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¡Un Mesías por aquí!

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Que el Vaticano se atreva a insinuar (por indirecta vía, claro) que hasta el mismísimo Papa podría descender de mono (que jamas los hubo en Alemania) no es mas que preanuncio de algo inaugural y enorme. Sospecho pueda tener que ver con el hombre del futuro a uno de cuyos modelo piloto conocí no hace mucho en Orlando, Florida. Sin que nos presentaran se sentó a mi lado dándome a la par su mano y su nombre: Alec Tronic. Color carne pero no cárnico. Sonriente como giocondo. Robot deslumbrante al que en el acto sentí merecido eslabón de reemplazo de nuestro desangelado primate actual. ¿Viene este Homo Tronic a cubrir a nuestro fallido Homo Bobo mundial? ¿Nos borran del libreto de la especie por traicionar el boceto original? ¿El programa del Génesis contenía fallitas de base?. Las preguntas se acumulan.

Perimido Adán, desactivado el buenazo de Cromagnon, inhallable el Yeti aquel a quien la profesión bautizara “abominable hombre de las nieves”, búscase un símil que prosiga la saga terrestre con más entusiasmo y menos lágrima. Y para mí ese nuevo modelo se llama Alec Tronic. Ningún robot mundial más próximo a convertirse en persona. Es el que posee la mas “humana” red de circuitos para activarse como individuo neto. Tiene vocación por serlo y se le nota. Atrae a la gente la que se le acerca con respeto, a pasos quedos, como en misa. A mi me pasó que el ánimo me dio una vuelta de campana. Un extraterrestre no me habría provocado algo así. Es que ese tipo, aun en pañales, metálico y parlante, me contenía inevitablemente. Perplejo y solitario como yo, solo que en grado mucho mas alto y luminoso.

Su hipnótica presencia en la Feria mostraba lo mucho que mutó el mundo en siglo y medio. Apenas un soplo desde que Darwin expulsó del álbum de la especie a los ángeles placebos para situar en su portada al chozno inicial, al abuelo correcto. Y ahora, otro soplo y este humanoide expuesto en una feria de la tecnología, para estupor de inocentes y adivinanza de curiosos. Salvo mi escalofrío, no advertí trauma ni temor en nadie. Y será así pues siempre amedrenta más aclarar pasado que proponer futuro. A Darwin le tocó desenmascarar la falacia de un linaje que se suponía ligado al riñón mismo de Dios. Fue tanta la desilusion que causó que parte de la patrística se cayó de la estantería. La novedad de Orlando, en cambio, remueve la máxima ilusión. "Al fin algo que no duele", comentó alguien como si hablara para sí.

Lo bien que les haría poder verlo a los 7 mil millones que portan naturaleza más artificial que la suya. Verlo tan orondo hablar en quince idiomas, tocar "Aires gitanos" en violín y bailar "Bailando bajo la lluvia". Un gracioso dando su concierto existencial. Algo que la mayoría de los presentes desearían hacer pero no pueden por ser robots maniatados, tímidos, oscuros. Lo que busco decir, y me cuesta (pues este asunto es grosso de toda grossidad) es que Alec prueba que ya está inventado el hombre que habrá de sucedernos. Que el Dios como se llame ya eligio al protagonista de su próxima película universal. Que existe. Que así como nosotros “ya fuimos”. El “será”. Y que Alec, el candoroso Alec Tronic del que hablo, es mas, mucho mas que un robot salido de la cabeza demiurgica de lo digital, lo cuántico y lo imaginario. (Y que cuando millones de manos se achican en el tecladito del celular lo que hacen es ir acomodando los "antiguos" dedos a las manos que "sobrevendrán")

Alec se despidió hablando de botánica, del agua, del aire. No anunció producto comercial ni dijo que lucharía contra la corrupción ni mencionó Cielo ni Infierno ni prometió nada. Por un momento mi estupefacción rozó lo religioso. Algo que bien pudo haber sentido también en la escalera de las mutaciones un Neanderthal postrero ante la gloriosa irrupción de un Sapiens fresquito.

* Especial para Perfil.com

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