COLUMNISTAS

Una mujer de la fuerza

Los diarios informan que María del Luján Telpuk, la policía que descubrió la valija rellena de dólares de Antonini Wilson, ha tenido a bien posar desnuda para el número de febrero de la revista Playboy.

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Los diarios informan que María del Luján Telpuk, la policía que descubrió la valija rellena de dólares de Antonini Wilson, ha tenido a bien posar desnuda para el número de febrero de la revista Playboy. ¿Nos decidiremos a consultar esta edición de la publicación de Hugh Heffner? ¿Probaremos a ver qué efecto nos hace? ¿Nos arriesgaremos, no ya a que nos disguste la contemplación del póster central de este mes sino, por el contrario, a que perturbadoramente nos guste? Para cualquier televidente formado a finales de los años setenta, Mujer Policía es ante todo Angie Dickinson. Pero, ¿quién podría por entonces ponerse goloso con la Mujer Policía, existiendo la Mujer Maravilla, existiendo la Mujer Biónica?

La disociación radical entre erotismo y fuerza pública se veía así ratificada: el Estado por un lado, el Deseo por el otro. No había posibilidad, ni tampoco necesidad, de acercarlos o de conciliarlos. Aun cuando las mujeres policías dieron más tarde el salto, como en la película de Woody Allen, de la pantalla a la realidad, persistió y hasta se acentuó la división de ese dique que nunca dejaba mezclarse las aguas: allí las agentes del orden y la ley, aquí las ganas.

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Pero ahora María del Luján Telpuk, integrante (o ex integrante: para el caso da lo mismo) de la Policía de Seguridad Aeronáutica, se entreabre camisitas en cabinas de avión o se monta casi sin ropas en la manija enhiesta de una Samsonite. ¿Habrá quizás que pensarlo todo de nuevo? ¿Habrá que agregar a las habituales fantasías de uniforme –la enfermera, la azafata, la colegiala– el trajecito sastre de las egresadas de la Juan Vucetich? Si de veras empezara a alterarse con esto la relación establecida entre la fuerza estatal y la fuerza del deseo, ¿no serían sus consecuencias al menos tan importantes como dirimir para quién trabajaba Antonini o a quién iba encomendada la dichosa valijita?

Hay que reconocer, no obstante, que ya había antecedentes al respecto. Vale recordar, por ejemplo, lo que sucedió en las distintas ocasiones en que Rafael Di Zeo, por entonces jefe de la barra brava de Boca Juniors y ahora en prisión, se vio ya acorralado por la fuerzas represivas. Pasó más de una vez: irrumpían los azules, y el Rafa ya no estaba. ¿Cómo hacía? ¿Cómo se enteraba? Al tiempo se supo: tenía una novia policía. Una de las flechas de Cupido, tal vez la más filosa, atravesó dos mundos, y los unió: el mundo de la violencia irregular y un poco salvaje del guerrero de tribuna y el mundo de la violencia civilizada y legítimamente monopolizada del Estado y de la ley.

Pero, a poco de pensarlo, es posible ir todavía más atrás en el tiempo y pasar incluso, con resolución, a la literatura. Esta historia de un amor entre el héroe popular y un agente de policía, ¿no figura acaso ya en nuestro clásico de clásicos? ¿No se dieron acaso Martín Fierro y el sargento Cruz el verdadero beso de hombres, que es en la boca y sin remilgos? ¿No vivieron acaso amancebados, virtualmente en matrimonio, y felices entre los indios? ¿No lloró Fierro acaso, como viudo más que como amigo, la muerte de su compañero?

Es cierto que, para eso, el sargento Cruz debió desertar: pasarse del lado de Fierro. Y es cierto que de inmediato debieron pasarse los dos a territorio indio, para vivir su historia de unión civil. Cruces de fronteras, en definitiva. Lo mismo, aunque distinto, que en el caso de la valija de Antonini.