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Trump y la opinión pública

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Candidato. Cometió graves errores en la campaña y hoy tiene pocas oportunidades. | AP
En el siglo XVIII aparecieron los periódicos, que fueron el medio privilegiado para pensar y polemizar, el campo de batalla en el que se enfrentaron la Ilustración y el Oscurantismo. Las “verdades inamovibles” empezaron a licuarse. Según dice Habermas en su Historia y crítica de la opinión pública, en las conversaciones de cafetín sobre política, filosofía y otros temas reservados a ciertas élites nació la opinión pública. Los asistentes se entusiasmaban con esas tertulias democráticas en las que cualquiera podía informarse y discutir sobre cualquier cosa, sin censura de nadie, y donde tenía la razón el que argumentaba mejor y no la autoridad. Desde el punto de vista contemporáneo, es difícil entender cuán importante y subversivo pudo ser conversar con libertad. El pensamiento ilustrado se desarrolló con la difusión de libros subversivos, el crecimiento de los periódicos, la circulación de pasquines y volantes, vinculados al debate ideológico. Todos eso quedó relacionado en la memoria de la gente, que todavía identifica la actividad política con el discurso escrito, la polémica, los manifiestos, los programas de gobierno.

En los últimos cien años, el progreso de la ciencia se aceleró de manera exponencial y también sus efectos sobre la vida cotidiana. La radio incorporó a la opinión pública a millones de personas que ya no necesitaban saber leer. En la década de 1930 los comercios atraían a los transeúntes con una radio prendida a buen volumen. La gente se agolpaba y discutía nuevos temas. La conversación de la gente se enriqueció, se hizo variada, atractiva. La televisión se instaló desde los años 60 en los hogares, convirtiéndose en una suerte de dios omnipresente, amplió el horizonte mental de la gente, nos convirtió en homo videns. A fines del siglo XX, la opinión pública entró en una vorágine. Aparecieron las computadoras personales, los teléfonos celulares e internet. Con su difusión, la opinión pública invadió todas las esferas de la vida y trastornó los valores y las normas del juego democrático. Es cada día más autónoma, debilita el poder de los líderes, de las organizaciones, de los partidos, y no depende del aval ni de los medios de comunicación, ni de ninguna institución. Se creó una cultura global, con reglas y valores propios, aunque cambiantes.

Hasta el siglo pasado, los ciudadanos sentían la necesidad de que los representaran estructuras políticas, eclesiásticas, sindicales y de otros órdenes. Ahora cada persona tiene un teléfono que le permite conectarse con el mundo, conseguir información, hablar con muchos. No quiere ser representado ni siente la necesidad de que alguien hable en su nombre. La red aumentó exponencialmente la autonomía de la gente, y ésa es la raíz de la crisis de la democracia representativa en Occidente.

En la recta final de la campaña norteamericana, Donald Trump chocó con algunos valores de esa nueva cultura: el respeto a la diversidad y a la mujer, algo letal para un candidato que se enfrenta con el antiguo orden establecido.

Los pronósticos para él son sombríos, pero hay algunos elementos que podrían favorecerlo. Hillary mantiene intactas sus evaluaciones negativas y su imagen es muy anticuada. Si Trump hubiese tenido una buena estrategia, podría haber usado para su beneficio el apoyo que han dado a la candidata casi toda la prensa norteamericana, organizaciones y políticos de todos los sectores, desde Bush, y algunos jerarcas republicanos, hasta Bill Clinton, y el presidente Obama, que gobernó el país durante los últimos ocho años.

No está muy claro por qué los estrategas demócratas no pudieron mejorar su imagen y sobre todo por qué no lograron recuperar su credibilidad, que está por debajo de la de Trump.
En las internas demócratas, Bernie Sanders logró una importante votación de progresistas que querían un cambio. Eran los votos blandos y posibles que Hillary debía buscar. Ojalá se sientan atraídos por Bush, la reaccionaria burocracia republicana y dos ex presidentes demócratas, que en este momento suenan más a pasado que a cambio.

*Profesor de la GWU, miembro del Club Político Argentino..