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la manada

Soldaditos de plomo

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Cuánto de dictadura tiene una democracia que cría “soldados”? La prensa les reconoce grados a los que mandan. Los llama “generales”, “coroneles”, describe “lugartenientes” y “tropa propia” en La Salada, La Doce, Los Borrachos, La Cámpora, Los Monos. Los “soldados” son miembros de organizaciones que manejan manteros, trapitos y “distribuidores” en Rosario, la Villa 1-11-14 y sucursales de todo el país, además se alquilan como patotas, mercenarios o fuerza de choque para llenar o romper actos.

“Militar”, ser “soldado” de alguien, aceptar la “obediencia debida” al jefe que generalmente reside en un búnker o en un “cuartel” llamado “country”, da sentido, seguridad, pertenencia, y asegura empleo. La excusa es el sentimiento común, por el club, por el “negocio”, por “el proyecto”, por “el modelo” o por “la revolución”. No importa quién sufre, quién paga, quién muere en el camino. “El otro es la patria, mientras no haga preguntas”.
El narco ofrece entre 300 y 600 pesos diarios a “soldaditos” para vender o “hacer guardia”. “Soldado sicario” paga mejor, dan moto y ofrecen hasta cinco mil por cabeza. Por cabeza muerta, claro. Un “soldado” de barra brava cobra por revender entradas, controlar trapitos, recaudar peaje en La Salada, pintar paredes para un candidato, apretar jugadores o entrenadores, distribuir droga, ofrecer “seguridad” y “protección” a quien la pague. Se requieren kilos de más y cabeza vacía que pueda ser llenada con cantitos partidarios, vociferados de tal modo que impidan escuchar los ruidos de una duda si, acaso, alguna mente se activa.

Para ser “soldado” de Cristina, hay que “militar” en La Cámpora, con o sin título, y estar convencido de que todo lo que se dice fuera de la “orga” es para perjudicarla a ella e impedir la “liberación”. Aunque el hecho de comunicarse sólo con consignas, identificarse con símbolos como los dedos en V, uniformarse con camisetas, banderas, colores y logos, recuerde a la formación de las juventudes nazis o fascistas, los familiares y amigos no deben temer consecuencias graves a causa de ese brote. Una vez conseguido el puesto, la experiencia indica que en el futuro sólo pensarán en asegurarse la “dependencia” de la guita pública que cobran.

Pienso, luego me digo: no cuenten conmigo. Elijo pensar por las mías. Y si me equivoco, volver a pensar en qué me equivoqué, y correr el riesgo de volver a equivocarme antes que seguir ciego a un patrón narco, a un capo de barra brava, a un caudillo sindical o político, a un líder carismático o al abanderado de una secta. Si no hay otra, prefiero partir nuevamente al exilio en cualquiera de sus formas, encerrado en casa, en un bar, solitario en mitad de la noche o desembarcando con ropa de verano y sólo algunos pesos argentinos en el invierno de Islandia.

El cartel de los peruanos, de los paraguayos, Di Zeo, Bebote, Kunkel, Cristina, Aníbal Fernández, te asaltan la cabeza violentamente a golpe de consignas falopas y te chorean las señas de identidad que te hacen una persona. De pronto, por necesidad, por plata, con armas, pistolas, fusiles o “relatos”, te encontrás vendiendo merca, envenenando amigos, amenazando a gente con hacerle perder su empleo si no adhiere al “proyecto”, taladrando con discursos, gritando del tal modo que, al escucharlos, te recuerdan la frase que Shakespeare dice en Macbeth: “La vida es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y de furia, que no tiene ningún sentido”.

Uno es, en tanto puede tener conciencia de sí, de su voluntad, de su libertad para decidir sobre qué hacer, y a quién y para qué sirve en relación con el tiempo y el mundo que le toca. Es necesario superar esa mirada adolescente de la realidad y hacer un gran esfuerzo para alcanzar alguna idea propia, no inducida, no aprendida de memoria, no recitada como un catecismo, ni aceptada sólo por temor a quedar afuera de una manada protectora.

*Periodista.