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Tarea para sociólogos

No sé si habrá sido en 1971 o 1972. Lo que es seguro es que para un Día del Niño de esos incipientes 70, mi abuela Inés me regaló Mujeres argentinas, aquel disco en el que Mercedes Sosa le puso la voz a la letra de Félix Luna y la música de Ariel Ramírez.

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Gonzalo Bonadeo |

No sé si habrá sido en 1971 o 1972. Lo que es seguro es que para un Día del Niño de esos incipientes 70, mi abuela Inés me regaló Mujeres argentinas, aquel disco en el que Mercedes Sosa le puso la voz a la letra de Félix Luna y la música de Ariel Ramírez. Rosarito Vera, maestra, Juana Azurduy, Alfonsina y el Mar son algunas de las joyas del álbum que metió en mi vida para siempre a Mercedes, la mejor cantante del mundo.
Muchos años después, de la mano de la insistencia de mi viejo y de mi hermano, Rodrigo, supe que en la Argentina vive el mejor guitarrista del planeta. Luis Salinas es, además, un tipo entrañable, tan amigo de sus amigos como respetuosamente inflexible cuando alguien no le cabe. Hace un par de noches, en el Ojo de las Artes, de Pinamar, Mercedes y Luis dieron su primer recital en conjunto. ¡Qué grosso es saber que fui uno de los 250 privilegiados en haberlos disfrutado juntos!
No entraré en detalles artísticos, pero les sintetizo que fue imposible seguir la última hora del show sin la emoción hecha lágrimas.
Los tipos habían jugado “su” partido de verano. Uno imagina que, sin la presión de “jugar por los puntos” –léase, tocar en un estadio para 30.000 personas–, regalando su música en un ámbito casi de living de su casa, los grandes te regalan lo mejor que tienen y, encima, lo hacen distendidos. No hay margen para el error. No hubo margen para el error.
No creo que en la búsqueda del paso de una nota grave marca Sosa a un semitono o en la improvisación que permite que El día que me quieras, Mano a mano o Grisel puedan vivir en la misma canción, se requiera menos precisión que tratándole de pasar la pelota a uno de los diez fulanos que llevan tu misma camiseta; por cierto, en este verano, no son pocos los jugadores que, desde un lateral –es decir, con la mano– tampoco llegan a dársela a un compañero.
Yo creo que los torneos de verano requieren un profundo estudio sociológico. Para empezar, tengo un par de preguntas. ¿Cómo explican los mismos técnicos, jugadores o periodistas que justifican un mal partido de campeonato “por la presión de los puntos”, que un partido amistoso en Mar del Plata no pase de ser una combinación entre judo, rugby y lucha en el barro?
Suelen decir que el problema es que los jugadores recién vienen de las vacaciones. OK. ¿Los que entorpecen el juego, los que se encargan de evitar que el otro imagine, no se toman vacaciones? Ahora resulta que las vacaciones le generan imprecisión al que crea pero no le saca timming al que interrumpe.
¿Alguien recuerda algún partido de verano brillante, de esos que justifican la convocatoria del público y, especialmente, de la tele? No vale decir River 5-Polonia 4 de 1986.
Cuando los clubes aceptan jugar estos torneos, por los que se les paga un buen dinero que les sirve para disimular agujeros, ¿no asumen el compromiso de presentar equipos en los que los jugadores, por lo menos, figuren en la guía telefónica? Técnica y conceptualmente, todos se cagan en el público.
Finalmente, ¿soñando con qué ilusión estética se pelearon cientos de hinchas de Boca detrás de una entrada para el partido de anoche?
Creo que esa estúpida tendencia a que ganar no sólo sea lo único, sino que no me importe por el goce mismo de la victoria sino para gastar al otro, le da un toque de histeria sin remedio también a estas lamentables exhibiciones de torpeza.
La verdad, si el público mirara estos partidos, para luego decidir si paga el abono anual, River, Boca, Independiente, San Lorenzo y Racing tendrían estadios vacíos. Imaginate qué harán por los puntos si así juegan por el sándwich y la gaseosa. A los torneos de verano sólo les falta cobrarse la cabeza de algún técnico. Las torpezas, los esquemas casi sin delanteros, las deslealtades son un ensayo general para el Clausura que se viene. Hay que tener cara para poner un defensor por un delantero en estos torneos que los hinchas, dirigentes y técnicos descalifican desmereciendo al rival que no pasa de mojar un título de verano.
Los periodistas, tampoco vamos a la zaga a la hora de sustentar un monstruito insostenible. Porque, ¿qué justificativo tienen los partidos de verano? No es que yo quiera que los eliminen. Para nada. Lo que me gustaría es que, de vez en cuando, alguien se anime a JUGAR un partido de verano. Pero no. Nos conformamos con hablar de Russo, de qué hará Passarella con los refuerzos, del encuentro Pelado Díaz-Macri. Jamás nos preguntamos por qué en las vacaciones se juega aún peor que por los porotos.
En realidad, lo mío es fácil. Con lo de Mercedes y Luis ya pasé mi noche en el limbo. Y lo suyo, si no más complejo, por lo menos es ilegal. Porque son tiempos en los que asistimos a la narcotización de la opinión pública, para soportar un partido de verano harían falta más de tres porros.