COLUMNISTAS

Una revolución para ponerse al día

default
default | Cedoc

En la tarde del 9 de noviembre de 1989 el jefe del Partido Comunista de Berlín Oriental, Günter Schabowski, anunció en conferencia de prensa que los ciudadanos de la República Democrática Alemana podrían cruzar a la República Federal. La decisión, tomada apresuradamente unas horas antes por el gobierno del ministro Egon Krenz, tenía como objeto descomprimir la situación creada por la oleada masiva de refugiados que buscaban salir de la Alemana comunista a través de Hungría y Checoslovaquia (países del bloque soviético que ya habían relajado las restricciones para viajar a Occidente) para dirigirse a Austria, o buscando asilo en la embajada de Alemania Occidental en Praga.
Schabowski, que no había participado de las reuniones que condujeron a la adopción de esta decisión histórica, desconocía los detalles relativos a su aplicación y tampoco tenía indicaciones precisas sobre cómo responder a la prensa. Las medidas debían hacerse efectivas al día siguiente, 10 de noviembre, para dar tiempo a los guardias fronterizos a tomar las precauciones necesarias, pero esto Schabowski no lo sabía. Cuando terminó de leer el comunicado, el corresponsal de la agencia ANSA, Riccardo Ehrman, preguntó cuándo entraría en vigor la medida. Tras vacilar un momento sin saber qué responder el funcionario pronunció las palabras que darían el primer golpe al Muro: “Hasta donde yo sé, inmediatamente, sin demora”. Y ante la avalancha de preguntas agregó que el levantamiento de las restricciones se aplicaba también a Berlín, algo que no se había mencionado en el comunicado.
El siguiente golpe contra el Muro lo asestaron los dos principales noticieros nocturnos occidentales, Heute y Tagesschau, cuyas emisiones para ese entonces llegaban a toda la Alemania comunista. Tras difundir fragmentos del comunicado de Schabowski, miles de berlineses orientales se abalanzaron sobre los seis puntos habilitados para el cruce al sector occidental. Confundidos y desbordados los guardias trataron de contener la marea humana que exigía se la dejase pasar “porque Schabowski lo dijo”. La tensión aumentaba, ¿se recurriría al uso de la fuerza, como había ocurrido en otras ocasiones en que la sociedad había salido a la calle? Finalmente, a las 22:45 el jefe del puesto de la Bornholmer Straße dio el último golpe a la “Barrera de Defensa Antifascista” (designación oficial del Muro en la jerga del régimen comunista), autorizó el cruce entre ambos sectores sin restricción alguna, ni siquiera la verificación de documentos.
Un cuarto de siglo después sigue sorprendiendo la desproporción entre la monumentalidad de un sistema que se tenía por eterno e inexpugnable y el triunfo imprevisto de una sociedad políticamente desarticulada y tardíamente movilizada. ¿Cómo explicar el desmoronamiento sin la menor resistencia de un poder que cada año desde 1949 se celebraba a sí mismo con imponentes desfiles militares y consignas que al final nadie tomaba en serio? ¿O la pasividad de Moscú ante los resultados imprevisibles de una crisis política que ponía en peligro su seguridad? Las reformas que Mijail Gorbachov había impulsado desde 1985 en la propia Unión Soviética –cuya intención original no era desmantelar el socialismo sino hacerlo más eficiente– sin duda desempeñaron un papel fundamental al privar a los gobiernos del bloque socialista de la asistencia económica y militar con que Moscú los había apuntalado en el pasado. Así había ocurrido en 1953 (Alemania Oriental), 1956 (Hungría), 1968 (Checoslovaquia) y 1981(Polonia).
Visto en una perspectiva más larga, el 10 de noviembre de 1989 trajo a Alemania esa revolución que tantas veces se había escurrido de sus manos, en 1848, 1918 y 1945. Fue una revolución sin violencia –de “terciopelo” como la llamó Timothy Garton Ash– la cual no tuvo más pretensiones que aplicar las recetas ya ensayadas en Occidente: autodeterminación y democracia –por eso Habermas la caracterizó como una “revolución para ponerse al día”. Es esa discrepancia entre la ausencia de consignas grandilocuentes y la magnitud y velocidad de los cambios producidos lo que hace del 9 de noviembre de 1989 un hito histórico único.

*Profesor investigador, Departamento de Historia Universidad Torcuato Di Tella.