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Un filósofo en camiseta

“¿Le gustan las corridas de toros? ¡Sepa defenderlas! ¿No le gustan las corridas de toros? ¡Sepa comprenderlas!”

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Uno de los invitados a la nueva edición del Bafici es el filósofo francés Francis Wolff (Ivry-sur-Seine, 1950). Wolff va a formar parte del jurado de la competencia de derechos humanos y, por otro lado, se exhibirá un documental del que es protagonista: Un filósofo en la arena, de los mexicanos Aarón Fernández y Jesús Muñoz. Wolff es profesor emérito de la Ecole Normale Supérieure, especialista en Aristóteles y también, como dice en la película, un convencido de que “lo propio de la filosofía es filosofar sobre lo que no es filosófico”. Eso incluye las pasiones, y una de las suyas es la música, sobre la que ha escrito un libro titulado Pourquoi la musique? Pero la otra, como dice en broma, es más bien vergonzante: la corrida de toros, sobre la que publicó dos libros fundamentales: Filosofía de la corrida (2007) y 50 razones para defender la corrida de toros (2010).

Este último empieza con lo que sería una declaración de propósitos: “¿Le gustan las corridas de toros? ¡Sepa defenderlas! ¿No le gustan las corridas de toros? ¡Sepa comprenderlas!”. Para alguien que no tenía una posición tomada al respecto (como en mi caso y el de una gran mayoría de los argentinos), el librito nos predispone a favor. En primer lugar, porque Wolff es muy elocuente a la hora de exaltar los valores morales y estéticos implicados en la corrida, la nobleza esencial del espectáculo, su tradición, su contacto con la fiesta y la tragedia. En segundo, porque es muy preciso a la hora de desbaratar los argumentos que igualan las corridas con la barbarie, la tortura, la crueldad y hasta con el franquismo (por no hablar del genocidio, al que está de moda recurrir por cualquier causa). En ese sentido, cualquiera de las cincuenta razones es de una claridad demoledora y nos pone del lado de los aficionados taurinos. En el fondo, el único argumento admisible contra los toros es la sensibilidad individual. Wolff admite de entrada que es muy respetable que a alguien le horrorice ver morir a un toro en la plaza, pero contraataca diciendo que a él le desagrada profundamente ver un pez ensartado por un anzuelo, aunque nunca se le ocurriría prohibir la pesca por ese motivo. Wolff propone “tolerancia hacia las opiniones, respeto a las sensibilidades y libertad para hacer todo lo que no atente contra la dignidad de las personas”.

Sin embargo las corridas, admite Wolff, están a punto de morir asesinadas por las prohibiciones. Ya ocurrió en la cada vez más reaccionaria Cataluña y la fiebre puede extenderse hasta terminar con la única representación teatral en la que, como dijo Orson Welles, a los actores les pasan cosas de verdad. Pero detrás de la batalla por las corridas, hay una guerra filosófica más general. Contra la pretensión de los animalistas, que intentan otorgarles derechos humanos a los animales, Wolff reacciona diciendo que los seres humanos son los únicos que tienen derechos inviolables, ligados a los valores de justicia, equidad, generosidad y fraternidad que hacen a la convivencia, mientras que los animales merecen respeto y buen trato, pero no una valoración absoluta cuyas consecuencias acaban en el ridículo. La tradición taurina es un blanco más de la corrección política y su eliminación forma parte de la fantasía de un mundo feliz que Wolff espera no llegar a ver.

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