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disparidades

Un acuerdo

No me olvido (¿cómo olvidarse?) de la vez en que estuve completamente de acuerdo con una cosa que dijo el presidente Macri.

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No me olvido (¿cómo olvidarse?) de la vez en que estuve completamente de acuerdo con una cosa que dijo el presidente Macri. No la repitió, y no se repitió. Pero en su momento la dijo y yo estuve completamente de acuerdo. El contexto era el actual: los debates sobre la paridad de género. Se discutían cosas de diverso orden; desde la violencia doméstica y el derecho al aborto hasta el caso de los tipos que se sientan en el subte ocupando demasiado espacio o de aquellos que gustan de dar explicaciones creyéndose sabelotodos.

Mauricio Macri señaló entonces que, para alcanzar de veras la tan anhelada paridad de género, es indispensable que las mujeres cuenten con iguales posibilidades de acceso al trabajo y que, ya en esa condición, rija el criterio indeclinable de que a igual trabajo corresponda igual remuneración. Comparto enteramente, dicho esto con total franqueza, este criterio, que me permito definir como de determinación en última instancia de la base económica. Entiendo que podría tratarse de uno de esos casos en los que, en razón de la dialéctica, podría decirse, la falsa conciencia del dominador se resuelve en una perspectiva verdadera para los dominados.

Porque existe, y está muy extendido, el caso de las mujeres que dependen económicamente de un hombre (por lo común, su cónyuge). Subordinadas a un proveedor de dinero, replegadas en el ámbito hogareño a la espera del suministro monetario (como suele plasmarse, judicialmente, en casos de separaciones con hijos), postergadas en la esfera laboral o relegadas (y no por elección) a las tareas de un trabajo doméstico no reconocido como tal, se ven sobre esta base fijadas en una posición de estricta dependencia.

Se da en todas las clases sociales, por supuesto. Pero se agrava, como se agrava todo, en los estratos sociales más sumergidos. Cuestiones más debatidas que esta (porque esta, según creo, no se debate tanto), como la de la violencia doméstica o el derecho al aborto (sobre todo ahora que el Parlamento argentino, plagado de conservadores, decidió mantenerlo en la clandestinidad), se ven fuertemente afectadas por ella. En una situación en la que, para preservarse, hay que irse, o en la dura circunstancia de decidir no continuar con un embarazo, la supeditación económica revela dramáticamente su poder de sometimiento.

Sobre esa disparidad esencial, a mi criterio, toda otra equiparación será siempre relativa.