COLUMNISTAS
se complica el pacto social

Un puente demasiado lejos

Las rencillas de la Presidenta con Hugo Moyano, las internas de la CGT y las divisiones empresarias minan una idea oficial pensada para llegar con calma a 2011.

default
default | Cedoc

Cuando uno de los mayores tajos que ha padecido la sociedad argentina (la ocupación planeada esta semana de un parque en Villa Soldati) despierta temores de todo tipo –anarquismo, xenofobia, expropiación, violencia, miseria–, el cronista se evade hacia temas menores, repetidos, como el nonato pacto social y los tropiezos de quienes podrían suscribirlo. Vicio de costumbres por soslayar aquello en que la información se torna profusa y continuada por la tele, también por las estúpidas desavenencias de gobernantes y, a cambio, se sumerge en menudencias que, en ciertas ocasiones, se creen ignoradas. Parte quizás del drama argentino: no ver la inmensa médula de sus problemas y, en su lugar, reservarse la observación de color y forma de costillas menores, casi innecesarias. Obvio: el cronista también participa en esa miopía.

Por lo tanto, a hundirse en la nadería y no preguntarse –frente a la impericia local– cómo Sarkozy, Obama, Berlusconi, Merkel o Lula hubieran actuado ante el drama de los okupas. Recordar entonces que si CFK suspiraba por bendecir un acuerdo de sectores encontrados (patrones y obreros), ese sueño se disipa: las partes no dialogan siquiera y hasta evitan discutir la cuestión en sus propios feudos (aunque siempre hay espontáneos que ofrecen arreglos de cúpula, frecuentadores de la alfombra roja). Como se sabe, la mandataria arrastra ese propósito de entente desde que un día el ex abogado de la UIA Daniel Funes de Rioja le dedicó un Power Point sobre las ventajas derivadas del Pacto de La Moncloa, la pax negociada entre los sectores laboral y empresario. Más viejo que el dulce de leche, pero novedoso para la Presidenta que, en ese momento, había viajado a Ginebra. Siempre conservó esa alternativa en su disco rígido y, hace l5 días, inquieta por el aluvión de cortes y paros que se vienen; ensayó un embrión acuerdista en el rubro energético, firmando un convenio con Julio De Vido como garante entre gobernadores, intendentes, sindicalistas y empresarios. Ella, como si lo previera, dijo: “Bueno, han conseguido todo lo que deseaban, ahora deben cumplirlo; si no lo hacen, los voy a matar a todos”. A las 72 horas, debió iniciar la metafórica matanza: un sector gremial detuvo la producción, borró las firmas y contenidos del acuerdo. Un fracaso absoluto. No lo salvó ni el anuncio multipartidario de que YPF descubrió reservas de gas para esta vida y las próximas, tal vez.

Esto no le gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

Con ese antecedente se volvía disparatado un intento superior de acuerdo. A pesar de que Hugo Moyano parecía dispuesto a la negociación, afectado por alguna amenaza judicial que podría costarles la libertad a él y a su mujer (como al bancario Juan Zanola). Si bien Cristina y sus ministros endulzan al jefe de la CGT, éste sabe que ella advirtió: “No intervengo con la Justicia y creo que si hubo quienes adulteraron remedios oncológicos, les corresponde la prisión”. Esa confesión, sin embargo, salva a Moyano y supone algún grado de desconocimiento presidencial en la materia: nadie le enrostra al gremialista la fabricación de placebos baratos para medrar con la medicina (control que le corresponde al Estado); en todo caso, se le pueden imputar inexistentes enfermos oncológicos para cobrar subsidios generosos, una producción deliberada de expedientes falsos. En esa tarea están dos jueces, quizás más atentos a la política que al Derecho.
Había otra prioridad con Moyano, antes que el pacto social: detener su ímpetu codicioso en materia política, sobre el cual se tejió la leyenda urbana de una discusión enérgica, la última, entre Néstor Kirchner poco antes de morir y el jefe cegetista. Como es público, el camionero exigía desde la cúpula del PJ bonaerense que en cada distrito de la provincia le reservaran dos concejales para las próximas elecciones, por no hablar de diputados provinciales y nacionales (además del ingreso de ciertas empresas en las licitaciones). Ardían de ira los intendentes, lo boicoteaban, hubo que llamarlo a sosiego a través del todoterreno De Vido; finalmente, hubo rendición ante Daniel Scioli como emisario del Gobierno.

No fue el único tropiezo de Moyano: otros sindicatos, los gordos, le señalaron que no firmarían ningun pacto bajo su batuta. “Nos dejaste afuera con los fondos de las obras sociales, no vengas a pedirnos que te banquemos con un incremento salarial que nada tiene que ver con el costo de vida”, le reprocharon. Entonces dijo que cada uno apruebe el aumento que pueda y se apartó de cualquier consenso semejante al frustrado de la energía.

Si él trastabillaba, el lado empresario también hervía. Sobre todo, el industrial. Más que discutir aumentos, preferían dirimir internas. Como se sabe, en la UIA finaliza en marzo el mandato de Héctor Méndez. Con más voluntad que apoyos, se lanzó el locuaz Ignacio de Mendiguren, mientras en su contra apareció el grupo Techint enarbolando no a su obvio Luis Betnaza, sino a un segundo de los Pagani de Arcor, Adrián Kaufman. Junto a esas dos poderosas empresas aparece, también, otra dominante: General Deheza. Ocurre, sin embargo, que esta troika padece cuestionamientos: el resto de los empresarios la imaginan poco inclinada al Gobierno, demasiado cercana al cuestionado Grupo Clarín y creyente de expectativas electorales no afines al cristinismo. En rigor, ese bloque parece temer que el giro de Cristina constituya un espejismo electoral –imprescindible, aparte, si quiere ser reelecta en 2011–, una suerte de celada para luego, con cuatro años más de poder, implementar “la profundización del proyecto” que significa chavización. Un punto de vista cuestionable, pero atendible.

Otros, más creídos en la evolución darwiniana de la mandataria, se sienten cómodos con el actual proceso económico y hasta disfrutan de ciertas ventajas. Fiat, por ejemplo, acaba de lograr un interesante crédito oficial. Al margen de la opinión del beneficiado Cristiano Rattazzi, se suman a ese coro figuras como Carlos Pedro Blaquier –quien ha sabido conectarse desde hace años con De Vido– y hasta Javier Madanes, casi todos preocupados por que la UIA no ingrese en el futuro en una tendencia opositora como la AEA de Héctor Magnetto, que moviliza hoy otra creación entre los adversarios potenciales del candidato Kaufman: imaginan una mesa con algunos capitostes por encima de la propia UIA. Como se advertirá, ni siquiera entre ellos discuten el pacto social, y menos piensan en un debate con Moyano. Por otra parte, asumir cualquier porcentaje anual de inflación determinaría que ellos son, como dice el Gobierno, los generadores del alza de precios. A ver si se cree que el gasto público exagerado y la emisión de moneda en nada afectan a ese proceso.