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Un derrotado más

No será aquella Primavera de Praga, pero la de Avellaneda es un grito de rebeldía que se abre como las flores después del invierno, cuando las hojas vuelven a sus sitios y las copas de los árboles techan las calles frescas de la ciudad.

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No será aquella Primavera de Praga, pero la de Avellaneda es un grito de rebeldía que se abre como las flores después del invierno, cuando las hojas vuelven a sus sitios y las copas de los árboles techan las calles frescas de la ciudad. En los mismos días en que los tanques del ejército del rídículo aplastaron al presidente de San Lorenzo, que amenazó, renunció y volvió como si fuese cada uno de los actos de una obra patética, Independiente lanzó un desafío que nadie hubiera imaginado. Cuando se cumpla el trámite de la rerereelección de Grondona, justamente Independiente le dará la espalda. Como un castigo bíblico a la inmensa traición cometida contra el fútbol, el único voto en contra será el del club donde comenzó su trayectoria el presidente de la AFA. Bien pensado, no podía ser de otra manera. La institución que más ha sufrido los efectos de la entrega concretada por Grondona a la televisión, con el aire festivo de un alcalde que entrega las llaves de la ciudad a un visitante prestigioso, es la misma que sirvió de trampolín al mandamás. Igual que la de Praga, la de Avellaneda sólo servirá como ejemplo. La rebelión será abortada en el mismo momento de la gestación. La cobardía no es el caldo en el que pueden germinar ejemplos como los de Independiente. En la declaración de principios del club se menciona, al fundamentar el no voto, la falta de transparencia, los manejos, la ausencia de información, el personalismo y la indignidad a la que se someten los que se sientan a la mesa del caballero don Julio. La magna carta no escrita, pero oralmente divulgada por los dirigentes del club, pone el acento en males conocidos y mil veces mencionados en la inevitable repetición de esta columna, pero dicho por un club como Independiente, auspicia una leve esperanza. Más, si se considera la fractura interna que se produjo en la comisión directiva, a la cual renunció un vicepresidente, siempre advertido como un depositario de la confianza y otros valores de Grondona. Pero la primavera trae vientos y disemina el polen en el aire luminoso del fin de semana. Avellaneda también es Racing, y si algún episodio de la historia puede ayudar en la comparación, sería Bruto con el cuchillo en mano buscando a Julio César en los laberintos del palacio. Es brutal lo que le han hecho a Gustavo Costas, además de innecesario, injusto y gratuito. Un complot urdido detrás de las columnas por los mercaderes a cuyos intereses afectó Costas. Tontos, a diferencia de Bruto que no promocionó la conjura, los saboteadores de Racing anunciaron sus planes. Se creyeron tan impunes como el presidente de AFA, capaz de hacer la gran Lunati ante la opinión pública y el Gobierno, pero con las dos manos. Hicieron confidentes de sus propósitos a miles de hinchas que no salían de su asombro ante lo burdo de la maniobra: una distribución de volantes que hacían preguntas como para que las respuestas encarrilaran al club, mientras ofrecían a otro técnico dirigir el equipo dentro de tres meses. Como plaga de langostas, los dueños de pases de jugadores, los grupos inversores, los Locarno que funcionan de Laverrap y a los que son proclives conocidos ladrones del fútbol, han devastado la incipiente cosecha de Costas. Racing se come las semillas, no llega a los frutos. Hay tantos invitados al ágape que no se puede perder tiempo con tipos como Costas que te dejan fuera del equipo a jugadores que, más que personas, son un producto. El Locarno está demasiado visto, la función se cortará abruptamente en el momento menos pensado. Entre gerenciadores que han podido hacer buena diferencia y cuyas buenas intenciones sirven sólo de empedrado, mercachifles, dirigentes suizos y hombres del Gobierno a los que les sobra el tiempo entre un acto y otro, Racing hoy aplaudirá por última vez a Costas. Hacia la conferencia de prensa, irá un hombre que lleva una bomba en la cintura. Un derrotado más del fútbol cuya moral se ajusta a la de sus propietarios. Lunati, con su mano ya se sabe dónde, es nada más que un afiche, la gigantografía de una película en la que el muchachito pierde siempre.