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Una huida hacia adelante

El Gobierno ya no puede gobernar solo. Lo hizo durante varios años. Pero tampoco quiere reconocer que tiene interlocutores representativos. Para comenzar debería reanudar el diálogo con el vicepresidente Cobos, que es parte del Ejecutivo. Lo ignora, cuando puede lo descalifica y le pide que renuncie.

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El Gobierno ya no puede gobernar solo. Lo hizo durante varios años. Pero tampoco quiere reconocer que tiene interlocutores representativos. Para comenzar debería reanudar el diálogo con el vicepresidente Cobos, que es parte del Ejecutivo. Lo ignora, cuando puede lo descalifica y le pide que renuncie.
Esta imposibilidad de actuar por sí solo es compensada por una huida hacia adelante con decisiones que muestran que se atreve a hacerlo sin cosmética. Marca el ritmo. Impone agenda. Se hace protagonista. Zarandea la nave y deja a todos mareados. Dice una cosa a los gritos y luego la contraria con más gritos aún. Crea conflictos. Divide las aguas y cava trincheras. Nos habla de enemigos internos. Los hace responsables de todos los males de la nación y de la pobreza del pueblo. Tiene portavoces de la cultura que le escriben los libretos mostrando que la historia de la república es siempre la misma. De un lado, el pueblo; es decir a quienes representaría este gobierno; del otro, la oligarquía, la última de las cuales se llama menemismo y campo.
La hegemonía hizo eclosión en marzo de 2008. Desde ese momento el Gobierno vive acosado. Inventó un enemigo más, se llama Clarín, un ex aliado. Todo aquel que lee este diario sabe que nunca toma partido si no sabe que lo tiene ganado. Una de cal y otra de arena, zanahoria y palo, un poco para cada uno, es su línea editorial habitual. Claro, existe la televisión, ahí está el problema. Los informativos presentan comunicadores que se muestran preocupados. Lo peor es que los dirigentes de la oposición tienen cámara. Ellos también hoy son protagonistas.
Por eso la ley de radiodifusión, porque el anterior arreglo con las megaempresas ya no les sirve. Por eso el adelanto de las elecciones, porque el anterior calendario no les sirve. Por eso pueden llegar a buscar un arreglo con los organismos financieros internacionales, porque su anterior denuncia ya no les es operativa.
Esto se llama voluntad de poder. Y gusta en la Argentina, por lo menos les gusta a muchos. ¿Qué otra opción hay si enfrente dicen que no hay más que grupos liberales, constitucionalistas puntillosos y verbosos, señoritos de palabras engoladas, que han demostrado no ser menos corruptos? Copetudos de galera y bastón, que para el sentimiento nacional y popular además son gallinas.
La gobernabilidad está en juego, eso dice el ex presidente Kirchner. Es una de las cartas que le queda. Nosotros o el 2001. Es una nueva fase del maniqueísmo extorsivo.
Cuando existe una situación de crisis la salida política acostumbrada es un gobierno de coalición. Eso es impensable en la Argentina. El peronismo no coaliciona. Pero sucede que hoy hay varios peronismos. Si las elecciones de junio de 2009 –de darse en esa fecha– marcan un considerable avance de frentes opositores, un Parlamento equilibrado puede ser el inicio de la formación de un gobierno de coalición.
Esta posibilidad viable en otros países es casi un imposible político en el nuestro. El problema es cultural y educativo. No hay tradición dirigencial a nivel político de este tipo de formaciones. Sólo funcionan cuando están en la oposición. Resulta más que aventurado imaginar que este elenco gobernante puede llegar a compartir el poder. Antes que eso, amenazaría con irse.
También es inimaginable que en nuestro país un presidente con una imagen positiva del setenta por ciento como Tabaré se retire y deje que su partido decida el nombre de su sucesor. O que Lagos, considerado casi un estadista al final de su gobierno, cumpla su ciclo de cuatro años y deje el poder.
Si Cristina Fernández hubiera llamado a Cobos, Lilita Carrió, Rodríguez Saá, Morales, Binner, Macri, Solá para anunciarles que enviaría una ley de adelanto de las elecciones a las cámaras, sería reconocerles representatividad, y eso no lo quiere hacer. ¿Por qué? Porque daría marcha atrás en lo que ahora quieren transmitir: nosotros o el diluvio.
Los Kirchner no querían llegar a octubre con dos derrotas como las de Catamarca, esta vez en la Ciudad de Buenos Aires y en Santa Fe; no querían llegar como perdedores. Se juega a ganar con buen margen en la provincia de Buenos Aires y en sus provincias patagónicas.
Es cierto lo que decía la Presidenta. La puja electoral no permite una política de consenso para enfrentar la crisis. Aunque todos saben que lo que menos les interesa es compartir un espacio con otras fuerzas. Es mentira que este gobierno tenga interés en crear una política de consenso con los otros grupos políticos. Usa una mentira para justificar una decisión acertada. Para ellos la política es el arte de la mentira bien instrumentada. Parece Maquiavelo, pero no lo es, apenas la continuación de la viveza criolla, la picardía del dominado. En este caso es un poderoso en vías de ser doblegado.
En la Argentina se vive una aguda crisis de representatividad política. Nuestra historia estuvo regida por el protagonismo de tres fuerzas dominantes: el peronismo, el radicalismo y los militares, a veces nacionalistas, otras liberales.
Estos tres polos han sido pulverizados. Los militares, deshechos por lo que hicieron en el Proceso y por la guerra de las Malvinas; el peronismo, desfigurado por lo sucedido en los setenta y por el menemismo; y los radicales, apenas a flote después de lo acontecido con los gobiernos de Alfonsín y De la Rúa. Es como un pisotón sobre un hormiguero. Hay un desbande de formaciones políticas que resultan de este fraccionamiento.
Se ha terminado el bipartidismo en la Argentina. Y eso no se reconstruye. En caso de crisis de un sistema bipartito, como existe aún en Inglaterra, EE.UU. o España, o un armado sustentable por polos políticos dominantes, como en Francia o Uruguay, pasaría algo similar. Pero lo que ha sucedido en la Argentina produjo una grave crisis en lo político. Un país que vivió en los últimos ochenta años bajo tutela militar, sumado al fracaso de sus dos partidos políticos tradicionales, tiene serios problemas de institucionalización.
Lo que vemos hoy son síntomas de este proceso, como lo fue en 2001 el que “se vayan todos”. Cuando sucede algo así todas las aventuras son posibles.
Hace veinte años fue la aventura carapintada y los intentos golpistas de Seineldín. En 2001 el país tembló ante la ingobernabilidad y la lucha de calles junto a la intervención de grupos organizados por caudillos políticos.
La serie de acciones espasmódicas del Gobierno que presenciamos estos días, la intimidación transmitida que sin ellos se viene el caos, la prédica catastrofista de ciertas oposiciones y las acusaciones de alto voltaje mediático sólo aceleran un proceso que puede ser violento.
A río revuelto, ganancia de dictadores o de irresponsables políticos.

*Filósofo.
www.tomasabraham.com.ar