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Mundial 2018

Una experiencia formativa

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Rusia 2018. País futbolero como pocos, camiseta y potrero forman parte del ADN argentino. Durante estos días respiramos fútbol. Por doquier, omnipresentes, el deporte y sus protagonistas. Porque el Mundial es el hito social y cultural que nos atraviesa.
Aunque suene bizarro, sus características de universalidad y penetración masiva disponen un terreno propicio para la educación familiar. Vale, entonces, esbozar algunas consideraciones en torno al Mundial como experiencia formativa.

  • Punto de encuentro intergeneracional. Los partidos convocan a la familia en pleno, sin distinción de edades. Extensa y amigos pueden sumarse, coincidiendo diversas generaciones en un solo espacio. El Mundial se nos presenta como un atractivo transversal: grandes, chicos y medianos participan de una misma actividad. Un tópico, una pantalla, una mirada unidireccional conjunta; hecho insólito en una actualidad de procesamiento en paralelo y dispositivos múltiples. El fútbol nos sincroniza. Estamos juntos, aquí y ahora, asistiendo en vivo a un mismo espectáculo.
  • Inspirador del sentir patriótico. En la previa y durante los noventa minutos, sin discriminaciones, somos Argentina. Por un momento, las grietas se cierran y redescubrimos un latir del ser nacional casi olvidado. Rescatamos nuestra identidad del destierro así, fugazmente, en un mundo de sociedades interconectadas.
  • Escuela de valores y contravalores. Ambos con peso pedagógico. El deporte se instala como valioso y las a-cciones que se despliegan, en el campo de juego y fuera de él, se perciben como ejemplificadoras. De la sucesión de episodios que congregan a la élite del fútbol global emanan modelos en los que podemos reconocer y señalar atributos positivos y negativos. Es conveniente realizar este ejercicio frente a nuestros hijos, conversando con ellos también sobre los aciertos y errores de sus ídolos, y sobre el sentido real de la victoria y la derrota deportivas.
  • Entramado de relaciones asimétricas. En el terreno prima el respeto por la autoridad encarnada en el equipo arbitral. Las reglas preestablecidas son idénticas para todos y romperlas equivale a ser penalizado. En tiempos de simetrías aparentes y relaciones más horizontales, visibilizar que todos contribuimos al mantenimiento de un orden es necesario. Incluso si observamos que el árbitro consulta, se equivoca o se permite dudar. Conocer que quien gobierna puede pedir información para minimizar los riesgos de aplicación de un criterio injusto es humanizar el concepto de autoridad.
  • Entrenamiento en competencias emocionales. El manejo de las propias emociones requiere de una aplicación constante. Durante los partidos del Mundial tenemos la afectividad a flor de piel. ¿Qué mejor momento para trabajar la autorregulación emocional o la disposición empática que durante los noventa minutos de juego?

En suma, si sabemos estar atentos al devenir de los hechos, podremos transformar la contienda deportiva en una vivencia potente de aprendizaje para nuestros hijos. Vale la pena asumir esta actitud proactiva frente a las oportunidades del entorno. Y el Mundial es una de ellas. Suena Live it up y la escena se repite: si me emociono, lo aprendo. Porque en las familias, hoy y siempre, como en todo ámbito formativo, educan más las acciones que las palabras.

*Directora de la Licenciatura en Orientación Familiar de la Universidad Austral.

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