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Sonido y furia

A Wiliam Faulkner no le gustaba mucho hablar sobre su trabajo de escritor.

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A Wiliam Faulkner no le gustaba mucho hablar sobre su trabajo de escritor. Tampoco le interesaba mucho aparecer en entrevistas y, cuando la gente lo iba a visitar a su granja, donde vivía como un farmer, se ponía de muy mal humor. Pero ha dejado algunas pocas declaraciones que pueden servir para estudiar su proceso creativo y el proceso creativo en general de la gente que desea escribir. Por ejemplo, una gran novela de Faulkner que siempre me impactó mucho es El sonido y la furia. En ella se narra un tramo de la vida de la familia Compson. Faulkner comentó que esta novela en principio era un relato de unas diez páginas y que trataba sobre la vida de una niña y sus hermanos. Según dijo, a él se le aparecía una imagen de una niña trepada a un árbol y el que estaba debajo del árbol veía la bombacha sucia de barro de la niña. Se hizo estas preguntas: ¿quién es la niña? ¿qué mira desde el árbol al que está trepada? Se respondió: la niña es Caddy, tiene tres hermanos. Está mirando los movimientos de la casa adonde no los dejan entrar porque están velando a un pariente.

El que la mira desde abajo es Benji, su hermano con problemas mentales, y es el que va a narrar, de acuerdo a su sensiblidad singular, el primer capítulo de El sonido y la furia. De ahí viene el título, que es una cita de Shakespeare: el mundo es un cuento que narra un idiota lleno de sonido y de furia.

Ayer estaba en un bar al que solía ir antes de que llegara el fin del mundo. Frente a mí había una pareja comiendo. Me di cuenta de que los estaba observando pero no supe por qué. Es decir, algo en mí los observaba pero no de manera consciente. Me pregunté por qué me gustaban. El hombre tenía aspecto de eslavo, pero hablaba español, era joven, unos 35 años. La chica era más joven y lo miraba fijo mientras comían. Comían sin parar, el hombre con las manos incluso. Y se estaban bajando un litro de vino.

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El tenía el cuello de la camisa abierto y un collar de metal largo. No estaba glosado por las modas, era personalmente anacrónico. Ella me hizo acordar a muchas de las chicas que conocí en la Facultad de Filosofía del MAS. ¿Qué me impactaba de ellos? Que era una pareja que funcionaba. No estaban sentados enfrentados, sino uno al lado del otro. Comían y hablaban muy interesados entre sí, una maquinaria perfecta y precaria.