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Un maestro poco conocido

A veces los lugares comunes son precisamente comunes porque entre sus engranajes aglutinan una dosis de verdad: que los escritores estadounidenses inventaron y reinventaron el cuento moderno a lo largo de los siglos XIX y XX es uno de ellos.

Tomas150
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A veces los lugares comunes son precisamente comunes porque entre sus engranajes aglutinan una dosis de verdad: que los escritores estadounidenses inventaron y reinventaron el cuento moderno a lo largo de los siglos XIX y XX es uno de ellos. De Edgar Poe en adelante (Francis Bret Harte, O. Henry, Katherine Mansfield, Richard Yates, Francis Scott Fitzgerald, Ernest Hemingway, John Cheever, Raymond Carver, Richard Ford) la tradición cuentística de los Estados Unidos no tuvo comparación, a pesar de los grandes escritores que se dedicaron a la narrativa breve tanto en Rusia como, por ejemplo, en los márgenes del Río de la Plata.
Pero si bien ese corpus es constantemente revisitado, pocos incluyen en él a Ringgold W. Lardner (o Ring Lardner, a secas), a pesar de haber sido uno de los maestros de Hemingway y Fitzgerald. Para mejor, Lardner tuvo una vida irresistible para cualquier editor con conocimientos básicos del marketing: nacido en 1885 y muerto en 1933, el menor de nueve hijos de un matrimonio acomodado, se dedicó al periodismo deportivo (en verdad, al béisbol: cubrió durante años los partidos de los Chicago White Sox) y a la bebida con pareja abnegación. También tuvo una columna de opinión semanal en el Chicago Tribune que lo volvió relativamente célebre y le permitió vivir de febriles colaboraciones en más de cien periódicos al mismo tiempo. Amigo de Fitzgerald, se cuenta que estaba jugando al bridge con él cuando lo fulminó un ataque al corazón, a los 48 años, a pesar (o precisamente por ello, vaya uno a saber) de que sufría al mismo tiempo de tuberculosis y cirrosis. Por si fuera poco, uno de sus dos hijos, Ring Lardner Jr., fue guionista de Hollywood –ganó dos premios Oscar–, aunque cayó en desgracia cuando su nombre fue incluido en la lista de la Comisión de Actividades Antiamericanas del senador Joseph Mc Carthy, y pasó a ser uno de los llamados “Diez de Hollywood”, guionistas con ideas de izquierdas en una época y en un lugar particularmente conflictivo.
Volviendo al padre, hasta hace muy poco lo único que se conocía en la Argentina de su producción literaria era el magnífico relato Campeón, publicado en 1972 por el Centro Editor de América Latina. Pero en 2001 la editorial española El Acantilado reunió bajo el título de A algunos les gustan frías diez de sus mejores cuentos, entre ellos algunos brillantes como Nidito de amor, Hay ciertas sonrisas, La Navidad de los viejos y el mismo Campeón, que prefigura el carácter de los boxeadores de casi todas las ficciones que se escribieron y filmaron en el siglo pasado.
Obsesionado por el teatro, el periodismo y la música, sus historias se inspiran frecuentemente en personajes de estos ámbitos, que conocía bien, como el miserable productor teatral de Un día con Conrad Green. El esquema narrativo de Lardner es casi siempre el mismo: en sus cuentos todo va bien hasta que imperceptible –e invariablemente– ocurre un mínimo desvío en la trama que empuja el relato hacia la catástrofe, y las situaciones se muestran como en verdad son: el boxeador, un ser ambicioso y desalmado; el empresario, un avaro sin remedio; el matrimonio, la institución en que se detesta con la misma intensidad con la que se ama.
Su visión del periodismo incluye un fuerte elemento autocrítico y habla, a la vez, del poder que la profesión supo tener alguna vez en el mundo contemporáneo. Los editores y los periodistas pueden ser personas privilegiadas, que viven experiencias de primera mano y suelen rodearse de gente interesante, pero también potenciales extorsionadores y mercenarios al servicio del mejor postor. Pensándolo bien, en ciertos sentidos, las cosas tal vez no hayan cambiado tanto.