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Una historia de la abyección

¿Cuántas veces empezamos un libro esperando algo de él que más tarde, en la lectura, no encontramos? Decepción es lo que sobreviene: nos habían hablado tanto, teníamos tantas expectativas. Pero, a veces, sucede lo contrario.

Tomas150
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¿Cuántas veces empezamos un libro esperando algo de él que más tarde, en la lectura, no encontramos? Decepción es lo que sobreviene: nos habían hablado tanto, teníamos tantas expectativas. Pero, a veces, sucede lo contrario. Lo que no preveíamos nos desvía del camino de nuestros deseos, pero al mismo tiempo va tejiendo otros. En Huesos en el desierto, el escritor y periodista Sergio González Rodríguez había contado como nadie los asesinatos sistemáticos de mujeres en la frontera entre México y los Estados Unidos. Roberto Bolaño utilizó sus vastos conocimientos para un largo capítulo de su novela póstuma, 2666. González Rodríguez publica ahora El hombre sin cabeza, un libro que aparentemente se centra en la última tendencia delictiva del narcotráfico mexicano: decapitar a sus víctimas. Pero ése es sólo el disparador de este ensayo caótico, sinuoso, personal, que por momentos utiliza los ropajes de la crónica pero que se sale todo el tiempo de cauce, gira a lo ensayístico, se vuelve autobiográfico.

González Rodríguez parece saber qué es lo que esperan los lectores al ver la tapa de su libro, pero se dispone a decepcionarlos de manera voluntaria, es decir, superando esa curiosidad. Así, construye un inquietante tratado sobre el miedo, el pánico y la estetización del horror, que es también una breve historia del México actual. Datos y más datos del terror, que se apilan a través de las páginas: hay 500 mil personas en ese país dedicadas a tiempo completo al negocio del tráfico de drogas; existe allí un mercado de 15 millones de armas, la mitad de ellas ilegales; el cincuenta por ciento de su territorio está bajo control del narcotráfico, que recauda entre 10 y 25 mil millones de dólares al año. Nunca hubo en México más sucesos mafiosos que en 2008: 17 secuestros por día y 5.200 ejecuciones, de las cuales 170 terminaron en decapitación.

“Quien le corta la cabeza a un semejante es capaz de cualquier crimen”, escribe el autor. Y no se hace difícil creerle. Cuenta también que ya desde el séptimo milenio antes de nuestra era se registran evidencias de la costumbre de cortar la cabeza de los enemigos. La sucesión histórica de los decapitados es tan antigua que hunde sus raíces en la mitología: de Perseo y la Medusa a los mensajes mafiosos de hoy, pasando por Juan el Bautista, Luis XVI y María Antonieta. “La usanza de las decapitaciones en México se atribuye a la influencia de los narcotraficantes de Colombia que, desde años atrás, impusieron un trasfondo estético-ritual en el derramamiento de la sangre”, explica González Rodríguez.

La contratapa de El hombre sin cabeza promete una entrevista con un sicario experto en decapitaciones. El personaje aparece recién a pocas páginas del final. Como si intuyera la expectación morbosa de los lectores, el autor lo despacha en pocas páginas: pero cuatro páginas que se hacen inolvidables. ¿Cuál puede ser la razón de un libro así, si es que los libros pueden necesitar de razones? González Rodríguez, que se expuso (y lo vuelve a hacer) a las represalias del narcotráfico por su trabajo, parece tenerlo claro. Y lo explica así, en la página 154: “Contra la ideología de lo ‘indecible’, lo ‘inenarrable’, ‘lo incomprensible’, en otras palabras, contra el imperio de lo arcano, se requiere exponer e imaginar la barbarie para contrarrestarla”.


*Desde Barcelona.