COLUMNISTAS
TELEVISION ABIERTA

Solitario y triste final

La TV argentina perdió creatividad y retrocedió dos décadas. Mientras, Estados Unidos produce series récord.

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Boom. American Crime Story, solo una de las quinientas series estadounidenses. | Cedoc Perfil
"Nada nos gusta más que ser diversos, salvo darnos palmaditas en la espalda para felicitarnos por ser tan diversos". Jimmy Kimmel presentaba así una nueva edición de los Premios Emmy, marcando el territorio que separa un Hollywood pacato, monocromático y sexista, de una televisión que ha decidido mostrar submundos internos y externos por los que hoy transcurre la condición humana. Poco importa cuánto penetran las tramas en el realismo o lo fantástico, en el drama o la comedia. El alma de una civilización individualista en la acción pero políticamente correcta en el discurso se refleja en una TV de antihéroes, como malestar o espíritu de época.

Las series estadounidenses ocupan parte del disco rígido de los ciudadanos de Occidente, en los resquicios antes destinados a las producciones locales, bajo el supuesto de que la globalización uniforma pero refuerza las identidades locales. Hoy el parteaguas del modelo televisivo muestra las asimetrías entre productores aferrados a un pasado glorioso, y quienes marcan el pulso del presente y pretenden formatear y liderar el futuro.

Contrariamente a lo que suele pensarse, la producción televisiva atraviesa un gran momento fuera de nuestras fronteras. Lo que ha dado en llamarse el Peak TV, entendido como “pico”, se traduce en una TV que ha alcanzado su tercera edad de oro. Demasiada oferta, dicen los expertos. Nunca se produjeron tantas series como ahora –sólo en EE.UU. este año llegarán casi a 500–, para diversas plataformas y para un público fragmentado que ve y devora contenidos a su antojo. Desacoplar el consumo televisivo de la grilla de los canales ha permitido romper los límites de un volumen determinado por las posibilidades de emisión, al mismo tiempo que acabar con la rigidez de una artística de 48 minutos por capítulo o ficciones interminables de 120 o 180 horas en pantalla.

El libre albedrío, la libertad de elegir el cómo y el cuándo, ha despojado a los programadores de televisión de un saber que fue sumamente especializado y requerido. Había que intuir preferencias y gustos, hábitos de consumo, atraer al espectador y alejarlo de la competencia. Esa información que brotaba a borbotones de las cabezas de los programadores ha quedado vacía de sentidos y sinsentidos. Y las planillas de Ibope, más que éxitos, hoy reflejan los números de un modelo que perdió el 40% de su audiencia porque no supo o no pudo cambiar a tiempo.

El desvanecimiento de las fronteras mediáticas y tecnológicas pone al alcance de muchos iguales contenidos, emociones, miedos y formas de mirar o percibir la vida. Y lo que antes fue el fuerte de la TV argentina en el mundo –su creatividad, en ficción, formatos o entretenimiento– hoy forma parte de un pasado que difícilmente vuelva.

La telenovela que la TV local supo inventar y reinventar, produciendo temáticas sociales, personajes de moral dudosa, mujeres eligiendo sus propias vidas y héroes ni buenos ni malos, casi ha desaparecido. La televisión reconocida por su capacidad de innovación, calidad y creatividad, y por reflejar los cambios de una sociedad dinámica, hoy parece haber retrocedido dos décadas, imbuida de un espíritu que también se refleja en la escena política. No es que ha perdido reflejos sobre lo que sucede en las calles, sino que sus contenidos parecen irradiar la uniformidad discursiva y supuestamente apolítica que emana desde el poder. La pantalla nacional parece adquirir, gustosamente, el rol de propaladora de la gramática de los de arriba, más que hacerse eco de las necesidades de los de abajo. Hay algunas excepciones, muy pocas.

Seguir a contramano de la historia parece un destino ineludible. Mientras en el mundo se producen mayor cantidad y mejores contenidos, cuando el riesgo y la creatividad son las herramientas que garantizan la sobrevivencia a futuro, la tevé argentina se repliega sobre sí misma y su apertura al mundo consiste en adelantarse a la compra de la lata brasileña, turca o coreana del momento.
 Tal vez aún no se dio cuenta de que el prime time se convirtió para la audiencia en my time.

*/**Expertos en Medios, Contenidos y Comunicación. *Politóloga. **Sociólogo.