En relación con la crisis económica global, tema central de los medios de todo el mundo, hubo en
estos últimos días algunos comentarios acerca de la necesidad que tiene George Bush de mostrarse
activo e íntimamente ligado a lo que está pasando, para no dar la misma sensación de distancia y de
ausencia que el presidente transmitió cuando se produjo la catástrofe del huracán Katrina en Nueva
Orleans (sentimiento de ausencia que, como se recordará, marcó su mandato desde el inicio, el día
del atentado a las Torres Gemelas). El comentario pasó tal vez desapercibido dentro de la
gigantesca ola de discursos mediáticos sobre la crisis, pero tiene la ventaja de ser un síntoma que
explicita, de manera casi transparente, una de las dimensiones fundamentales de la mediatización de
la crisis actual: presupone un paralelo implícito entre ambas situaciones: la crisis financiera y
el huracán Katrina. ¿Se podrá considerar que se trata de situaciones del mismo tipo?
Veamos algunas expresiones tomadas de los diarios, a propósito de la crisis. Las referencias
corresponden aquí a la prensa nacional, pero una rápida exploración permite comprobar que el tono
extremo del discurso ha sido más o menos el mismo en los principales medios informativos del mundo.
En cuanto a la construcción del acontecimiento: “derrumbe”; “terremoto”;
“al borde del colapso”; “tormenta”; “debacle”;
“incendio”; “tembladeral”; “nubes oscuras”;
“huracán”; “deudas tóxicas”; “turbulencias”; “entidades
hundidas en el pantano”; “honda expansiva”; “tsunami”;
“parálisis de los vasos capilares del sistema”; “jornada aciaga”;
“hundirse sin remedio”. En cuanto a la construcción de la reacción al acontecimiento:
“alarma global”; “el mundo en alerta”; “desesperado intento”;
“colosal salvataje”; “clima de pánico”. Algunas expresiones tienen la
autoría de nuestra Presidenta: “Estamos viendo cómo ese Primer Mundo (…) se derrumba
como una burbuja”; “la Argentina está firme en medio de la marejada”. ¿Habrá que
tomar todo esto como una confirmación de la hipótesis líquida de algún autor de moda?
No parece exagerado afirmar que los medios están masivamente construyendo la actual crisis
económica a través de ese bien conocido procedimiento discursivo consistente en naturalizar los
fenómenos sociales, procedimiento que ya Roland Barthes había sabido detectar, al dar inicio a la
semiología contemporánea a mediados del siglo pasado, como el núcleo ideológico de la mitología
contemporánea.
El derrumbe del sistema financiero de los Estados Unidos, que amenaza al mercado mundial
globalizado, tiene el carácter insólito, opaco, sorpresivo y salvaje de un huracán del Caribe. Es
una suerte de catástrofe natural, aunque la descripción, en algunos casos, tenga ribetes cuasi
religiosos de fin del mundo, una tonalidad bíblica que trae a la memoria a los cuatro jinetes del
Apocalipsis.
No hay pues culpables, al menos a la luz del modelo del racional choice, del actor económico
orientado por la elección racional. Ese modelo, todavía dominante en la mayoría de los
departamentos de economía de las universidades del mundo, parece funcionar en los períodos en que
el ciclo económico se comporta como un buen alumno, y persiste, entre otras cosas, porque esa
comunidad académica no está dispuesta a perder el capital simbólico y político que acumuló durante
muchos años, aunque resulten cada vez más claras las contradicciones conceptuales de la teoría y su
carácter astutamente tautológico y empíricamente no verificable.
En los corredores de la academia se puede discutir la plausibilidad de una teoría que supone
el uso instrumental de toda la información necesaria, en una situación dada, para tomar la decisión
económica y racional adecuada, aunque todos sepamos que los actores económicos no satisfacen esa
condición. Pero, cuando los académicos salen de la academia y entran en el espacio público,
descubrimos que la economía como ciencia es una rama de la meteorología y se nos explica que lo que
ocurre es que a veces, sorpresivamente, la mano invisible (¿de Dios?), no se sabe por qué, en lugar
de armonizar en un todo equilibrado las motivaciones individuales de los actores económicos,
propina una resonante cachetada.
Pero entonces, la cuestión es quién recibe esa cachetada. Porque si al parecer no hay
culpables, hay sí actores identificados: corporaciones, CEO’s, gerentes, operadores,
políticos, funcionarios públicos, intermediarios, lobistas. Y si la naturalización de la crisis
financiera permite borrar los culpables es para que haya, eso sí, ganadores y perdedores.
Paradójicamente, este momento clave que estamos viviendo, revelador del funcionamiento de la
maquinaria financiera del capitalismo más avanzado, vuelve inocentes a los responsables
identificados y transforma en víctimas a los que no tienen nombre: son todos los ciudadanos
norteamericanos los que van a pagar con el dinero público y muchos de ellos a través de los
innumerables dramas cotidianos de quienes ya han perdido, o van a perder, sus casas o sus empleos.
Curiosa, esta mano invisible. Podríamos decir que es una mano negra, pero desgraciadamente,
la marca la tiene registrada Manu Chao. Como él dice: la vida es bella… y el mundo está
podrido, la vie est belle, le monde pourri.
*Semiólogo.