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Tarde de perros

La “canícula” (cuando más calor hace), es diminutivo femenino de la palabra latina canis (perro) y designa a la estrella Sirio, “La abrasadora” y la más luminosa de la constelación del Can Mayor durante el verano septentrional.

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La “canícula” (cuando más calor hace), es diminutivo femenino de la palabra latina canis (perro) y designa a la estrella Sirio, “La abrasadora” y la más luminosa de la constelación del Can Mayor durante el verano septentrional. Sirio advertía, como perro guardián, la llegada de las grandes crecidas del Nilo.

Acá, aprovechamos este tiempo de perros, estas tardes de plomo derretido, para bañar a los cánidos, agobiados por sus peleterías inadecuadas a la zona tórrida: Pampa y Sici, las más viejas, aceptan con gusto el agua helada bombeada del pozo. Cala, la más timorata, se pone rígida y al borde del colapso cardíaco. Niro, el más joven, recibe las primeras abluciones de su vida como si se tratara de un castigo inmerecido. Después, las cuatro bestias se revuelcan por el pasto, ebrias de frescor y de alegría.

“Perro” es una de las palabras más misteriosas de la lengua y su etimología es incierta (“canícula” y “canalla”, en cambio, conservan la raíz latina).

En contra de toda otra teoría (incluso la del sustrato vasco y su atronador rodar de erres: “perretxiko” quiere decir seta, y es probable que los canes, además de los cerdos, se especializaran en su localización), el gran maestro catalán Joan Corominas propuso que la designación (diferente de todas las demás lenguas, romances o no) proviene de la onomatopeya “prrr”, “prrr”, con la que los pastores llamaban a sus domesticados lobos para que condujeran al ganado, y que se estabiliza como nombre de la especie a partir del siglo XII –“apurar”(apremiar, nada que ver con pura) deriva, así, de “perro”–.

La palabra fue al principio vulgarísima (Alfonso el Sabio o el infante Juan Manuel nunca la usaron) y sirvió a los peninsulares como “ignominiosa afrenta” contra los infieles (judíos y musulmanes) a los que querían despreciar. “Perros, perros crueles, que non me arrepiento llamándoos perros en forma de humanos”, dice el Retablo de la Vida de Christo (siglo XV), refiriéndose a los seguidores de David.

Para nosotros, la canícula es la estación durante la cual la canalla se apura a preparar las perradas del año (las perreadas, si nos referimos al atroz universo televisivo).