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Una conversación

Ahí nomás, en la esquina de la avenida y Ayolas, al costado izquierdo de la puerta de la iglesia de San Antonio, está ella, imagen en bulto de María vestida de celeste, rubia y etérea, que da gusto verla.

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Ahí nomás, en la esquina de la avenida y Ayolas, al costado izquierdo de la puerta de la iglesia de San Antonio, está ella, imagen en bulto de María vestida de celeste, rubia y etérea, que da gusto verla. La rodea una reja no muy alta y a sus pies siempre hay flores. Supongo que algún monaguillo o un alma piadosa se ocupa de ir cambiando los ramos porque las flores están siempre frescas. A menos que se trate de un milagro, cosa que me parece más bien improbable para decirlo suavemente. Pero que da gusto verla, es cierto. Más que una imagen religiosa parece, si se me perdona el sacrilegio, una modelo que está posando para que le tomen fotografías, muchas fotografías para los diarios y las revistas y lo que sea.  La reja impide que alguien se acerque demasiado. Todo el ambiente es claro, casi blanco, y siempre está ¿desolado? no, vacío de público digamos, aunque resulte un poco fuera de lugar la expresión. Pero, ah sí, por suerte siempre hay un pero: qué sería de nosotros sin las conjunciones adversativas, ¿eh? Pero de vez en cuando hay alguien que la mira, se detiene y la mira y en una de esas le reza una oración. Me parece bien. Lo que nunca había visto o al menos lo que nunca había visto yo, era a alguien hablándole. Siempre la miro conste, porque es un precioso cuadro. Y sin embargo… sin embargo esta vez las vi, a las dos, sí, ella como siempre y de este lado de la verja pero muy cerca, una viejita rodete muy blanco, bastón y zapatillas de fieltro que charlaba con ella. Le dije al chofer del taxi que parara: no podía perderme eso. Paró y yo me quedé mirándolas. No sé lo que le diría la viejita pero la veía mover las manos para acentuar la importancia de lo que le iba diciendo, supongo. Ella no asentía pero se adivinaba que estaba de acuerdo, cosa que me tranquilizó bastante y decidí dejarlas que se arreglaran entre ellas. La viejita siguió hablando, yo no pude saber qué le contestó ella y el chofer del taxi arrancó y me trajo a casa.

No me reconcomió la curiosidad: que se arreglen entre ellas, pensé, seguro que se van a poner de acuerdo.