COLUMNISTAS

Temporada de pases

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Entre las cosas que me gustan de “Sillón de orejas”, la habitual columna de Manuel Rodríguez Rivero, en Babelia, está su propensión a dar cuenta –a veces como reflexión, otras como primicia, de vez en cuanto incluso como bienvenidos chismes– no sólo de las novedades del mercado editorial, sino sobre todo de las propias políticas editoriales –en especial de los conglomerados multinacionales–, que en mercados tan grandes como el español (pese a la crisis sigue siendo grande) no dejan de ser, casi, verdaderas políticas culturales tout court. En la columna del sábado 20 informa que la obra completa de Bolaño (incluidos unos inéditos a punto de publicarse, seguramente carentes de interés) pasará de Anagrama a Alfaguara, la última (por ahora) compra del grupo Penguin-Random House, debido a la intervención activa del agente de Bolaño, y sobre todo de la viuda del escritor que, cada vez más, goza de fama y prestigio, a la vez que demuestra un amor por la literatura y un don de gentes sólo comparables a aquellos de los que también goza María Kodama (más allá de que una sobrevive gracias a los restos de un gran escritor, y la otra de uno más bien intrascendente). Rodríguez Rivero cuenta el dato no sin ironía (“alguien, algún día, tendrá que escribir una historia cultural de las viudas en la literatura de la época del copyright”), lo que me retrotrajo a una vieja y querible sección de alguna revista de chismes (¿Pronto? ¿Paparazzi? ¿Semanario? No lo recuerdo) llamada ¿Será cierto?, en la que se leían frases como “¿Será cierto que un famoso actor fue visto con una portentosa modelo –que no es su esposa– a la salida de clandestino hotel de la Panamericana?”. Es un género maravilloso, al punto que ahora mismo voy a rendirle homenaje. Pues: ¿Será cierto que una editora de la otrora casa editorial más prestigiosa de la Argentina, editorial que supo publicar a nuestro más grande escritor ciego, hoy reconvertida en apenas un sello sin ton ni son dentro de un grupo editorial estelar, quiso publicar a una talentosa autora joven que viene publicando en una pequeña editorial cuyo nombre remite a la palabra con que antiguamente se denominaba al Río de la Plata? Editar con la chequera es lo más fácil que hay. Pero por suerte billetera no siempre mata galán, y el robo de la autora habría terminado en nada.

Dejemos atrás estas minucias, para pasar a asuntos mayores de cambios de editorial, es decir, a Proust. Rechazado, como es muy conocido, por André Gide en la colección NRF de la editorial Gallimard, termina publicando Du côté de chez Swann en la editorial Grasset en 1913. Comienza luego la Primera Guerra Mundial, y la suspensión casi total –por falta de papel y otros insumos– de la publicación de libros. Tiempo muerto ideal para que Proust y Antoine Gallimard comiencen una rosca –a medio camino entre la histeria del segundo y el deseo de reconocimiento del primero– que va a durar hasta 1919, año en que el segundo volumen de En busca del tiempo perdido (y la reedición del primero) aparecen finalmente en Gallimard. Ese mismo año, por A l’ombre des jeunes filles en fleurs, Proust gana el Premio Goncourt que tanto quería ganar, y listo el pollo. ¿Cómo deberían ser recordados Gallimard y Grasset? Gallimard como la editorial que rechazó a Proust, Grasset como la que lo dejó escapar. Todo demasiado trivial, de un lado y del otro.