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Por especulación política, un quinteto la apoyó tarde y justo antes de los cuadernos. Los otros arrepentidos.

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KLEOPATRA | DIBUJO: PABLO TEMES

Por lo menos, reflexionan y meditan. O maldicen. Son los que treparon a último momento en el vagón de Cristina. Venían sorprendidos por la repetida fotografía mensual de la viuda en las encuestas: 30% o más de voluntades a favor. Para colmo, no había peronistas insignes en las cercanías y Macri se descascaraba.

Con disgusto, rabia o vergüenza, se empezaron a anotar gobernadores o ex, intendentes y, para resumir en un combo, figuras como Alberto Rodríguez Saá o Alberto Fernández, también Felipe Solá, Juan Grabois y Hugo Moyano, colgados del estribo.

Por citar un quinteto adorador. Cada inscripto ofrece una historia de roce personal o aversión manifiesta con la doctora, pero la atracción presidencial de 2019 podía seducir a cualquier profesional de la política, hasta soslayar agravios y enconos. Además, la senadora –otra olvidadiza– guareció a estos conversos: en su staff no sobra la sangre intelectual. Volvían a un redil imaginando a Juana de Arco rediviva, a caballo del poder, sin advertir que de pronto podría convertirse en una Cleopatra barrial incapaz de superar la herencia del marido, un hombre que justificaba acumular plata para tener el poder cuando, en rigor, trataba de acumular poder para tener más plata.

Hay libros memorables que cambian la vida de los hombres. De un día para el otro. En este caso, Los cuadernos de Centeno y su escandalosa secuela judicial han conmovido a la política local: el best-seller podría quebrar conductas, suspender maridajes y distanciar amistades repentinas. Ocurre que ya nadie está convencido de que ese núcleo duro de Cristina, ese 30% propio pero no escriturado, permanecerá inalterable o en ascenso luego del saqueo en vías de confesión que ahora se ventila.

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Tal vez la delictual suma de testimonios, imputaciones, arrepentimientos y pruebas que han aparecido hace apenas una quincena modifiquen gradualmente los guarismos de las encuestas, ese señuelo que en apariencia deslumbró al quinteto político embarcado en el tren de Cristina.

Antecedente. Si uno recurre a las consecuencias del Mani Pulite en Italia en la década del 90 (5 mil indagatorias, entre ellas cuatro a ex primeros ministros y 200 parlamentarlos, l.300 condenas, centenares de empresarios involucrados, tres suicidios), registra el derrumbe de la representación de los dos partidos dominantes: el socialismo, que había gobernado durante cincuenta años la comuna de Milán, no logró luego hacer elegir un solo delegado, al gran líder Bettino Craxi le quitaron los fueros y se escapó a Túnez, mientras a la Democracia Cristiana no le fue mejor y su tesorero, como ejemplo, atravesó 72 procesos penales. Todo había empezado por la denuncia de una simple coima en el negocio de la basura y la confesión adicional de una esposa despechada. Muchos estiman que en la Argentina, el proceso político será distinto a pesar de que la Justicia dispone de mayor cantidad de pruebas en el inicio de la causa. Sea porque el peronismo del 55 repetía “Puto y ladrón, igual lo queremos a Perón” o sea porque en Brasil brillaba un gobernador (Adhemar de Barros), que sin prejuicios desplegaba el eslogan “Roba pero hace”. Parecen hábitos culturales de mediados del siglo pasado que nadie sabe si perduran en las conciencias colectivas de esta época.

Al menos debe pensarlo algún miembro del oportuno y reciente quinteto procristina. Quizá queden en offside, sorprendidos, infracción que en la cancha genera un hecho peor que la anulación del gol: la cara de asombro, alelada, del protagonista. Le puede ocurrir al Alberto, quien junto a su hermano Adolfo despotricó durante más de una década por la asfixia deliberada que le provocaban los Kirchner: no le concedían los fondos que le correspondían a San Luis, tanto que iniciaron juicio a la Nación hasta que la demanda, en tiempos de Macri, tuvo desde la Corte Suprema una compensación millonaria. Pero el tornadizo gobernador se distrajo de aquel daño matrimonial que lo envejeció prematuramente por culpa de un Macri que pretendió cuestionarle el poder provincial, y casi lo logra con un candidato propio, imperdonable afrenta para los hermanos: en venganza, se pegaron a las faldas de su detestada Cristina con la expectativa de obtener un lugar en la fórmula si ella se presenta.

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Otro folletín de insultos y rencores han cosechado Alberto Fernández y la ex mandataria desde que el funcionario abandonó la Jefatura de Gabinete, en 2008: hasta se cruzaron solicitadas insolentes, dolidas, para un humano común. Pero esas escaramuzas no superan el odio de Fernández a Macri en el distrito capitalino y su nula inserción en el universo Massa, razones obvias para volver con la dama. También expectativa por un lugar bajo el sol en 2019.

Igual que Felipe Solá, otro condenado por los Kirchner cuando era gobernador, a quien la pareja saboteaba entre otras lindezas con intendentes y ministros (Randazzo, por ejemplo) hasta arrojarlo, luego, en manos impensables para votantes: De Narváez, Macri, Massa. Sin destino, titilante, lamentándose sin dudas, se aproximó a Cristina para ser su candidato a gobernador bonaerense. Si ella quiere, claro.

Eligió un mal día para reanudar el vínculo: justo cuando se divulgaban las fotocopias de Centeno. Parece un símil del sindicalista Moyano, quien, asustado por el avance de sus causas en tribunales y cierta inquina de Macri, buscó protección femenina para convertir lo judicial en político, fotografiándose con ella después de años de resentimiento, olvidando ambos esos conflictos brutales que mantenían hasta la noche anterior a la muerte de Néstor.

Por si faltaran transferencias, apareció Grabois sumándose a la gesta de género, desligando a Cristina de cualquier enjuague corrupto, suscribiendo un candoroso manual titulado “La esposa no sabía lo que hacía el marido”. Este misionero del Papa, el único a quien Francisco no niega, hasta se pronuncia contra el juez-enemigo Bonadio sin reparar en que éste es un amigo-confidente de su tutor vaticano, un compañero en general del peronismo, en particular de Guardia de Hierro, y hasta un protector de la vecindad de la ex presidenta: fue quien absolvió de un juicio a Isidro Boudine, el preferido de los secretarios de Cristina, por supuesto imputado por enriquecimiento ilícito, esa figura jurídica tan tentadora para el kirchnerismo, de la cual la mayoría de sus participantes se han enamorado. En esos tiempos, la ex mandataria debía considerar a Bonadio el mejor magistrado del Fuero Federal. Todo cambia.