COLUMNISTAS
CRECEN ALFONSIN Y LOS K

Un sol para Ricardito

El autoritarismo oficial y las réplicas simétricas de los opositores benefician al hijo de Don Raúl. Pero el Gobierno se ve fortalecido por la marcha de la economía.

|

Es vigorosa la recuperación que muestra en las encuestas el matrimonio presidencial. La curva ascendente, lenta pero sostenida tanto en imagen positiva como en intención de voto, copia el crecimiento del consumo. Por primera vez en más de dos décadas de mediciones de opinión pública, la inflación no es un obstáculo para restablecer las expectativas favorables al Gobierno, algo más hacia Cristina Fernández que a Néstor Kirchner. Esta sería es la mejor noticia para el oficialismo en mucho tiempo. Su iniciativa permanente le rinde frutos más allá de los serios errores no forzados que comete, como ignorar hasta la insensibilidad a la inseguridad que sacudió a todos con la muerte del bebito Isidro o mantener altos niveles de intolerancia que, por reacción, logran consolidar distintas oposiciones pero, por ahora, ningún liderazgo claro de alternancia.

Las malas noticias para el oficialismo en las encuestas hay que buscarlas en la solidez de varios meses que lleva Ricardo Alfonsín como el político argentino más apreciado y, aunque estancado por su módico protagonismo, la realidad de que Julio Cobos sigue siendo quien más votos cosecharía hoy en forma individual.

El planeta K y la socialdemocracia del Acuerdo Cívico siguen moviéndose cada uno dentro del tercio del universo electoral. La porción restante corresponde al Peronismo Federal, cuyos apoyos aparecen atomizados porque es el sector más demorado a la hora de definir sus candidatos. Los consultores sospechan con cierto apoyo científico que quien está dispuesto a votar a Macri está dispuesto a votar a Duhalde o viceversa. Y que alguno de ellos recibirá los sufragios de los simpatizantes de Solá (salvo que le gane la interna a Duhalde), de Reutemann (que se autoexcluyó de esa carrera) y de Francisco de Narváez (que volvió a concentrarse en Buenos Aires porque comprobó que “el que mucho abarca poco aprieta”. Estas especulaciones se apoyan en un estudio de una de las más prestigiosas consultoras que no trabaja para el Gobierno. Su credibilidad se potencia precisamente porque pese a no tener como clientes a los Kirchner, reconoce que quedaron lejos los tiempos en que se creía imposible que Cristina o Néstor se impusieran en primera vuelta en 2011. Hoy están en carrera, en paridad de condiciones en la línea de largada, con ventajas y desventajas frente a sus competidores aunque los complicaría la polarización de una segunda vuelta.

Tienen a su favor el aumento del trabajo registrado, la asignación por hijo que no tiene contraindicaciones, la euforia por comprar autos, plasmas y otros artículos que sirve para darle batalla a la inflación pero que hace caer el ahorro nacional y denuncia la falta de créditos accesibles. El entusiasmo de un sector importante de la sociedad es producto de la cosecha record que se viene, del efecto psicológico que produce el dinero en el bolsillo y de que ni los más acérrimos opositores vaticinan tormentas serias para los próximos dos años.

Eso no significa que todo sea maravilloso. El festival de corrupción y la madeja de subsidios discrecionales, la inflación bajo la alfombra y la intolerable inequidad social y la violencia creciente del delito son bombas de tiempo.

Tal vez los mayores diques de contención del kirchnerismo son los que ellos mismos fabrican al sembrar vientos de autoritarismo en distintos planos. Las tempestades que cosechan hoy están diversificadas. Sólo se juntaron para darle al Gobierno la paliza electoral del 28 de junio pasado y la derrota callejera cuando la protesta de los productores agropecuarios logró juntar multitudes en Rosario y en Palermo. Tanto mojarle la oreja a todo tipo de adversario fue generando núcleos duros pero separados por ahora. Subleva la utilización del aparato estatal para intimidar y minar las fuerzas del que piensa distinto. Esa turbulencia cargada de odio que fue parida por Néstor Kirchner se ha diseminado y afecta a los grupos más dinámicos e informados que se sumaron a las batallas donde sólo hay amigos o enemigos. Por eso muchos de los que no quieren a los Kirchner han adoptado sus métodos de escrache personal y virtual. Una descalificación agraviante es contestada con otra. Esta fractura expuesta tuvo, entre varias víctimas, a la cantante Patricia Sosa y a nuestro colega Nelson Castro. “Actuaste para los genocidas”, fue la brutal acusación que le hizo el ejército kirchnerista de Internet a Patricia Sosa, que cantó Aurora y el Himno en la Rural. La desmesura y la injusticia feroz logró lastimar a quien al día siguiente ya estaba en el Impenetrable chaqueño para ejercer su trabajo solidario y a quien actuó en el Teatro por la Identidad auspiciado por las Abuelas de Plaza de Mayo. De igual manera son castigados desde la otra vereda artistas que se sumaron al oficialismo, como Florencia Peña, Ignacio Copani o Andrea del Boca. Esos escraches reales o virtuales son igualmente condenables.

Es cobardía en estado puro, más allá de quién sea la víctima o el victimario. Ya hemos padecido demasiados dramas, con sangre y división extrema cuando Hugo del Carril y Libertad Lamarque fueron banderas de la lucha contra el otro.

Que un canciller genere peleas a repetición con periodistas habla de sí mismo, pero que Timerman se haya autotitulado “barrabrava” en una discusión radial con Nelson Castro y le pida a sus interlocutores que se vayan acostumbrando es una provocación que perjudica a su propio Gobierno. Cuando el miedo se instala, la libertad se achica. Un gran músico que prefiere mantenerse en el anonimato canceló una participación similar a la de Patricia Sosa porque su propia madre le expresó su temor por las posibles consecuencias y por las presiones que había sufrido en los días previos. Esto es una gigantesca luz de alerta.

Las máximas autoridades tienen las mayores responsabilidades de no cruzar los límites y restaurar el clima de respeto. Si no lo hacen por convicción, al menos deberían hacerlo en defensa propia.

Porque más allá de las encuestas o las elecciones, un país enfermo de venganza es un pasaje directo al fracaso y que sólo favorece a los minúsculos grupos nostálgicos de la dictadura que, como el caso de Cecilia Pando, vuelven a las andadas.