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Toy Story

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Pienso en la saga de Toy Story y tengo curiosidad por saber qué hubiera dicho sobre estas películas Walter Benjamin. ¿Quién hubiera vencido, el Benjamin marxista, crítico, que desmantelaría a los muñequitos de Pixar, o el Benjamin místico, juguetón, que se podría emocionar reflexionando sobre los niños y sus juguetes? Como lo hice yo con la última escena en la que el niño dueño de los juguetes, preparándose para ir a la universidad, le habla a una nenita y le recomienda que cuide mucho a Buddy, su juguete preferido. Hace poco vi otra película que es una especie de reflexión o reescritura de Toy Story. Se llama Boyhood y es de Richard Linklater y tiene ciertos rasgos que parecen sacados de los relatos infantiles. Como en un juego con sus reglas –al igual que el Dogma–, Linklater filmó la película a lo largo de 12 años, con el mismo elenco, siguiendo la vida del niño que la protagoniza. Como el niño de Toy Story, Mason, el de Linklater, crece en cámara a lo largo de los años. Pero el primero es un dibujo y el segundo es un ser humano. El primero crece con sus juguetes y el segundo es casi un juguete magistral del director. Vemos a Mason hermoso, tirado en el pasto mientras suena un tema pegadizo de Coldplay. Lo vemos crecer, mutar –volverse feo– mientras crece. La película es una puesta altísima de una levedad increíble: observamos cómo se va la vida, como cambian las esperanzas de la gente común. Patricia Arquette y Ethan Hawke –los padres en la ficción– también crecen frente a nuestros ojos. Todo parece real: son juguetes que sueñan con ovejas eléctricas.