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Sombras del pasado

Leí algo sobre el tiempo, que es uno de los temas que siempre me tientan como para decir algo al respecto, y para colmo oí lo que decía por TV cierto talentoso amigo cuyas palabras me empujan indefectiblemente a decir algo. Eso ya fue demasiado.

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Leí algo sobre el tiempo, que es uno de los temas que siempre me tientan como para decir algo al respecto, y para colmo oí lo que decía por TV cierto talentoso amigo cuyas palabras me empujan indefectiblemente a decir algo. Eso ya fue demasiado. ¿Qué decían el escriba y el filósofo? Bueno, yo podría reproducirlo torpemente y seguro que me quedaría algo en el tintero. De modo que veamos (hago cualquier cosa con tal de evitar la muletilla del “a ver”) si puedo hilvanar una o dos reflexiones. Me impresionó lo que se dijo en ambos casos acerca del pasado. Pero caramba, díjeme, si el pasado es algo que está ahí, muerto, o por lo menos yerto, frío, inmóvil, incapaz de hacer nada por nosotros. Ah no, un momentito, seguí, de temerosa y cabeza dura que soy, un momentito, cuántas cosas surgen del pasado y vienen a hacer efectivamente algo en nuestras almas e incluso en nuestros cuerpos. Me desdigo, dije. Y recordé lo que había dicho mi amigo el filósofo y pensé: “Tiene razón”, lo que no hay que hacer es adorar al pasado porque así precisamente es como lo convertimos en yerto, frío, duro, muerto y resulta más maléfico que benevolente. ¿Puede serlo? Benevolente, digo. Y, sí, cualquier cosa puede resultar de las enseñanzas del pasado si es que lo aceptamos tal cual es y lo sufrimos o lo gozamos tal cual fue. Si no, se convierte en una carga que nos hace insufrible el paso por la vida. Es, ridículamente contemplado, una situación de culebrón: el pasado nos condena; Sombras del pasado, preciosa película con la que todavía lloro a mares; algo que nos impide el paso, el vals, el salto, el juego y, para ser dramática, la felicidad. ¿Y entonces qué hacemos? La solución en el próximo número, según cómo nos vaya con el presente y el futuro.