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LA LENGUA ARGENTINA

¿Te cabió?

Como mínimo, todos recordamos, de nuestro paso por la escuela, la existencia de los verbos regulares y de los irregulares.

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Amar, temer, partir. Hay otras maneras de conjugar verbos no escolares. | cedoc

Como mínimo, todos recordamos, de nuestro paso por la escuela, la existencia de los verbos regulares y de los irregulares. Tras ser aborrecido, el famoso trío amar, temer y partir se convertía mágicamente en el preferido de los alumnos cuando a estos, en clase, les tocaba enfrentarse a la sórdida conjugación de los escurridizos errar o satisfacer. O incluso a la de caber, con su enigmático presente yo quepo, en el que no parecen resonar ni la c, ni la a, ni la b. Y con su ininteligible pretérito cupo, que añade esa u escandalosa.

Los últimos años nos han traído, al respecto, una novedad. La regularización de los verbos irregulares, propia de los chicos cuando están aprendiendo a hablar –como a las claras muestra el repetido no sabo infantil–, parece que se está transfiriendo a los adolescentes.

Es que la versión regular cabió –precedida, normalmente, de te– anda repicando por las calles del barrio. A los jóvenes les causa (mucha) gracia reconocerse conscientes de su uso, una gracia propia de chicos que cometen una travesura. Como que tienen un saber específico que a los adultos se les escapa. Porque, como ya han empezado a desconfiar de los saberes de los adultos –y a distanciarse de ellos, claro–, tener la fórmula secreta de una palabra es una evidencia clarísima de que, por fin, han empezado a superar a los mayores.

A los adultos, por supuesto, esa conjugación inhabitual nos deja perplejos. Entonces, la pregunta que sigue es ¿quieren decir lo mismo cupo y cabió? La verdad es que no.

En broma o en serio, alguien empezó a usar esta forma inusual con un sentido distinto: te cabió no tiene nada que ver con poder contenerse dentro de algo o con tener capacidad para una medida, como bien explican las definiciones de cualquier diccionario para la palabra caber.

Te cabió es una manera, quizás agresiva y ciertamente confianzuda, de decir “yo tengo razón y vos te equivocás”. Con tono sobrador y hasta precedida por un ¡Ja! revanchista, esa frase prendió y se ha extendido. Al menos entre determinado público. Al menos en determinadas circunstancias.

Sí, es cierto. Uno no la escucha en cualquier lugar. La frase parece formar parte de una jerga que los jóvenes prefieren confinar a sus diálogos internos, a altercados livianos que los enfrenten argumentativamente, pero siempre dentro del propio grupo. Como un guiño verbal cómplice que les restringe el código a sus pares y deja fuera a los que no pertenecen al círculo selecto. Es decir, como un guiño que deja fuera a los mayores.

He allí tal vez el fundamento de que les provoque risa que un adulto los interrogue sobre el significado de este verbo de extraña formación regular. Y de que duden sobre cómo responder apropiadamente, aunque ellos interpreten muy bien la frase cuando la producen y cuando la reciben.

Pero lo que vale la pena colegir a partir de este caso es que las palabras, las frases, las expresiones les pertenecen a quienes las usan. Esa es la verdadera motivación de los cambios lingüísticos y de la evolución de los idiomas.

Ya no hablamos en latín, claro. Pero tampoco hablamos como hablaban nuestros abuelos. O nuestros padres. Hemos visto crecer el diccionario en los últimos años gracias a las eficientes bases de datos con que cuentan los “diccionareros”. Bases que les permiten encontrar –entre otros– sentidos nuevos para viejas palabras.

Desde ese punto de vista, y aunque te cabió no está todavía registrada oficialmente, es esperable que, de perdurar en el uso, el diccionario suscriba la frase como interjección coloquial o algo por el estilo. Y allí tendremos, una vez más, muestra de que los cambios en la lengua se están produciendo –aunque no nos percatemos– en todo momento. Esa es, en efecto, la causa por la que suele decirse que la lengua está viva.

Y por la que, muchas veces, los adolescentes y los adultos no nos entendamos.

*Directora de la Maestría en Periodismo de la Universidad de San Andrés.