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Tres autores y un festival

Tomas150
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Pasa como con el cigarrillo: siempre me digo que esta será la última vez, que no lo volveré a hacer, y caigo de nuevo en la trampa. ¿Qué hacer cuando a uno lo invitan a coordinar una mesa sobre literatura con tres autores que no conoce y que publicaron tres libros que uno no leyó? Decir que no, que gracias, que la próxima. O mejor: que primero leeremos los libros y recién después decidiremos, de acuerdo al humor, las ganas y el resultado de esas lecturas. Pero uno vuelve a decir que sí, que está bien, que será esta la última vez, de verdad. Y ahí estamos, pocos días antes del panel, robando tiempo a cualquier otra actividad para terminar de leer los tres libros, y buscar información en Internet, y tratar de armar un cuestionario con alguna pregunta más o menos inteligente, sabiendo que la mayoría de las cosas que se digan se perderán o serán, más tarde, malinterpretadas y transcriptas con errores que generarán nuevos malentendidos. Los escritores, en este caso, son el alemán Tilman Rammstedt (1975), el danés Peter Adolphsen (1972) y el belga Dimitri Verhulst (1972). Los libros, en el mismo orden: Nos quedamos cerca, Hotel Problemski y Brummstein/Machine. Dos novelas los primeros, dos nouvelles en un solo volumen el tercero. La razón: el segundo Festival Internacional de Literatura en Buenos Aires (Filba), que empezó el miércoles y termina hoy (www.filba.org.ar). Pero por suerte hay veces, pocas pero las hay, en que los tres libros son buenos, y los tres autores son inteligentes y se comportan como verdaderos seres humanos.

Rammstedt, una estrella de la nueva literatura alemana (foto), es un tipo refinado que publicó una novela acerca de un desopilante triángulo amoroso, y que además de escribir cultiva diversos intereses, entre ellos, participar en una banda de música pop. Verhulst, más parecido a un Tom Waits o a un Johnny Cash belga, es el autor de una novela breve y dura con la que no sólo se burla de la supuesta corrección política de los reporteros gráficos y las organizaciones no gubernamentales, sino que denuncia el racismo y la intolerancia con los inmigrantes de países que se jactan de su extrema tolerancia, como Bélgica. Adolphsen es una especie de científico loco, que también hace música: sus dos breves novelas narran, a través del mismo procedimiento (una catarata de información que atraviesa las páginas a la velocidad de la luz), la historia de una piedra que pasa de mano en mano a lo largo de un siglo (la primera), y la de una gota de petróleo, desde que anida en el corazón de un caballo prehistórico 55 millones de años atrás hasta que es inyectada en el motor de un auto como combustible, en 1975 (la segunda).

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Después de hablar de literatura, métodos de trabajo, música y fútbol (Verhulst quiere ir a la cancha a ver un partido, pero sólo le interesa la tribuna popular; Rammstedt consulta si existe algo así como una tribuna VIP) les pregunto si, a diferencia de lo que pasa en la Argentina, en sus países los escritores pueden vivir de la literatura. Adolpshen lo logró durante años a través de una ayuda gubernamental, pero sólo hasta 2006; ahora trabaja por temporadas en el bar de unos amigos. Rammstedt dijo que en Alemania, si uno es joven y se mueven los resortes adecuados, hay becas muy generosas. Y Verhulst vive de sus libros desde 2006, aunque aclaró que es uno de los pocos de su país que puede hacerlo y eso le da un poco de pudor. Algo vuelve a quedar claro: la literatura, como dicen del crimen (aunque de esto último no estoy tan seguro), no paga, ni acá ni del otro lado del Atlántico.