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Un libro, una tapa

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Qué buena onda, dije yo, una amiga que volvió ayer de España me trajo de regalo un libro reciente de Harold Bloom, de quien había leído con mucho interés algunos de sus primeros libros, como La cábala y la crítica o Poesía y creencia, antes de ir dejándolo de leer sumido, él, en una trivialidad que aúna la total concesión al mercado con la supuesta garantía de calidad que aporta el campus académico. No obstante, corrí hasta su casa (la de mi amiga) y me hice del obsequio. Bajo un eficiente retractilado, impecable y aún sin abrir, se encontraba La escuela de Wallace Stevens. Un perfil de la poesía estadounidense contemporánea, publicado por la editorial Vaso Roto, en un gran tomo de 534 páginas. En la tapa aparece también, arriba del título, con una tipografía diferente y cuerpo más grande, el nombre del autor (Harold Bloom) y, debajo del título, con un cuerpo bien pequeño: “Edición, traducción y notas de Jeannette L. Clariond”. La contratapa da cuenta de las ideas de Bloom acerca de la poesía norteamericana del siglo XX (“Para Bloom dos son los libros capitales de ese período: Las auroras de otoño, de Wallace Stevens, y El puente, de Hart Crane”), y termina afirmando, acerca del libro, que “he aquí una obra fundamental para entender una tradición poética”.
Pero gran sorpresa me llevé al abrir el libro: es una estafa editorial. En verdad, la “obra fundamental” de Bloom es una compilación de poemas de diecinueve poetas norteamericanos del siglo XX, que ocupan casi el 90% de las páginas del libro, cada uno acompañado con una breve introducción, de entre dos y cuatro páginas, de Harold Boom. En ningún lugar de la tapa se informa al lector que lo que tiene en sus manos es una compilación de poesía norteamericana del siglo XX, donde Bloom sólo le dedica unas paginitas a cada poeta. Hay también un largo y mediocre prólogo de la tal Jeannette L. Clariond (que en la tapa aparece como “Edición, traducción y notas”, pero que ya en la portadilla su rol crece a “Edición, traducción, prólogo y notas”), que comienza con una cita de William Blake: “La imaginación no es un estado sino un mero acto de existir”. Efectivamente, hay que apelar a la imaginación para suponer que éste es un verdadero libro de Bloom y no un verso (perdón por el chiste fácil) que engaña al lector. Estamos acostumbrados a ser estafados por los grandes conglomerados multinacionales, ¿ahora también tendremos que habituarnos a que lo hagan las pequeñas editoriales de poesía?
No obstante, en esas pocas páginas, Bloom se las ingenia para pontificar sin cesar en frases como: “Elizabeth Bishop es la única escritora libre (además de Robert Frost) de la influencia de Whitman”, o “Los mormones han producido, hasta ahora, solamente un genuino genio literario, May Swenson”. Quizá la única frase inteligente la escribe Bloom a propósito de John Ashbery: “Apollinaire sugirió sorpresa para el arte del poeta moderno pero ¿qué hay de sorprendente en un grupo de poemas que no tolera relectura? Ashbery pudo haber recibido la influencia de De Kooning, Kline, Webern y Cage, pero ninguno de estos artistas enriqueció su obra […] Ashbery logra su mejor momento cuando, lejos de la proverbial sabiduría revitalizante y al margen de las elipsis, se atreve a usar el lenguaje directo de Stevens”.