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Tía Noemí y el cristianismo

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La infancia tiene momentos particulares. En lo atinente a la observación y meditación acerca de la realidad, creo que durante aquellos años me hice de ideas extravagantes sobre el mundo, los usos y costumbres de los adultos, y sobre todo sobre el bien y el mal. Recuerdo que la primera vez que mi tía Alicia, embarazada de Diego, vino de visita, yo me escondí detrás de la puerta y cuando ella entró pegué un grito, estilo “buuu”, como si ya fuese el fantasma en que de adulto me convertiría. No tengo presente cuál fue la impresión de la asustada, pero sí que mi padre no apreció particularmente mi sentido del humor y me corrió por casa para enseñarme las normas básicas de conducta mientras yo rajaba gritando: “¡Era un chiste, era un chiste!”. Sí creo, en cambio, que a mi instrucción colaboró, y mucho, mi tía Noemí.Mi tía atendía a los clientes en el negocio de la familia (“Tienda la Modesta, la que para sus compras se presta”), una mercería y valijería de San Martín, hará más de cincuenta años. Mi tía era y es confiable, querible y buena, y entonces daba de fiar. Había una señora que la frecuentaba. Viuda de un chofer y con una hija a cargo, los chicos la llamábamos “la cotelera”, por su difunto marido colectivero. La cotelera se plantaba ante el mostrador y durante horas desgranaba ante los atentos oídos de Noemí el rosario completo de su calvario en la tierra. Ignoro si el tema era la viudez, la crianza de su criatura o el costo de vida. Y entretanto ella hablaba, a mi tía se le llenaban los ojos de lágrimas, se retorcía las manos, las apoyaba contra el nutrido pecho, entretanto los clientes se agolpaban a la espera de su atención, que estaba abducida por el colorido panorama de la desgracia ajena, desgracia que la cotelera despachaba sin tregua y sin recato.
Durante años detesté esa imagen de mi tía, creyéndola gozosa complacencia en el sufrimiento, encharcamiento en lo peor. Luego descubrí que lo que hacía Noemí era pagar con su cuerpo el precio de ese relato: absorbía místicamente el dolor y lo transmutaba. Ella quedaba hecha polvo, pero ¡lo tranquila que luego se iba la cotelera! Del mismo modo obró un rabino hace cosa de dos mil y pico de años, sólo que su propósito era la totalidad del mundo. El problema, ahora, es que cuando ella quiere hablar, contar su ser, el marido, mi tío Are (Arón), dice que no le funciona el audífono.