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Un guerrero del catolicismo: Bloy por Abelardo Castillo

Lo que a mí me unió a Léon Bloy fue la lectura de El desesperado, libro que compré por su título y porque había leído Los raros. Allí, uno de los autores que Darío rescata –junto a Lautréamont y otros en general desconocidos o mal leídos en esa época– es Bloy, por quien sentía una admiración formidable, lo cual, para mí, ya era motivo suficiente para querer saber quién era.

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“Lo que a mí me unió a Léon Bloy fue la lectura de El desesperado, libro que compré por su título y porque había leído Los raros. Allí, uno de los autores que Darío rescata –junto a Lautréamont y otros en general desconocidos o mal leídos en esa época– es Bloy, por quien sentía una admiración formidable, lo cual, para mí, ya era motivo suficiente para querer saber quién era. Pero era muy difícil hallar sus libros, aquí nadie lo conocía. Hasta que encontré El desesperado, y lo leí en un viaje en tren desde San Pedro a Buenos Aires. A medida que lo iba leyendo pasaba por sucesivos estados de ánimo, que son los que uno tiene (y esto lo ha observado también Borges) cuando lee a Bloy. Es decir: Bloy te puede parecer un escritor descomunal o un escritor intratable, de acuerdo a tu propio estado de ánimo, porque hay veces que no se lo tolera.

Y entonces llegué al capítulo, famoso, de la relación con su primera mujer, María, a la que él llama Verónica. Verónica era una prostituta a la que él convierte. Su relación empieza con la declaración de amor de Verónica a Bloy, cuando ella aún era prostituta. Le dijo: “Siento atracción por usted, quiero acostarme con usted”. Y Bloy le contestó: “Lo lamento, señora, pero yo no me acuesto nunca”. Ahí empezó su relación de amor.

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El hecho es que Bloy la termina convirtiendo al catolicismo, juntándose con ella (tenían que ocultar esa relación por infinitos motivos y uno de ellos era religioso), él se mete luego en una Trapa y ya cuando vuelve para casarse, Verónica tiene un arrebato místico y le dice que no quiere. Además, hay un momento en que ella le dice que sería terrible para él casarse con una mujer como ella, es decir, lo rechaza pero por cuestiones religiosas, y entra luego en una locura mística.

Pero en la novela El desesperado (y ahí fue donde yo quedé como adherido a Bloy y después quise leer qué cosas había escrito este hombre) hay un capítulo estremecedor donde Verónica (o sea, María) para que él no la desee (porque él le dice que siente una atracción formidable por su cuerpo) se arranca los dientes. Bueno, a partir de ese momento empecé a leer a Bloy y, en efecto, llegué a la conclusión de que casi nadie lo conoce ni lo admira. Sin embargo, era un escritor reconocido en su época por grandes escritores, por toda una generación de los mejores escritores franceses. Y él admiraba, así como detestaba (porque su capacidad para el ultraje era una cosa casi sobrenatural) fervientemente a otros escritores. A Lautréamont por ejemplo, a Baudelaire, a Verlaine.

Otra de las cosas que me llamó mucho la atención fue la aversión que Saer sentía por Bloy, como escribe, por ejemplo, en el libro El concepto de ficción. Al hablar de Borges, Saer sostiene que Borges no conocía bien la literatura francesa y que defendía a escritores de segundo orden, entre ellos a Léon Bloy, a quien pone como un escritor menor. Y Saer, claro, está equivocado. Realmente, Bloy no era un escritor menor. Era un escritor muy extraño que ocupa un lugar él solo en la literatura francesa. No era un escritor en el sentido tradicional de la palabra, sino era algo así como una especie de guerrero del catolicismo, un converso (como lo fue San Pablo), un hombre con un poder de expresión que no tiene paralelo en la literatura francesa.”

*Testimonio recogido por A.H.