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econOMISTA DE LA SEMANA

Un tipo de cambio atrasado impide integrarse bien al mundo

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Afortunadamente la Argentina vuelve a discutir cómo integrarse al mundo, luego de tantos años en que no sólo nos quedamos encerrados en el Mercosur sino que, por las restricciones de divisas, a partir de 2011, la disminución notable de la oferta importada perjudicó el abastecimiento de insumos a la industria.
Es tan importante y sensible esta cuestión para el desarrollo del país que no se la puede llevar adelante en el marco de un debate impreciso y confuso.

Matices. En ninguna parte del mundo industrializado, la apertura es un concepto absoluto. Todos los países desarrollados manejan su comercio exterior para evitar la desaparición de sectores que, por algún motivo, consideran relevante y que, sin ninguna regulación, no subsistirían. O, en otros casos, subsidian la producción para hacerla competitiva. O hacen ambas cosas a la vez. El mejor ejemplo de esto último es la PAC (Política Agrícola Común) de la UE que subsidia a los productores agropecuarios de los países europeos y consume gran parte del presupuesto europeo. No sólo eso, los europeos son muy celosos con la apertura externa de este sector, motivo, entre otros, por el cual, la negociación entre la UE y el Mercosur avanza con tanta lentitud.

También la OMC permite el subsidio a los bienes agropecuarios y lo prohíbe a los bienes manufacturados, en una muestra histórica de doble rasero difícil de justificar. El hecho de que en los países desarrollados, al contrario de lo que ocurre en los países subdesarrollados, el sector de mayor productividad sea el manufacturero, y no el de productos primarios, explica que, en ausencia de subsidios y en una economía totalmente abierta, este último sector tendería a desaparecer. La regulación adoptada por la OMC recoge esta realidad de los países desarrollados e ignora la contracara de ésta, la de los países subdesarrollados, en los que el sector a subsidiar es el manufacturero.

La apertura externa tiene matices sectoriales, tanto en los Acuerdos de Libre Comercio (ALC) como en el marco de la OMC:  en todos los ALC existen listas de excepción al cronograma de desgravación general constituida por los sectores sensibles en cada uno de los países, aquellos en los que el diferencial de productividad tiene una magnitud desproporcionada. Esas excepciones implican que la desgravación arancelaria completa se alcance en cinco, diez o hasta veinte años, a partir de reducciones programadas. Por ejemplo, cuando firmaron el TLC Colombia y EE.UU., el primero reservó 18 años para desgravar totalmente el arroz.

La administración del comercio vía cláusulas de salvaguardias frente a importaciones que amenacen causar daño en la producción local instalada por súbito incremento o porque toman una porción relevante del mercado doméstico está contemplado por la OMC. Lo mismo que los derechos antidumping cuando ingresa mercadería producida en condiciones de economía no capitalista o ingresa a precios por debajo del costo. Por ejemplo, siguiendo con el caso de un país con economía liberal, Colombia,  impuso valores de referencia a la importación de calzado proveniente de China que ingresaba a precios de contrabando técnico y, también, colocó en 2013 derechos antidumping por cinco años a las llantas provenientes de Asia.

Estos casos mencionados se refieren a situaciones puntuales, en las que algún sector en particular se ve agraviado por una situación competitiva determinada; pero existe otra posibilidad en la que el agravio a la producción local sea general, incluya a los productores de bienes de menor productividad relativa (manufactura) o al conjunto de los bienes transables. Nos referimos al problema de la estructura productiva desequilibrada y la situación de atraso cambiario global, dos formas de enfermedad holandesa.

El empresario y autodidacta en economía Marcelo Diamand denominó “Estructura productiva desequilibrada” a la realidad de los países de América Latina, en especial los de América del Sur. Las ventajas comparativas del sector productor de bienes primarios de estos países, respecto a los manufacturados, no sólo se verifica en términos relativos respecto al mismo sector en los países desarrollados sino también en términos absolutos. La inversa es verdadera para los países desarrollados: el sector manufacturero de éstos muestra ventajas comparativas respecto a su sector primario en términos relativos y absolutos. Esta situación estructural determina que si el tipo de cambio en un país como Argentina se fija al nivel de la productividad del sector primario exportador, la industria manufacturera aparecerá como ineficiente en términos internacionales. No estará en condiciones de competir en el mercado interno ni en el externo y será “cara” en relación a éstos.

Puede ocurrir un desequilibrio macroeconómico, por ejemplo cuando ingresan divisas por endeudamiento externo para financiar el déficit público, y el tipo de cambio se atrasa en términos macroeconómicos: el caso de la economía argentina hoy. Se trata de una paridad fijada por el endeudamiento externo. El atraso cambiario constituye un impuesto a las exportaciones y un subsidio a las importaciones y determina una pérdida de competitividad al encarecer nuestra producción al transformar los precios de los bienes en moneda dura. Golpea más a los sectores de menor productividad pero también puede perjudicar al sector primario exportador. Es la diferencia en el tipo de cambio la que explica que, por ejemplo, en 2006-09, un libro impreso en nuestro país costaba en una librería de Buenos Aires un tercio de lo que costaba ese mismo libro impreso y vendido en España; en tanto, hoy ese libro cuesta 17% más en nuestro país que en España. No ha cambiado ninguna otra condición, ni en la producción, ni en las cadenas productivas, ni en las eficiencias.

Sistema. Es cierto, como decía Rogelio Frigerio (abuelo), que los países desarrollados producen a costos más económicos sus bienes y servicios no sólo porque son hechos en masa por grandes corporaciones que introducen las más modernas tecnologías sino también por “la abundancia y calidad de los factores externos a la empresa (infraestructura energética, transporte, mecanismos financieros y comerciales) que caracterizan a las grandes naciones industriales”. Es decir, la eficiencia es un fenómeno sistémico, por eso es crítica la inversión en infraestructura y, también, las condiciones de entorno que generan las políticas públicas. Y también el costo impositivo. Si a esta situación de mayores costos sistémicos, le agregamos la desventaja del tipo de cambio, que traduce esa ineficiencia a moneda fuerte, no hay ninguna chance de que nuestra industria sea competitiva con las de los países más desarrollados.

La conclusión es de Diamand: “Más que necesitar ser productivos y eficientes para ser competitivos necesitamos ser competitivos para ser productivos y eficientes. Es decir, en vez de condicionar la competitividad a una mayor productividad, debemos ser competitivos con la industria que tenemos y no destruirla sino aprovecharla al máximo y protegerla. A partir de allí debemos crecer y aumentar la productividad. Para esto necesitamos un Estado fuerte y eficiente”. Y una paridad cambiaria que permita recorrer ese camino.