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Tierra del Fuego, altos costos y dudosos beneficios

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Uno de los propósitos anunciados de las “administraciones Kirchner” ha sido lograr la sustitución de importaciones.
Con más preocupación por instrumentar procesos de fabricación de relativa sofisticación que por mejorar productividad, un mecanismo elegido para ello ha sido el régimen especial de promoción que ha llevado a Tierra del Fuego a convertirse en sede de sistemas de ensamblamiento de televisores, acondicionadores de aire, teléfonos celulares, notebooks,  netbooks, tablets, cámaras digitales, decodificadores o radios. Estos, en verdad, funcionan importando partes y armando localmente (pese a que la sustitución de importaciones lSI ha sido definida como el reemplazo de importaciones por producción local).
Dice Roger Kaufman que un análisis estratégico comienza por preguntarse qué quiere uno y termina por evaluar resultados (“lo que no se mide no se conoce”, afirma).
En lugar de sustituir importaciones, con este modelo hoy se importan partes por unos 9 mil millones de dólares anuales, lo que incluye unos 2 mil millones para televisores y unos 350 para teléfonos. No puede apuntarse como resultado favorable, pues, el evitar la salida de dólares. Como consecuencia (y pese a que se cree que el mayor déficit en la balanza comercial argentina está en la energía), ciertos sectores consolidan elevados déficits intrasectoriales, como el de las máquinas y aparatos eléctricos y sus partes (-16 mil millones de dólares).
Un resultado buscado ha sido logrado: estos procesos involucran unos 12 mil empleos. Pero este régimen lleva al sector público a asumir un costo fiscal (por los beneficios concedidos) de más de 15 mil millones de pesos (el costo fiscal por cada trabajador industrial es de más de un millón de pesos).
Cuando la Argentina reclama mayor agregado de valor en su economía (como ha escrito el profesor español Rafael Ramos, el objetivo de las estrategias genéricas debe ser encontrar medios para generar valor), la productividad no muestra mayores ganancias (dedicarse al ensamblado no es lo más innovador, porque innovar no es hacer lo mismo que otros, ni aún hacer algo de modo mejor que otros; sino que es hacer lo que no hacen otros); ni tampoco muestra mejoras en la eficiencia (que contribuye a generar riqueza).
Una evaluación, entonces, lleva a advertir por el costo en dólares (por importaciones) y en pesos (por los beneficios fiscales). Y a dudar de la viabilidad de su sostenimiento por largo tiempo.  Y, en ese caso, a preguntarse si este régimen ha generado soluciones sustentables (dice el diccionario que “éxito” significa el fin de un asunto).
La vinculación productiva internacional requiere otras vías. La experiencia muestra que los mejores resultados surgen de la suma de estrategias, apertura, innovación, asociaciones virtuosas, conocimiento aplicado y generación consecuente de valor.
La Argentina ha probado ya regímenes promocionales (que no lograron genuinos aportes productivos) sin mayor éxito en su historia, pero parece empeñarse en volver a modelos similares. No debería asombrarnos: ya un artículo que a inicios de los 70 publicó V.S. Naipaul en The New York Review of Books describía a la Argentina como una comunidad de hormigas, llena de acontecimientos, noticias y crisis, pero con poco movimiento hacia delante, donde la vida es cíclica y los períodos tienden a terminar cerca de donde comenzaron

*Director general de Desarrollo de Negocios Internacionales (DNI).