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Sobre profecías y profetas

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El “affaire tampones” de esta semana dejó explícita la importancia que el equipo económico otorga a las expectativas en general, y a las profecías autocumplidas en particular.

En efecto, según el secretario de Comercio, la falta de tampones fue producto de una “corrida de la demanda” surgida del rumor de que iba a escasear dicho producto. Como las señoritas y señoras lo creyeron, corrieron a stockearse de tampones y, precisamente, como demandaron más de la cuenta, el producto entró en falta confirmando el rumor, es decir, una típica profecía autocumplida.

Algo parecido a lo que sucede cuando se rumorea que faltará nafta: todos salen a llenar el tanque y, finalmente, la nafta escasea.
Es cierto que después el propio secretario de Comercio se desdijo y esbozó la teoría alternativa de que el desabastecimiento fue, en realidad, producto de la “mala planificación de las empresas”.

Más allá de que no se entiende muy bien el objetivo de una eventual “operación de prensa” para provocar la corrida contra el tampón, ni mucho menos la motivación de las empresas para provocar su falta, el episodio se vincula claramente con el peso que les da el Gobierno a las expectativas.

Pero, como ya comenté en otras notas, una vez que se asigna tanta importancia a las expectativas, es necesario tener una explicación potente respecto de cómo dichas expectativas se forman.
Y en ese sentido, la “teoría” que más satisface o utiliza el equipo económico es la de las “operaciones de prensa” o la de los “voceros del apocalipsis”, los economistas opositores, que se encargan de producir horribles pronósticos que difunden los medios, también opositores, que engañan a la población, totalmente desprevenida, y la llevan a crearse expectativas negativas y tomar decisiones equivocadas en materia económica. Expectativas que se terminan cumpliendo por la “profecía autocumplida”, como en el caso de los tampones.

De allí que gran parte de la tarea, si no la única, de todo el enorme y costoso aparato oficial y paraoficial de prensa se concentra en desacreditar, mediante el insulto, la descalificación o la refutación permanente, con datos de dudosa veracidad, a los supuestos originadores del “rumor”. Mientras que el equipo económico, el jefe de Gabinete u otros juglares informales se dedican a adjudicarles profecías inventadas a dichos voceros del mal, que no se cumplen gracias a la “heroica” y “épica” labor de los funcionarios que defienden a la población.

¿En qué quedamos? Por un lado, profecías autocumplidas gracias al éxito de los “malos”. Por el otro, profecías que no se cumplen gracias al éxito de los “buenos”.

Y esto me lleva al punto central de estas extrañas elucubraciones en torno a las expectativas.
Para que alguien pueda “formar expectativas” o, en la jerga de la comunicación, pueda ser “formador de opinión”, tiene que reunir dos condiciones específicas. La primera y obvia, tener credibilidad en los temas sobre los que quiere “profetizar”. La segunda, tener una buena explicación o un buen cuentito en torno a su profecía.

Por ejemplo, aun cuando todos los medios de prensa opositores dieran difusión y respaldo a sus palabras, difícilmente Guillermo Moreno sería un vocero creíble anunciando una baja fulminante de la tasa de inflación esperada. Y hasta el mejor de los economistas, con importante grado de “aciertos” en sus pronósticos anteriores, debería tener una muy buena explicación si hoy anunciara que el valor del dólar oficial a fin de año será de 7 pesos por dólar.

Dicho de otra manera, ni las expectativas, ni los rumores ni las profecías se forman “en el vacío”. Requieren de un profeta creíble, y de una buena explicación. Si, efectivamente, hubo un rumor creíble respecto de la falta de tampones, esto se debe a que estamos en una economía con racionamiento centralizado y con distorsión de precios relativos, en la que faltan insumos y productos de todo tipo. En otro contexto, ese rumor, si lo fue, no habría sido exitoso.
Si hoy le resulta difícil a la población creerle al Gobierno que la inflación de 2015 será del 20% anual, o que la economía no será recesiva, es simplemente porque los “profetas” oficiales nos han mentido durante años y porque, sin anunciar cambios de fondo en la política económica, su “cuentito” tampoco es creíble.

En síntesis, sin profetas creíbles no hay buenas profecías.