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Sistemas retóricos

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¿Por qué será que me paso las semanas redactando mentalmente esta columna, puliendo frases (más bien cortas) de aguda perfección que luego, en el momento de escribir, se disipan como un sueño más tenue que benévolo, se desvían a asuntos inesperados, se convierten en otras, más tristes, palabras? El estilo, el verdadero estilo, está siempre del otro lado del espejo. Pero el espejo es una producción del sueño, un atisbo de la belleza fugitiva.

Hablando de belleza. Timerman. El canciller. No quisiera decir nada que le suene molesto u ofensivo, algo que pudiera bajarme de una lista conjetural de grafómanos relevantes que van de gira por las ferias editoriales para posar al lado de gigantografías que exhiben los rostros de notables escritores como Diego Armando Maradona. Pero… el lunes 4, en Jerusalén, cuando fue interrogado por los periodistas israelíes acerca de la existencia de un supuesto pacto secreto argentino-iraní por el cual nuestro Gobierno abandonaría la pista (precisamente iraní) a cambio de un incremento de la mutua actividad comercial, y apretado un poco para que diera una respuesta simple, un sí o un no, Timerman contestó que preguntas como aquélla le hacían los militares a su padre en centros de detención de la dictadura, basadas en hechos imaginarios, como la presunta determinación israelí a invadir la Patagonia. Negar una respuesta debida en función del rol que se desempeña comparando la pregunta con aquellas realizadas en la mesa de torturas supone un fuerte desbalance en el sistema retórico del canciller. Para que una comparación sea posible, debe existir una mínima equivalencia entre los dos términos de la comparación. Cuando no se puede dar un no por respuesta, lo que se lee no es un no, sino un sí.