COLUMNISTAS
El empleo de recursos para mejorar marcas

Tendencia riesgosa

Mucho antes de que ideales, intereses o cuestiones de Estado interfiriesen en sus tiempos modernos, los Juegos Olímpicos fueron interrumpidos bruscamente por cuestiones religiosas. Los historiadores coinciden en señalar a Teodosio I como el responsable de prohibir lo que, entonces (año 394 de la era cristiana), se consideró una de las muestras más elocuentes de la cultura pagana. Concluyeron, entonces, 1.200 años de competencias de las cuales queda muy poco en la actualidad, aunque algunos puntos en común puedan resultar por cierto sorprendentes.

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Mucho antes de que ideales, intereses o cuestiones de Estado interfiriesen en sus tiempos modernos, los Juegos Olímpicos fueron interrumpidos bruscamente por cuestiones religiosas. Los historiadores coinciden en señalar a Teodosio I como el responsable de prohibir lo que, entonces (año 394 de la era cristiana), se consideró una de las muestras más elocuentes de la cultura pagana. Concluyeron, entonces, 1.200 años de competencias de las cuales queda muy poco en la actualidad, aunque algunos puntos en común puedan resultar por cierto sorprendentes.
Cuentan aquellos mismos historiadores que existía una creencia y, por añadidura, una práctica común en la mayoría de los atletas. Consistía en cubrirse el cuerpo sudoroso con tierra de las pistas y campos de competencia hasta preparar una pasta que se guardaba celosamente durante la noche para, al día siguiente, untarse el cuerpo con lo que de algún modo creían que pasaba a convertirse en una pócima energizante útil para potenciar sus performances.
Por naïf y poco eficaz que se lo pueda considerar, no dejaba de ser la elocuente muestra de que, aun hace 3.000 años, el hombre buscaba superarse de cualquier modo a la hora de encarar una competencia deportiva. Entonces, apelaba a recursos ingenuos y seguramente inocuos. Hoy se viaja entre el peligro de oxigenar exageradamente la sangre o meter más músculo del que la osamenta es capaz de soportar y el asombro por la evolución tecnológica que te hace saltar como si tuvieras resortes, correr como si no se tocara el suelo o nadar con un traje de baño que no se moja ni aun dentro del agua.
No tengo la menor duda de que preferiría quedarme con el candor y la ignorancia de hace muchos siglos. Pero hasta tanto no se decida quitarle algo de hipocresía al sistema de controles de sustancias prohibidas, prefiero no sentenciar sobre la por cierto riesgosa tendencia de nuestros héroes actuales de echar mano a cualquier cosa con tal de arañar un podio que les de gloria… y un puñado de euros.
Lo de los recursos tecnológicos pasa por otro lado. El lado menos claro del asunto pasa por la irrefrenable voracidad de las empresas de servicio vinculadas al deporte por trasladar a las ventas las virtudes de un descubrimiento que permita, supuestamente, mejorar en unas pocas centésimas la tarea de los fenómenos. El nuevo traje de natación de Speedo (una de las dos grandes marcas deportivas relacionadas con los deportes acuáticos) coincidió con todos los récords mundiales logrados en lo que va de 2008. Y si bien nadie diría que uno pueda batir marcas por el solo hecho de usarlo, resulta necio quitarles mérito a las virtudes de una malla demasiado cercana al ideal de llevar a cero el nivel de resistencia de los cuerpos dentro del agua. Así como alguna vez, una de las últimas grandes generaciones de nadadoras de Alemania del Este (justo antes de que se acusara a las delegaciones de ese país de ser poquito más que una caravana de maletines repletos de jeringas) propuso que se pudiera competir sin ropa –¿se imaginan el éxito de “Nadando (desnudos) por un sueño”?–, hoy la tendencia es la de usar esta especie de segunda piel impermeable.
Los estudiosos del asunto aceptan que la adherencia y el escaso grosor del material, y la notable particularidad de absorber poco y nada de la humedad del agua, hayan tenido algo que ver con las maravillas logradas recientemente por Bernard, Sullivan, Lochte, Coventry o Lenton. Lo que nadie podría explicar es qué utilidad comercial tendría para la empresa desarrollar un traje de baño que sólo podría tener influencia decisiva en la tarea de los nadadores de súper elite que, paradójicamente, difícilmente pagarían por el traje que ellos convierten en un “state of the art” del deporte.
En otras palabras, este traje de baño colabora con la performance de quienes lo reciben gratuitamente de manera dramática; en tanto, difícilmente ayude de modo sensible a aquellos que sí paguen por él.
Nada que se le pueda reprochar a la natación, en tanto no nos pongamos a cuestionar el relativo aporte que a un aficionado de poca monta –como usted, como yo y como la gran mayoría de los “deportistas”– pueda realizarle el modelo de raqueta de Federer, los botines de Messi, los caballos de Adolfito Cambiaso o los patines de Ximena Capristo.
Es parte de un juego que los fanáticos aceptamos jugar gustosos. Y a favor de este asuntito del traje de baño con motor fuera de borda, queda la cuestión estética. Ya que cualquiera podría pegarle a la pelota con un palo como el de Tiger Woods, pero difícilmente pueda meterse dentro de un traje que dejaría con aspecto de matambre arrollado a todo aquel que no tenga el lomo de José Meolans. O los músculos de Alain Bernard. Y ahí sí, en los músculos del flamante recordman de los 50 y los 100 metros libres, me detendría un poquito si quisiera descubrir algo que valiera la pena exponer al debate.