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Societistas

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No es cierto que la oposición sea de derecha, como dice el kirchnerismo. Por cierto, tampoco es progresista, como quieren presentarla algunos de sus miembros más prominentes. En realidad, la oposición no es ni de izquierda ni de derecha porque ella no es una oposición cabalmente “política”. La oposición se ha vuelto “societista”.

El “societismo” (feo neologismo, admito) consiste en una vocación por replicar en la esfera política las manifestaciones de protesta, fastidio, indignación y bronca que emergen en la sociedad, manifestándose contra el Gobierno.

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Pero replicar no significa “representar políticamente”: el “societismo” es así un fenómeno meramente reactivo, negativo, amorfo y volátil. En cambio, la representación política es otra cosa: en un sistema como el nuestro, mayoritario en la práctica, la oposición (ante la imposibilidad real de forzar el consenso y ni siquiera controlar al Poder Ejecutivo) debe tener como principal objetivo el construir una alternativa de poder creíble, tanto por lo que propone como por su capacidad para realizarlo. La síntesis de esa doble confianza se llama liderazgo, que es la encarnación concreta de la representación política.

Cayendo la oposición en su conjunto en el societismo, ella no puede más que replicar en espejo la fragmentación social, sus contradicciones y su impotencia política. Solo expresa una negatividad, pero no está en condiciones de construir una positividad.

El gobierno de Cristina Fernández se va, en cambio, al otro extremo: se presenta como encarnación de un Pueblo abigarrado, en marcha histórica y épica, que no existe ni en su identidad fuerte ni en su unidad proclamada. Se trata, por el contrario, de un agregado heterogéneo y circunstancial, logrado gracias a, entre otras cosas, forzar desde arriba a una polarización en una sociedad centrista.

No es cierto, así, que hoy haya dos Argentinas en conflicto: hay sí, una minoría intensa que gobierna, que se coloca en uno de sus extremos políticos y desde allí  conmina a una ciudadanía en su gran mayoría exánime a decidirse o por “ellos” (“que gobiernan”) o a indignarse. Los políticos opositores, entran en simpatía societista con esas manifestaciones esporádicas de los sectores ciudadanos medios y medios altos –aun cuando pueden ser multitudinarias- también se indignan, pero por ahora, no mucho más que ello.  En realidad, los intentos de reagrupamiento aparecen con más fuerza dentro del peronismo que amenaza con volverse el sistema político en sí mismo, proveyendo gobierno y oposición en simultáneo.

Eso no significa que la “oposición societista” no pueda llegar al poder. El Gobierno se sigue esforzando casi virtuosamente por  generar el rechazo de una franja social que o lo votó en el pasado o podría votarlo en el futuro. Mientras tanto, el oficialismo deberá antes del 2015 o reformar la constitución para permitir la reelección presidencial o bien encontrar un heredero propio taquillero (no se sabe qué es más difícil).

El núcleo duro “cristinista” ha tomado nota que la transmisión de liderazgo no es automática ni mucho menos, y que ni el mismísimo Hugo Chávez sentado en un “pajarico” pudo hacerle ganar con margen cómodo las elecciones al bueno de Maduro. Y eso que en Venezuela la socialización chavista ha sido infinitamente más intensa que lo que ha sido el kirchnerismo (reducido en lo doctrinario a un par de slogans cantados con música de hinchada de fútbol).

Entre los escenarios posibles, obviamente hay uno en que el oficialismo no alcanza a superar el umbral de votos para evitar una segunda vuelta, y el consenso negativo y las reglas electorales, agrupan lo disperso a favor de algún candidato opositor. Pero hay un escenario en que el candidato oficialista gana en segunda vuelta al candidato opositor. ¿Por qué no? En el mundo de una democracia de personajes, sin partidos políticos, todo es posible.

Sin embargo, diez años de férreo, solitario y “hegemónico” gobierno kirchnerista quizás no puedan evitar que las elecciones presidenciales del 2015 se parezcan a las del 2003. Cuando todo lo sólido parecía disolverse en el aire y la ruleta electoral habilitó a que un ignoto gobernador de Santa Cruz llegara al poder con solo el 22% de los votos.


*Director de la Carrera de Ciencia Política de la Universidad de Buenos Aires.