. Eso impondría nuevas correcciones en el precio de los combustibles y, de no corregirse tarifas (sobre todo las del transporte), significaría más atraso tarifario y más subsidios.
El gradualismo en la convergencia inflacionaria (producto del gradualismo en la convergencia fiscal) produce fatiga en la opinión pública. Poco a poco empiezan a ponderarse más los costos de la normalización económica que sus beneficios. Y correr el riesgo de una pausa en el proceso de normalización o una eventual reversión de las políticas es un lujo que la Argentina no puede permitirse.