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Una década de declive institucional

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De acuerdo a la edición 2016 del Indice de Transformación de la fundación alemana Bertelsmann (Bertelsmann Transformation Index, BTI) (BTI), que mide la transformación democrática, la economía de mercado y la calidad de la gestión política de 129 países del mundo, Argentina es una democracia defectuosa.
A través de sus tres índices –transformación política, transformación económica y gestión de la transformación–, el BTI analiza distintos criterios para determinar si los países en desarrollo o en transición están encaminados hacia la democracia y una economía de mercado, y evalúa el modo en el que lo están haciendo. El resultado final, producto del análisis conjunto, ubica a los países en un ranking general en función de la capacidad de los gobiernos de dirigir los procesos de transformación.
A pesar de que en 2006 Argentina se ubicaba entre los Estados con un nivel de transformación avanzado, aunque por detrás de Chile y Brasil, en sólo diez años se desplomó diez puestos en el ranking, del 24 al 34, puesto que comparte en la actualidad con Colombia.
Tanto en el plano político como en el económico, los avances experimentados en los últimos años han sido limitados. Entre 2006, año de la primera publicación del BTI, y 2010, Argentina se encontraba entre los veinte países del índice con un nivel de transformación política y económica avanzado, pero luego la tendencia ha sido hacia un deterioro progresivo. El informe BTI de 2012 se hacía patente del cambio de rumbo en este sentido, cuando el nivel de transformación pasó a ser limitado, algo que se refleja también en la edición de 2016.
La capacidad de gestión de la transformación en la última década ha sido moderada. El Gobierno ha fallado sistemáticamente en fortalecer las instituciones políticas y en aportar un marco económico sólido y convincente, producto de una falta de compromiso real con las reformas. La ausencia de consenso y cooperación en el plano político se ha trasladado a las esferas sociales, en donde se ha contribuido a la división de la sociedad y a la intensificación del conflicto con distintos sectores. Todo ello ha hecho que Argentina se ganara el puesto 71 del índice de gestión, compartido con Kirguistán, y por debajo de países como Togo, Vietnam o Madagascar, pequeños en tamaño y con regímenes políticos inestables o no democráticos.
El índice político no ha sufrido variaciones importantes en los últimos años, aunque Argentina está lejos de tener la calidad democrática de Brasil, Chile y Uruguay, este último liderando el ranking general con una puntuación de 9,95.
Uno de los criterios que el BTI refleja como especialmente afectado en la última década es sobre la separación de los poderes. El obstruccionismo, la falta de cooperación política y el abuso de los decretos del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner han deteriorado considerablemente la calidad democrática. Por su parte, el sistema judicial ha sufrido serias interferencias políticas y se ha regido por la corrupción y las relaciones basadas en el clientelismo.
El programa político impreciso de la presidenta Cristina Fernández, basado en improvisaciones cortoplacistas, derivó, según el índice, en un crecimiento moderado, disminución de la reserva de dólares, altas tasas de inflación, empeoramiento de la situación fiscal, instituciones democráticas débiles y el imperio de la ley socavado por la corrupción.
En el plano económico, Argentina se ubica en el puesto 64 del ranking del BTI, por debajo de países como Uganda o Ruanda. En este sentido, desde 2006 el país se desplomó casi treinta posiciones, aunque la caída fue progresiva.
¿Logrará la Argentina, con el nuevo gobierno de Mauricio Macri, mejorar en los índices que miden la transformación política, económica y de la gestión? Habrá que esperar los resultados del BTI de 2018.

*Colaboradora del portal Análisis Latino del Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina (Cadal).