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Virtuosos errores

Una piedra en la cabeza

Justin Kruger y David Dunning, de la Universidad de Cornell, Nueva York, publicaron en 1999 el resultado de una serie de experimentos propios en el Journal of Personality and Social Psychology.

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marchi. Frente a los torpes dirigentes de la AFA, parecía Agustín Tosco. | telam

“Y con esto, salud, aplaudid, vivid y bebed, ilustres partidarios de la necedad”

Erasmo de Rotterdam (1466-1536); de su “Elogio de la locura” (escrito en 1509 en la casa de su amigo Tomás Moro, publicado 1511)


Justin Kruger y David Dunning, de la Universidad de Cornell, Nueva York, publicaron en 1999 el resultado de una serie de experimentos propios en el Journal of Personality and Social Psychology. Un año después, ambos ganaban el Nobel. Desde entonces, la relación entre vanidad y estupidez es conocida como “el efecto Dunning-Kruger”. Personas con escaso nivel intelectual que tienden a creer que saben más de lo que realmente saben y a considerarse más inteligentes y capaces de lo que son. Sus conclusiones se resumen en tres puntos.

◆ Los individuos incompetentes tienden a sobrestimar su propia habilidad.

◆Los individuos incompetentes son incapaces de reconocer la habilidad de otros.

◆ Los individuos incompetentes son incapaces de reconocer su extrema insuficiencia.

En una prueba que medía las capacidades intelectuales y sociales de una serie de alumnos, los más preparados estimaban que sus notas estarían por debajo de la media, los mediocres se veían por encima de la media y los menos dotados, digamos, se veían entre los mejores.

Viendo que en Argentina en general y en el viscoso mundillo del fútbol en particular, el efecto Dunning-Kruger hace estragos, la pregunta es: ¿qué hacemos con tanto inútil en el poder?

Antes de resignarnos, propongo –dado el asombroso primitivismo de sus protagonistas– recurrir al genial flamenco Hyeronimus Bosch (1450-1516) y a su óleo sobre tabla de roble, 49 por 34,5 cm: Extracción de la piedra de la locura.

En esos tiempos se creía que la locura y la necedad eran la consecuencia de una piedra enquistada en el cerebro de los desgraciados. Entonces eran operados como lo pinta Bosch. En medio del campo, un falso doctor con un embudo en su cabeza le hace una incisión a su enfermo, sentado, con una  expresión idiota. De la incisión, en lugar de sangre, asoma un pequeño tulipán. Lo asiste un monje. Los tres, observados por una monja de gesto aburrido que sostiene un libro sobre su cabeza.

Menudo trabajo tendría aquel exótico trío medieval si se instalara en la AFA. Porque esa gente está muy mal. Sufre, y con ganas, el síndrome de Dunning-Kruger, mientras las piedras alojadas en sus cabezas les impiden hacer otra cosa que necedades.

Hace dos semanas el más elemental sentido común indicaba que no era posible que el fútbol empezara el 3 de marzo. Pero el “No hay plata” del inconmovible secretario De Andreis se convirtió –a fuerza de casos que involucran a la familia Macri, el paro docente y una tensión social que va in crescendo– en “Empiecen, que la plata está”.

El Rey Momo y su carnaval metieron la cola. Digno personaje para esta saga. Era técnicamente imposible girar el dinero –eran 530 millones pero los rebajaron a 350–, completar la ruta burocrática y los descuentos para llegar al bolsillo de los interesados en tres días. Desesperados, los dirigentes hicieron una vaquita resignando parte de lo que les correspondía para aportar a la causa de los más humildes. ¡Fah…! Enorme es el poder de la desesperación, compatriotas.  

Tampoco funcionó. No sólo los jugadores no les creen a los dirigentes de AFA. Tampoco los bancos. Tres, por lo menos, les negaron crédito, hartos de empapelar paredes con sus cheques sin fondo.

Sergio Marchi fue un zaguero rústico de San Lorenzo y otros equipos. Desde 2001 está en el gremio y su larga gestión tiene más de un flanco débil. Cuestiones de dinero por aclarar; su consejo a Colón para no jugar contra Rafaela que terminó en quita de puntos y descenso; la muerte del chico Emanuel Ortega, de San Martín de Burzaco, luego de impactar su cabeza contra la base de cemento donde se amuran los alambrados: dos años después, todo está igual.     

Marchi peleó por su supervivencia, y no lo hizo mal. Prestigio no le sobra, pero frente a esta torpe dirigencia nativa parecía –que el Altísimo me perdone por la comparación– Agustín Tosco.

El grupo Bingo y 24 ruedas en pleno –Angel Easy, el Súper Yerno Chiqui Tapia y el Súper Suegro Moyano– lo citó en Camioneros. En teoría, ¡pan comido! Pero se atragantaron. A la salida Marchi repitió: “No se juegaa…”. Otro sapo viajaba hacia el estómago del pobre Angel Easy, líder de Defensores de Macri, al que de un tiempo a esta parte no le sale ni una. Después del fracaso, el Ministerio de Trabajo del gobierno que no quiere involucrarse en el fútbol decretó la conciliación obligatoria. ¡Qué veloz, Triaquita!

El tono sereno de don Army Perèz contrasta con la histeria general. El Gobierno lo puso ahí por su buen gerenciamiento en Belgrano –la obsesión de Macri son las SAD–, pero pronto inclinó la balanza hacia Javier Medin, ex abogado star de Socma y con paso por Boca en 2011.

Medín, que se muere por un cargo, jugó todas sus fichas. “¡Se va a jugar, sí o sí!”, levantó el tono antes de chocar contra la pared. Misteriosamente, circuló un paper oficial de AFA que advertía a los clubes: quien no se presente perderá los puntos. El nono Perèz aclaró: “Yo no firmé eso. Es un borrador de Medín. A veces debo recordarle quién es el presidente”. El voraz Medín no lo negó. Qué importa. En tiempos de la posverdad, lo que importa es lograr el efecto deseado. Temor.

¿Jugar con los chicos? ¿Pedir voluntarios para contener a los jugadores, estilo Heidi Vidal con los chicos de la provincia cuanto haya paro docente? Lástima, a nadie se le ocurrió jugar la fecha con los treinta presidentes en los bingos de Angel Easy. Hubiese sido divertido.

Mientras tanto, la FIFA de Gianni Infantino mantiene a Argentina como la Selección número uno del mundo. Otro planeta.  

Por suerte escuché el discurso presidencial de la inauguración del año legislativo, compatriotas. Ah, qué alivio. ¡Y yo que me jugaba la vida a que las cosas iban cada día peor!